La corrupción, la estupidez y el envilecimiento de las sociedades

JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez.

Adolfo Bioy Casares

¿Qué es lo que sucede cuando un individuo, para obtener un bien que apetece, sacrifica a otro, pasa por alto toda norma de convivencia, aparta de sí lo moral, transgrede las leyes? Se convierte en depredador de otro ser humano. En él, los preceptos que regulan la conducta entre los seres humanos en sociedad no tienen valor alguno. En vez de ello, prevalece un sentimiento individualista y egocentrista de supervivencia del más fuerte, que se traduce en astucia, perversidad y brutalidad.

Si se parte del hecho de que el ser humanos es una tabula rasa, que la endoculturación y socialización moldea según los requerimientos de la cultura, es ésta la que lo corrompe, pues no crea las condiciones necesarias para su desarrollo y bienestar, por el contrario, lo hace para que se convierta en un delincuente. Pero si existe una predisposición genética a determinadas formas de ser y comportarse, qué tanto se puede corregir, moldear, conducir a determinada forma de ser, de modo que no afecte a los demás.

Qué margen de autonomía tiene una persona dentro de la sociedad, es decir, sabrá por sí misma lo que está bien de lo que no lo es. Podrá discernir qué es lo idealmente correcto en cuanto a su comportamiento. Arnold Gehlen señalaba que las personas reproducen lo que se les enseña y aprenden dentro de sus núcleos sociales, en lo que deben ser instruidos para poder pervivir, ya que la naturaleza no les otorgó las herramientas naturales para contrarrestar las contradicciones a las que se ven sometidos continuamente.

Puede la razón hacerlos comprender lo correcto de lo incorrecto, lo que está bien de lo malo, la respuesta a esa interrogante podría surgir del siguiente planteamiento: ya que toda sociedad se establece bajo un orden racional, cuya finalidad es lograr la satisfacción de sus necesidades, para cada uno de sus miembros y el buen funcionamiento de la colectividad, por qué hay individuos que se niegan a cumplir los requerimientos de la sociedad.

El dilema está en la comprensión de la necesidad, de la convergencia entre los objetivos colectivos y los individuales y la aceptación para el desarrollo mutuo. Si es así, la razón se convierte en el mecanismo que permite lograr acuerdos, dirigiendo, con sus normas y preceptos, el accionar de cada uno de sus miembros.

Pero ¿qué sucede con los ignorantes, los que no hacen uso de la razón para accionar o aquellos a los que se les ha impedido que se instruyan? El sentido común, del que hablaba Descartes,  orienta sobre cómo debe ser el comportamiento de las personas que deciden vivir en armonía, socialmente. Accionar que se traduce en el respeto a los demás, si se pretende exigir eso para uno mismo.

Max Horkheimer y Theodor Adorno decían que la estupidez es una cicatriz, es un marca dejada por la represión, la violencia y el terror, pueden hacer a uno estúpido: en el sentido de la deficiencia patológica, de la ceguera y de la impotencia, cuando se limitan a estancarse; en el sentido de la maldad, de la obstinación y del fanatismo, cuando desarrollan el cáncer hacia el interior. De modo que los males que causa pueden arrastrar a toda la sociedad, impidiendo con ello su desarrollo, convirtiéndose en una tiranía de la estupidez que beneficia, substancialmente, a los causantes de tal cicatriz.

Sin embargo, la regla de Oro, o el imperativo categórico kantiano, que tiene sus orígenes en tiempos más remotos, prescribe: No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Dicho de otra forma, si no quieres que te asesinen, no intentes hacerlo con un semejante. Has todo aquello que se constituya como norma general para tus actos.

Es decir que, si a una persona no se le enseña valores humanos, reglas de convivencia, su comportamiento podrá fácilmente inclinarse a actitudes negativas, erráticas y primitivas, en donde imperará la astucia, la perversidad y la corrupción. Consecuentemente, en las sociedades que se han corrompido, la normalidad consiste en comportarse corruptamente. La corrupción hunde sus raíces en la ignorancia y en la imposibilidad de liberarse del yugo que imponen los sectores dominantes.

Pero, el pueblo, lamentablemente decía, Mijaíl Bakunin, es aún demasiado ignorante, y es mantenido en esta ignorancia con los esfuerzos sistemáticos de todos los gobiernos, que consideran esta ignorancia como una de las condiciones más esenciales de su propia potencia. Consecuentemente, son fácilmente alienados y se adaptan al modelo de sociedad que les imponen y ante un gobierno corrupto, la corrupción la encuentran como algo normal.

