China cambia de estrategia para impulsar el crecimiento

Romaric Godin
Tres años después de la quiebra del mayor promotor inmobiliario chino, Evergrande, Pekín saca la bazuca monetaria para intentar frenar el continuo debilitamiento de su economía. El martes 24 de septiembre de 2024, el Banco Popular de China (BPC), el banco central del país, anunció una serie de medidas de apoyo masivo a la economía en un alarde especialmente inusual.
El gobernador del BPC, Pan Gongsheng, convocó una rueda de prensa sin previo aviso para exponer su plan. En primer lugar, un recorte del tipo de refinanciación a siete días de los bancos, el equivalente al tipo de interés clave de China, del 1,7% al 1,5%. Esta medida debería provocar un descenso de los tipos a medio y largo plazo.
Al mismo tiempo, y por primera vez, el BPC ha duplicado este recorte de tipos reduciendo las reservas obligatorias de los bancos en 1 billón de yuanes (unos 128.000 millones de euros) y rebajando el tipo de interés de los préstamos inmobiliarios pendientes. Según Pan Gongsheng, esta última medida debería apoyar los ingresos de 150 millones de personas por valor de 150.000 millones de yuanes (unos 19.100 millones de euros).
El plan del BPC también incluye ayudas directas a la compra por parte del sector privado de terrenos propiedad de empresas inmobiliarias en dificultades, además de los 300.000 millones de yuanes (unos 38.200 millones de euros) concedidos en mayo a las autoridades locales para recomprar viviendas no vendidas. Se han suprimido las medidas adoptadas en 2021 por el Gobierno central para frenar la especulación inmobiliaria, en particular el recargo sobre la compra de segundas residencias.
Por último, el BPC anunció la puesta en marcha de un programa de liquidez de 500.000 millones de yuanes (unos 63.800 millones de euros) destinado a los actores de los mercados financieros chinos, incluidas las compañías de seguros, los fondos de gestión y los intermediarios. Estos agentes podrán recurrir a esta facilidad depositando acciones como garantía.
Pan Gongsheng ya ha prometido que, si la medida tiene éxito, podrían liberarse otros 500.000 millones de yuanes. Y por si fuera poco, las autoridades chinas han anunciado que están discutiendo un «fondo de estabilización» para «apoyar al mercado financiero». En total, se inyectarían 1 billón de yuanes en el sistema financiero chino.
La magnitud de la crisis china
Como es lógico, todas estas medidas han alegrado a los operadores bursátiles chinos y, en general, asiáticos. El índice CSI de Shanghai, por ejemplo, se disparó un 4,3%. Pero la amplitud del anuncio, tanto por los fondos inyectados como por la diversidad de las medidas, parece mostrar sobre todo que una forma de pánico se ha apoderado de las autoridades de Pekín.
Desde hace tres años, la crisis inmobiliaria pesa sobre el crecimiento chino. Con la huida hacia delante del país hacia la especulación inmobiliaria, que se aceleró en 2015-2016 cuando tuvo que tomar medidas contra la sobreproducción industrial, la construcción y el sector inmobiliario han representado hasta el 30% del PIB chino.
La quiebra de Evergrande en otoño de 2021 se extendió a otros grandes promotores con el mismo modelo de negocio (pagar por las construcciones en curso con pagos por futuras construcciones), paralizando lógicamente los programas inmobiliarios. Muchos compradores se encontraron sin fondos y sin vivienda, lo que provocó una caída de las ventas, ya fuera por falta de medios o por precaución. Como consecuencia, los precios se desplomaron, lo que provocó nuevas quiebras que, en última instancia, lastraron el sector de la construcción.

Precios inmobiliarios en China 2005-2024. FRED Reserva Federal de San Luis
Durante mucho tiempo, Pekín adoptó medidas de estabilización mínimas y las autoridades siempre se negaron a reconocer la gravedad de la situación. El impacto negativo sobre los ingresos y la confianza de los hogares se extendió y empezó a pesar sobre la demanda interna. Los precios empezaron entonces a caer de forma generalizada. En 2023, el deflactor del PIB, es decir, la variación de los precios aplicada al conjunto de la economía, cayó un 0,5%. Este inicio de deflación ha lastrado la rentabilidad del sector privado chino, lo que ha provocado un debilitamiento aún mayor de la demanda.
