El ejercicio de malabarismo del PCCh

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China atraviesa una etapa crucial, decisiva, de su larga marcha hacia la modernización. Es el momento clave en el cual se dilucida el éxito o el fracaso de todo el esfuerzo de muchas generaciones, trascendiendo incluso el hecho mismo del triunfo de la revolución maoísta para adquirir una dimensión de mayor alcance. Esa es la perspectiva que siempre debemos tener presente a la hora de aproximarnos a la China contemporánea y su proceso. Hay, por tanto, una magnitud histórica del momento presente, que en los líderes del país y en su sociedad influye en la adopción de un enfoque transformador determinado que mantiene un firme compromiso con la defensa a ultranza de la soberanía nacional.

Al hablar de China se ha insistido mucho en la economía y, más recientemente, en la tecnología. Es verdad que sin ellas, inmerso el mundo como está en una transformación de alto voltaje con fuertes implicaciones en los modos de producción y en los equilibrios de poder, es impensable culminar el tránsito iniciado en el siglo XIX. Es más, muchos situaban aquí el verdadero cuello de botella del proceso chino –así como en el sistema educativo–, pues las taras sistémicas asociadas a su rechazo a los ideales liberales pasarían factura y pesarían como una losa para inviabilizar la creatividad y la innovación, condenando al país a ser la fábrica del mundo, pero sin posibilidad de ejercer como vanguardia en otros ámbitos decisivos como el tecnológico. A juzgar por los avances chinos que constatamos últimamente, no está funcionando así.

También ha sido moneda corriente creer que el reiterado apego al ideario marxista era un impedimento, una rémora, para alcanzar el desarrollo. Al hilo del precipitado “fin de la historia” con el colapso soviético, hemos visto cómo partidos comunistas o socialdemócratas se han deshecho de ese bagaje o lo han aparcado para abrazar una modernidad de signo progresista, más ambiguo, que a la postre en muchos casos ha conducido a la simple liquidación. En China, por el contrario, ha persistido; aunque muchos le otorgaban una función meramente testimonial, sin incidencia real.

La negación del marxismo sigue considerándose una amenaza existencial para el PCCh

El contraste, sin embargo, no puede ser mayor. El PCCh, en un ejercicio de malabarismo constante, sin temor a la experimentación y corrigiendo el curso de las cosas cuando lo consideraba necesario, ha impulsado diferentes medidas de signo desigual, a tono con sus objetivos de largo plazo. Pero en ese proceso, aun admitiendo contradicciones y problemas interminables, persiste en establecer límites infranqueables para no alterar la naturaleza última del proceso. Entre esos límites figura el apego al ideario marxista, tal como se explica en este ensayo. Se trata de un marxismo que reivindica la adaptación, el avanzar con la realidad concreta y con los tiempos, su instrumentalización como mecanismo para garantizar tanto la perennidad de la hegemonía política como la orientación del rumbo, evitando que las nuevas realidades con las que debe lidiar acaben por liquidar su aspiración original (1921).

En lo ideológico, la negación del marxismo sigue considerándose una amenaza existencial para el PCCh, que puede destruirlo por completo, generando confusión y promoviendo el colapso sistémico. En esta China, el marxismo es parte esencial del blindaje frente a las influencias desestabilizadoras en el desarrollo social y político. No deben admitirse titubeos, por más ligeros que sean, ya que, se piensa, pueden derivar en errores significativos en la acción política, debilitando la cohesión interna, aflojando la confianza, acelerando el escepticismo y haciendo perder valores y creencias. Es por ello que, en esta delicada fase, la última etapa con el horizonte de 2049, apelar a la reideologización es expresión de un rechazo abierto de cualquier transaccionalismo que invite a pasar por alto las tradicionales prácticas auspiciadas por el PCCh; interiorizadas como clave de su éxito, que insisten en revalidar, pero en las que destacan aspectos como la consulta o la investigación, no la mera copia o imitación, como bases de cualquier discernimiento político.

El temor que el PCCh expresa respecto a la influencia liberal occidental se fundamenta en que haría peligrar la modernización china tal cual está concebida, es decir, atendiendo tanto a la recuperación de su posición central y no subordinada en la globalidad del siglo XXI como a revitalizar los cimientos culturales del país. Al enfatizar la utilidad del marxismo en la China contemporánea y del siglo XXI se incorpora también en él lo mejor de la cultura y ethos chinos en los tiempos actuales. Esa fusión del pensamiento ideológico asociado a cualquier formación de definición comunista con la cultura tradicional multiplica el potencial para hacer frente a las influencias liberales externas y promueve el establecimiento de un sistema peculiar, independiente, autosuficiente, comprometido con los valores más propios. Y esa doble identidad, marxista e identitaria en lo cultural, proporciona la salvaguarda definitiva para preservar la capacidad del PCCh en medio de valores y narrativas en disputa que pueden hacer derrapar su proceso, vocacionalmente diferenciado de los modelos occidentales.

Si China ha llegado a ser lo que es, no es en virtud de la adopción de reformas liberales, sino porque el PCCh no ha prescindido de su bagaje ideológico fundacional, en el cual el marxismo sigue desempeñando un papel sustancial, a la par que se incorporan otras variables como las domésticas y se adapta todo sin subordinación de ningún tipo a otros intereses que no sean los propios. Esa vocación impregna su apego a la planificación, la gobernanza del mercado, la combinación de propiedad pública y privada en un equilibrio fluido o también a las innovaciones políticas. Son esas claves las que explican la transformación productiva, ambiental, tecnológica o social que China ha protagonizado en una escala y velocidad que no admiten comparaciones.

Fuente CTXT.es

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