La lejanía
Autor Jairo Alarcón Rodas
Antes de nuestra relación íbamos al encuentro el uno del otro, pero ahora avanzamos inevitablemente en direcciones opuestas.
León Tolstoi
Lejanía es una palabra que significa que algo que se encuentra distante de un punto a otro, que es lo mismo o equivale a estar separado de algo o de alguien. Así, por ejemplo, la ciudad de Guatemala está separada de Moscú, por 10, 814 kilómetros, un habitante de Burkina Faso lo está de otro que reside en Tuvalu, el sol se encuentra a una distancia de 4.25 años luz de la estrella más cercana, Próxima Centauri. De modo que lo primero que viene a la mente es establecer lo que está lejano o cercano en función de la distancia física y en tiempo.
La lejanía también puede ser el resultado de una ilusión, que surge a partir de los prejuicios sobre aquellos a lo que no se les alcanza a comprender, a los que se les considera diferentes, extraños y que, por lo tanto, se considera que se debe guardar distancia. Esa es la lejanía que surge en el racismo, en el apartheid, en la xenofobia, es la lejanía que destruye pueblos y desvaloriza lo humano en las personas que así actúan.
Estar lejos, en el caso de las relaciones que establecen los seres humanos, tiene al menos tres significados. Hay lejanías físicas, temporales y existenciales. La lejanía, como efecto de la separación, que puede ser el resultado de un rompimiento emocional de una disputa, de un enojo, es distinta a la causada por un hecho circunstancial, que motiva una ausencia temporal. Ambas tienen efectos distintos para los implicados.
En la primera, la posibilidad de volver a establecer una cercanía depende de la reconciliación, la otra, en cambio, de factores fortuitos o contingentes que puedan impedir el retorno, mas no la intención. En este caso, el reencuentro compensa el tiempo de separación y de espera, e irse, también significa volver y la distancia solo es cuestión de tiempo. En estos casos, se despiertan toda una serie de sentimientos de nostalgia, de tristeza, incluso de ira, de enojo, pero también de alegría, de gozo y satisfacción. En ellos puede haber confianza, pero también aflicción.
La lejanía, circunscrita en el tiempo, está relacionada con la duración del estar ausente, pues distancia también significa temporalidad. De ahí que puede existir un distanciamiento eventual, pasajero o permanente y otro, definitivo. Así, la expresión, me voy, pero pronto regresaré tras mi ausencia, no es lo mismo que me iré para no volver más, en la que la separación será total, tras la proximidad de la muerte.
Tener la esperanza de que, tras la separación, que equivale también lejanía, llegará una nueva reunión que consiste en cercanía y que no es lo mismo a ser consciente que la ausencia será definitiva, que ya no habrá el reencuentro, que la distancia será para siempre. Como un placebo, algunos confían en la vida después de la vida y creen en el reencuentro después de la muerte, para otros no lo habrá.
Creo que no volveré a ver a Carl, nunca más, dijo Ann Druyan, tras la muerte de su esposo Carl Sagan, conocido y recordado astrofísico, pero lo vi. Nos vimos el uno al otro. Nos encontramos el uno al otro en el cosmos, y eso fue maravilloso. Saber que no habrá un reencuentro, que la despedida será definitiva, le da un sentido existencial a la lejanía y un valor especial a la vida.
Valorar el presente, la cercanía, no aquella que se mide estrictamente bajo las coordenadas del espacio y tiempo sino, sobre todo, las que le dan valor al estar cerca, las emocionales, las que realmente son las que aniquilan la soledad y que únicamente son posibles con la vida. Eso es lo que muchas veces se olvida, al desperdiciar el tiempo, cada momento de esa cercanía.
Así, estar lejos es no estar presente o, mejor dicho, estar ausente, pero esa lejanía, en algunos casos, es para siempre. Sin embargo, la presencia puede tener una connotación existencial, de modo que estar físicamente presente no necesariamente significa estar cerca, ya que la presencia también significa lejanía al estar emocionalmente ausente.
Es la diferencia entre simplemente estar y sentirse presente o su equivalente en el estar solo o sucumbir en la soledad, lo que establece la lejanía emocional. Lo primero es físico, lo segundo es existencial. Estar ahí y al mismo tiempo ser nada, como lo dijera Juan Matus. Algunos rodeado de multitudes se sienten miserablemente solos.
No poder ver a alguien querido por mucho tiempo, no tener la posibilidad de platicar con él, no poder realizar lo que antes compartían, sin duda causa dolor, tristeza, angustia y sufrimiento. La lejanía tiene efectos en las emociones humanas, en la existencia de las personas.
Y así, también se crea alejamiento, rechazo, cuando alguien quiere ser parte, estar cerca y no se le toma en cuenta, se le aleja, se le excluye. Y, por el contrario, se puede estar muy cerca sin estar presente. Solo nosotros sabemos estar distantemente juntos dice Julio Cortázar para recalcar que ausencia no necesariamente es lejanía, que esta es relativa.
El sentimiento de pertenencia no solo tiene raíces culturales sino, también, afectivas, hay un deseo por pertenecer a determinados grupos, a ser arropados por otras personas, máxime si existen vínculos afectivos, sean estos consanguíneos o por afinidad.
Pero querer a alguien no necesariamente significa ser querido por este, lo que equivale a pretender ser aceptado por un grupo y ser rechazado por no haber reciprocidad del sentimiento. Es este tipo de lejanía la que, quizás, cause más dolor, ya que es pretender estar cerca y ser alejado o excluido.
Cuantos no hay que se sienten excluidos, no aceptados, alejados de determinados círculos, de grupos sociales o familiares y tal vez de la sociedad, causándoles dolor, aflicción y es lo que los obliga a alejarse de todo, a refugiarse en ellos mismos y a caer en un ostracismo aniquilante del que no pueden volver. De ahí que la lejanía existencial es soledad total.
A pesar de ello, volver a estar cerca para aquellos que así lo quieren es uno de los disfrutes más grandes que se presentan en la vida.
