Rosa Luxemburgo y Hugo Chávez
 
                Una herencia teórica y política que debemos reconstruir
Marco Fonseca
El 5 de marzo marca dos momentos clave en la historia de las izquierdas: el nacimiento de Rosa Luxemburgo en 1871 y la muerte de Hugo Chávez en 2013. Más allá de la coincidencia cronológica, ambas figuras encarnan una tradición de poder que se distingue por su carácter autónomo, su enraizamiento en las bases populares y su capacidad constituyente. Tanto Luxemburgo como Chávez representan la posibilidad de refundar el pensamiento y la praxis de las izquierdas, en una apuesta por transformar no solo las estructuras económicas y sociales, sino también el propio concepto del Estado en América Latina.
Rosa Luxemburgo fue una de las teóricas marxistas más influyentes del siglo XX. Su crítica al reformismo y al burocratismo dentro del socialismo la llevó a postular la necesidad de una revolución protagonizada por las masas organizadas de manera autónoma. Luxemburgo rechazó la idea de una vanguardia que impusiera la dirección del proceso revolucionario y apostó por la espontaneidad y la autoorganización de los trabajadores como la verdadera fuente del poder socialista. En su obras La Revolución rusa, Reforma o revolución, Huelga de masas, partido y sindicatos así como en sus fuertes debates con Lenin, Luxemburgo planteó que la democracia socialista debía ser radicalmente participativa y que la revolución no podía limitarse a la toma del poder estatal, sino que debía generar nuevas formas de organización social.
Más de un siglo después, Hugo Chávez, en un contexto radicalmente distinto, retomó y adaptó algunas de estas ideas. Su concepción del poder constituyente, inspirada en Antonio Negri y en las luchas populares latinoamericanas, se tradujo en una reconfiguración del Estado venezolano a través de la Constitución de 1999. Chávez no solo apeló a la movilización de las bases populares, sino que también intentó crear mecanismos institucionales para la participación directa del pueblo en la toma de decisiones, como los Consejos Comunales y las comunas. Chávez incluso propuso la idea del «Estado comunal», una idea que en la Venezuela de hoy, ya no digamos entre las izquierdas que persisten en el centralismo y el burocratismo, ha quedado mucho en el olvido.
El concepto de poder constituyente en la tradición marxista ha sido fundamental para repensar el papel del Estado en los procesos revolucionarios. Antonio Negri lo define como un poder creativo, capaz de dar origen a nuevas instituciones y nuevas formas de vida política. En América Latina, donde las estructuras estatales han sido históricamente marcadas por el colonialismo y la exclusión, el poder constituyente se convierte en un elemento clave para la refundación de los Estados. Chávez, al igual que Luxemburgo, entendió que el socialismo no puede ser simplemente una administración burocrática de la economía, sino que debe ser una transformación profunda de la vida moral, política y social.
Sin embargo, las diferencias entre Luxemburgo y Chávez también son significativas. Mientras Luxemburgo fue crítica de cualquier intento de subordinar la autonomía de las masas a una dirección centralizada, Chávez, en su ejercicio del poder, tuvo que negociar constantemente entre la construcción de una democracia participativa y la consolidación de un liderazgo personalista. Este dilema no es menor y ha sido objeto de múltiples debates dentro de las izquierdas latinoamericanas. ¿Hasta qué punto la centralización del liderazgo es compatible con un verdadero poder desde abajo? ¿Cómo evitar que el poder constituyente sea capturado por una nueva burocracia estatal? Hemos propuesto algunas ideas al respecto y cómo superar estos dilemas en nuestro trabajo La articulación posible. Principios gramscianos para una nueva política democrática.
En este sentido, la experiencia venezolana muestra tanto los logros como los límites de este proceso. Si bien el gobierno de Chávez promovió una democratización del poder mediante la participación popular y la organización de las comunas, también enfrentó tensiones internas que en muchos casos derivaron en una concentración del poder y en un enorme burocratismo y centralización del Partido Socialista Unido de Venezuela. La institucionalización del chavismo, especialmente tras la muerte de su líder, ha planteado interrogantes sobre la capacidad de este modelo para mantenerse fiel a su origen constituyente. Lo que hemos visto ocurrir en Venezuela desde 2013, desde el punto de vista de sus procesos políticos internos, no es muy inspirador.
A pesar de estas contradicciones, la conexión entre Luxemburgo y Chávez radica en su apuesta por un socialismo basado en la creatividad política de las masas. Ambos compartieron la convicción de que el socialismo no puede ser una mera copia de modelos previos, sino que debe reinventarse constantemente a partir de las luchas concretas de los pueblos. Esta lección es particularmente relevante para América Latina, donde los procesos de transformación social no pueden limitarse a un cambio de élites gobernantes, sino que requieren una profunda reconfiguración del Estado, las relaciones de poder y la subjetividad de la gente. Es cuestión de romper con los modelos hegemónicos de política.
La refundación de los Estados latinoamericanos pasa, entonces, por la rearticulación de esta tradición de poder autónomo y constituyente. Más que un socialismo de Estado, se requiere un socialismo desde abajo, capaz de articular la participación popular con nuevas formas de organización política. Esto implica aprender tanto de los aciertos como de los errores de experiencias pasadas, evitando el burocratismo sin caer en la fragmentación o la cooptación. La clave está en construir instituciones flexibles, abiertas, democráticas y en permanente diálogo con los movimientos sociales.
El 5 de marzo no solo es una fecha de conmemoración, sino también un recordatorio de que el socialismo sigue siendo un proyecto en construcción y hoy, en tiempos de crisis de la globalización neoliberal y crisis climática, mucho más relevante que nunca. Luxemburgo y Chávez, desde sus propias trayectorias, nos enseñan que el poder popular no es solo un medio para alcanzar un objetivo, sino el fundamento mismo de cualquier proceso revolucionario o refundador auténtico. En un contexto global de crisis y reconfiguración de las izquierdas, su legado sigue siendo una fuente de inspiración para quienes buscan transformar radicalmente nuestras sociedades.
 

 
                     
                       
                       
                       
                      