Para contrarrestar el fenómeno, las autoridades de Pekín respondieron intensificando la inversión en tecnologías punta y reactivando el motor exportador. China trató de sacar partido de sus tensiones internas exportando su exceso de capacidad a costes muy bajos. La estrategia ha funcionado en parte: según el Fondo Monetario Internacional (FMI), en 2023 las exportaciones chinas habrán ganado 1,5 puntos porcentuales de cuota de mercado en comparación con el periodo 2017-2019.
El problema es que estas ganancias de cuota de mercado están debilitando la demanda en otras economías, como Alemania en Europa, sin resolver los problemas internos, ya que se están realizando a precios bajos. Al mismo tiempo, la inversión masiva en tecnologías de vanguardia tiene dificultades para producir efectos macroeconómicos concretos: este sector no puede ser un motor de la actividad general.
Debilitamiento del crecimiento
En consecuencia, el crecimiento ha seguido debilitándose. En el segundo trimestre de 2024, el PIB chino creció un 4,7% interanual, muy por debajo de las expectativas de los economistas del 5,1%. Este nivel arroja dudas sobre el objetivo del Gobierno del 5% para el conjunto del año. El crecimiento está muy impulsado por la inversión pública en transportes e infraestructuras, pero la inversión privada está prácticamente estancada.
La situación actual es insostenible. El crecimiento se basa en la construcción pública de una capacidad ya excesiva en infraestructuras e industria. El efecto de arrastre de estas medidas es prácticamente inexistente: se limitan a mantener una forma de statu quo que, en el contexto chino, significa un crecimiento del 5%. La cifra del segundo trimestre demuestra incluso que esta estabilización no es una conclusión inevitable. Algunos economistas prevén un crecimiento no superior al 4% este año.
Semejante caída es inaceptable para el gobierno central chino, cuyo objetivo es alcanzar a las potencias occidentales en términos de PIB per cápita. Hoy, en términos de paridad de poder adquisitivo, el PIB per cápita de China es el 30% del de Estados Unidos. Por tanto, Pekín no puede esperar alcanzarlo con una tasa de crecimiento del 4%, que es 1,5 puntos superior a la de Estados Unidos. En otras palabras, para salir de la «trampa de la renta media» que Xi Jinping teme desde que llegó al poder, hay que mantener una tasa de crecimiento elevada.
Este objetivo parece cada vez menos defendible. Xi Jinping tuvo incluso que reconocer implícitamente este hecho el 12 de septiembre en un simposio en Lanzhou. No mencionó el objetivo del 5%, sino que dijo que China debía «aspirar a cumplir los objetivos y tareas de desarrollo económico y social para el año». Este sutil cambio de semántica preocupó mucho a los observadores. Sin duda reflejaba una forma de pánico.

Tasa de crecimiento trimestral a un año del PIB real en China desde 1989 © Tradingeconomics
El riesgo es que la espiral deflacionista se acelere y que todo el sector privado chino caiga en recesión. Las reacciones sobre el terreno son extremadamente preocupantes. El martes 24 de septiembre, el diario hongkonés South China Morning Post informaba de la crítica situación del sector chino de distribución de automóviles. El sector está atrapado entre la debilidad de la demanda, los agresivos recortes de precios y el exceso de existencias. Las empresas ya han perdido 138.000 millones de yuanes (unos 18.000 millones de euros).
Por el momento, la demanda pública está ayudando a reducir el impacto sobre el empleo, pero el paro juvenil sigue aumentando. A pesar de un cambio en el método de cálculo destinado a reducir la tasa de desempleo entre los jóvenes de 16 a 24 años, ésta se disparó en agosto hasta el 17,4%, frente al 13,2% de junio. Cuanto más fuerte sea la deflación, más difícil será mantener el empleo. Aquí, lo que está en juego pasa a ser político: el Partido Comunista Chino confía en una promesa de prosperidad y empleo que parece cada vez más difícil de cumplir.