El envilecimiento de las sociedades tiene como denominador común, en un sector intransigente, que no permite que el pensamiento crítico florezca, pues de esa forma continuarán siendo beneficiados, manteniendo el control de la población con fines a sus espurios intereses. Y una sociedad acomodada, que se acostumbra al estilo de vida que se le ha impuesto, no puede pensar en su emancipación ni lograr su democratización.

La mitologización de las sociedades, en las que el fanatismo religioso es exaltado, constituyéndose un mecanismo de dominación que no permite la racionalización de los problemas y, desde luego, su probable solución, es el arma ideológica por excelencia de los sistemas hegemónicos en regiones como Latinoamérica. Es más, se convierte en herramienta para ganar simpatías y que aquellos que están adormecidos por dogmas, verdades reveladas y fantasía, sean inhabilitados para logras una visión crítica sobre las cosas.

José de Ingenieros caracterizaba al hombre mediocre por ser conformistas, faltos de criterio y el acomodamiento de seguir lo que otros determinan, siendo eso lo que precisamente los convierte en cómplices de los intereses de las élites dominantes y, desde luego, formar parte de la corrupción. Y como incautos que son, muchos, con su proceder, no se dan cuenta que regularmente con sus acciones pierden, no se desarrollan, mientras que unos pocos, los mismos de siempre, ganan.

Cuánto de perjudicial es la torpeza con la que piensa y actúa la gente para un país pues, como dijo Dietrich Bonhoeffer: La estupidez es un enemigo más peligroso del bien que la malicia. Se puede protestar contra el mal; este puede ser expuesto y, si es necesario, prevenido mediante el uso de la fuerza. El mal siempre lleva en sí el germen de su propia subversión, pues deja en los seres humanos al menos una sensación de inquietud. Contra la estupidez estamos indefensos. Torpeza que, en algunos, se evidencia con la seguridad en la que afirman y defienden lo que dicen y con su forma de proceder.

La estupidez puede radicar en personas humildes, pero también en opulentas. No se escapan de ella, los coleccionistas de títulos pues tener un título universitario no impide que no lo sea, ya que un título certifica conocimientos y habilidades específicas y puede abrir puertas laborales, pero no es un indicador directo de la inteligencia general o el sentido común de una persona. No obstante, en países como Guatemala, coleccionar títulos es sinónimo de inteligencia, lo que dista mucho de ser realidad.

Cómo entonces combatir a ese mal que afecta a la sociedad, que el sistema fortalece y difunde para su conveniencia. Quizás Slavoj Žižek nos dé en parte la respuesta al decir: La filosofía es la lucha contra la estupidez institucionalizada, filosofía que se traduce en pensamiento crítico, del que lamentablemente muchos hablan, pero pocos saben su real significado.

La educación, es sin duda, la respuesta, pero ¿Cómo transformar la educación en países como Guatemala, en los que ha sido socavada, con miras al embrutecimiento y adoctrinamiento de la gente? Para ello se requiere una visión de Estado y eso ha permaneció ausente en este país por muchos años, ya que ningún gobierno, desde la llamada Primavera Democrática, ha encarado los problemas estructurales, en los que la educación está presente, por lo que lejos de disminuir la crisis, se agudiza.

Las sociedades se envilecen a causa del deseo obcecado, perverso e intransigente, de un grupo reducido de persona, de una élite que se niega a perder el control del país, pues eso limita su poder y, con ello, sus privilegios. Consecuentemente, obtienen ventaja de un sistema “de libre empresa”, en el que la compra y venta de voluntades es imprescindible y la corrupción constituye el denominador común de los políticos.

En sociedades en las que cada vez se pone menos atención al otro, en las que la indiferencia sobre los males ajenos es más frecuente, ya que las limitantes personales, producto de un sistema que deshumaniza, hacen que cada uno quiera salvarse a sí mismo, eludiendo la solidaridad y sin importar los medios para lograrlo.

En esas sociedades, el egoísmo es exaltado, la competitividad desleal resulta el mecanismo por excelencia para lograr los objetivos. Es el período que llama Zygmunt Bauman, modernidad líquida y capitalismo liviano, caracterizado por una identidad fragmentada y mutable, debido a la fluidez y la incerteza de las estructuras sociales, que generan relaciones efímeras y un miedo constante al futuro y a los vínculos. La liquidez del capital, con la serie de características que arrastra y definen, está sometiendo a las personas a una existencia insegura, ajena a los intereses de la comunidad.

En conclusión, existen denominadores comunes en las sociedades en crisis, como es el caso de Guatemala, aspectos que se han desarrollado y constituido como barrera infranqueable para su desarrollo, sin embargo, ser conscientes de ello es el primer paso para la emancipación de tal situación.

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