El viejo orden internacional se niega a morir
 
                Mario Rodríguez
Parece que Estados Unidos está decidido a luchar hasta el final; o quizás, a matar hasta que colapse su imperio. El presidente Donald Trump, el mismo que hace solo unos meses se intento proyectar como defensor de la Paz y convertirse en un negociador pacifista, ordenó tres ataques contra las instalaciones nucleares iraníes.
Irán es un país que no posee armas atómicas y cuyo programa nuclear, regulado por organismos internacionales, tiene fines civiles. Incluso los propios servicios de inteligencia estadounidenses han reconocido públicamente que Irán no representa una amenaza nuclear inminente. Pero dos países con armas nucleares, Israel y Estados Unidos, que nunca han permitido la revisión e inspección de sus programas nucleares, han decidido, en contra de toda lógica legal y moral, impedir que Irán tenga un programa civil de energía nuclear.
Ahora Trump pidió a Irán evitar represalias, de lo contrario los daños pueden ser aún mayores, dijo. Algunos analistas internacionales consideran que existe un pacto secreto entre Irán y Estados Unidos para evitar las represalias, dado que Trump ha dicho y reiterado que su intensión no es derrocar al gobierno iraní.
Según evidencia mostrada por distintos medios, los ataques a la central nuclear de Fordow no logró su objetivo. Irán puede reducir sus ataques contra intereses de Estados Unidos en la región, limitando su actuación contra Israel y destruyendo sus principales activos militares, así Estados Unidos se libra de Netanyahu, frena el programa nuclear iraní y reconstruye su imagen de fuerza en la comunidad internacional y todos ganan algo.
Tal y como gusta, Donald Trump escenificó ayer una de las declaraciones más llamativas de su mensaje, “Fordow está acabado”, un mensaje cargado de fanfarria, alardeando de haber destruido las instalaciones nucleares subterráneas de Irán.
Dmitry Medvedev, ex presidente de Rusia, cuestionó por la red social X los resultados de los ataques estadounidenses contra Irán: “¿Qué han logrado los estadounidenses con sus ataques nocturnos contra tres instalaciones nucleares en Irán?”, preguntó. Su respuesta fue contundente: “Nada”. Según Medvedev, la infraestructura crítica del ciclo del combustible nuclear parece haber quedado intacta o con daños menores. El enriquecimiento de uranio, y con ello el camino hacia la posible producción futura de armas nucleares, continuaría sin interrupciones.
La misma Fox News menciona que los ataques solo dañaron las entradas de las instalaciones nucleares iraníes. Pero Estados Unidos ya alardea con una rendición o acuerdo sobre el programa nuclear, ya no sobre la posibilidad de construir una bomba nuclear. Mientras que el ministro de relaciones exteriores de Irán dijo, antes de partir a Moscú, que “Irán se reserva «todas las opciones» tras el ataque de Estados Unidos.
Lo cierto es que estos ataques, la excusa de Estados Unidos e Israel para atacar la capacidad de Irán de fabricar una bomba nuclear quedan desautorizados. Si Estados Unidos eliminó esa posibilidad, ya no existen argumentos para continuar atacando al país persa. Pero ya Israel, vía Netanyahu manifestó que su principal objetivo era un cambio de régimen, decapitar a la cúpula política y militar de Irán y destruir su capacidad de producción de misiles.
Benjamín Netanyahu, sin embargo, no se conforma. Sabe que la continuación de la guerra le otorga una tabla de salvación. Ahora busca algo más ambicioso, un cambio de régimen. Dejando en evidencia que, en realidad, nunca se trató del programa nuclear. Siempre fue una cuestión de intereses geopolíticos. Para el gobierno israelí, mantener el conflicto es una forma de sostenerse en el poder, en un contexto donde el nacionalismo extremo y la expansión territorial parecen ser sus únicas razones de existencia. Y Trump aceptó el rol de sumisión a los israelitas, en contra de sus propios intereses. Es la forma en que Estados Unidos se aferra desesperadamente al control global.
La llegada de Donald Trump a la presidencia por segunda vez venía cargada de simbolismos. Sus partidarios, conscientes de la crisis económica, la creciente deuda y la pérdida de influencia internacional, no deseaban involucrarse en otra guerra. Pero Trump ha optado por seguir la línea belicista tradicional, aquella que dijo combatir y pone en riesgo cualquier posibilidad de estabilidad global.
Esta guerra también hay que verla en clave de confrontación geopolítica. Con el ataque y destrucción de Irán, se ataca de manera frontal al bloque de los BRICS, una alianza emergente que desafía el orden económico occidental, y principalmente a China y Rusia, quienes están construyendo una ruta alternativa teniendo como nodo central a Irán, además que ese país es el principal abastecedor de petróleo a China. Todo esto sugiere que detrás de las acciones israelíes y estadounidenses hay un propósito estratégico más amplio: frenar la multipolaridad y mantener el dominio unipolar.
La primera víctima de esta escalada es el sistema multilateral encabezado por las Naciones Unidas. Este organismo, creado precisamente para coordinar la paz después de la Segunda Guerra Mundial, hoy languidece relegado al cajón de las instituciones irrelevantes.
El ataque a un Estado soberano constituye una violación flagrante del derecho internacional, de la Carta de las Naciones Unidas y de múltiples resoluciones del Consejo de Seguridad. Pero Israel lleva décadas ignorando estas normas y actuando con impunidad, protegido por el veto y el apoyo incondicional de Estados Unidos.
Esa impunidad, junto con la prepotencia militar estadounidense, está generando un mundo cada vez más inseguro. Las promesas de paz recién lanzadas por Trump resultan ahora ridículamente vacías. Lo ocurrido no solo no acerca al mundo a la estabilidad, sino que lo aleja aún más de ella. Las consecuencias ya están aquí, y afectarán a toda la humanidad.
Mientras el viejo orden internacional se desmorona, no solo por la ilegalidad de las acciones de Estados Unidos e Israel, hay otros países que adopta una posición como el avestruz. Quizás por ello, el ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala sigue sin pronunciarse. Pero esto es congruente a la postura asumida por el gobierno de continuar fiel al viejo orden internacional aferrado a los mismos actores, porque al final, son ellos los únicos soportes que le van quedado para evitar que el pacto de corruptos concreten el golpe de Estado.
 

 
                     
                       
                       
                       
                      