Fracaso del modelo económico
En este contexto, Pekín ha decidido cambiar de estrategia y reconocer la gravedad de la situación. Las medidas anunciadas por el BPC pretenden apoyar al sector privado y poner fin a las dificultades del sector inmobiliario. La principal ambición es crear un «shock de confianza» que permita a empresas y consumidores reanudar el gasto y financiarlo mediante el acceso al crédito.
Sobre el papel, esto puede parecer un despertar bienvenido. Pero el éxito de la nueva estrategia china sigue siendo muy incierto. El problema de China es más estructural que cíclico; es un problema de modelo económico. Más que nunca, China sigue siendo el taller de un mundo con sobreproducción industrial, y su ritmo de crecimiento depende del gasto público, que a su vez depende del éxito de las exportaciones.
Pero para mantener su ritmo de acumulación de capital, el éxito de las exportaciones no es suficiente. Entonces, ¿no es la solución apoyar el consumo de los hogares aumentando los salarios? En realidad, esta opción, que ha sido durante mucho tiempo un objetivo, es difícil de alcanzar para el capitalismo chino.
Los aumentos de productividad del país son demasiado bajos para pasar a un sistema dominado por el consumo de los hogares. Aunque el aumento del consumo podría compensar temporalmente el exceso de capacidad industrial, amenazaría la competitividad exterior del país, que sigue basándose en gran medida en los costes, y provocaría un ajuste del gasto público. En última instancia, el crecimiento se debilitaría. Este fue un fenómeno bien conocido en Occidente en los años 70: el resultado del desarrollo del consumo de masas fue la desindustrialización y el debilitamiento del régimen de crecimiento.
Para salir de esta contradicción, China ya probó con la burbuja inmobiliaria, que empeoró aún más la situación. La idea de Xi Jinping de «desarrollar las nuevas fuerzas productivas», es decir, hacer de China el centro de las nuevas tecnologías, ha tenido mucho éxito, pero es ilusorio pensar que este sector pueda sustituir a los sectores tradicionales para proporcionar empleo e ingresos a la masa de la población. También aquí existe el riesgo de crear una burbuja.
El anuncio de Pan Gongsheng casi sugiere que el BPC espera desarrollar un régimen de crecimiento basado en la financiarización y el crédito. Pero también en este caso, a falta de perspectivas concretas, la única posibilidad es la de una burbuja financiera que, como la inmobiliaria, acabará por añadir crisis a la crisis.
La situación actual de China se compara a menudo con la de Japón en los años noventa. La comparación es en parte válida, y nos lleva a dudar del éxito del bazooka monetario. En Japón, la relajación monetaria no puso fin a la deflación, sino todo lo contrario, precisamente porque los salarios estaban bajo la presión de la competitividad exterior.
Pero la crisis china es aún más compleja, en la medida en que China no ha completado su desarrollo capitalista y se encuentra ante impasses propios de los países occidentales avanzados, como el exceso de capacidad industrial, el agotamiento de la financiarización y los límites del crecimiento tecnológico.
China ha logrado evitar todas las crisis desde su transición al capitalismo en los años ochenta. Ha evitado el destino de los países de la antigua URSS y no ha sido arrastrada por las crisis de 2001 y 2008. Pero desde hace unos diez años, se ha visto atrapada en la crisis del capitalismo mundial, del que se ha convertido en un eslabón esencial.
La velocidad de su desarrollo ha tenido por tanto un inconveniente: ha llegado al callejón sin salida al que han llegado los países avanzados demasiado rápido para el gusto de sus dirigentes. En China, como en todas partes, la necesidad continua de crecimiento del capital está en conflicto con las condiciones para lograrlo. Lo único que queda es una huida hacia adelante, como se practica aquí como en todas partes.
periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019. Fuente:
Mediapart
Fuente Sin Permiso
Traducción: Antoni Soy Casals
