Cuatro años para empoderar a la sociedad guatemalteca

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos.

George Bernard Shaw

La construcción de un Estado de Derecho parte de la puesta en vigencia de una democracia participativa, representativa y deliberativa. Acostumbrados a sombrías democracias, en donde los formalismos prevalecen sobre la participación efectiva de los actores de una sociedad, en Guatemala, se cierne actualmente una dictadura disfrazada de legalidad, tal forma de gobernar constituye uno de los más despreciables mecanismos del ejercicio del poder, sin embargo, para los corruptos, resulta ser el más efectivo.

La democracia, sin la participación real y efectiva del pueblo se desvirtúa, convirtiéndose en una triste mascarada, en la que quienes reciben el mandato para gobernar, a través de un proceso electoral, pueden corromperlo. Y en Guatemala, los presidentes electos, los diputados, los magistrados de las cortes, piensan, que con el solo hecho de haber sido electos, los faculta, les da la potestad de hacer lo que les plazca y hay que hacerles ver que no es así.

En el caso del ejecutivo y del poder legislativo, en este país, asumen que la población les ha firmado un cheque en blanco y hacen lo que se ajusta a sus interese y a los interese del mejor postor, en este caso del sector dominante, sin dar cuenta de lo actuado a la comunidad por la cual fueron electos, al pueblo en general. En gran parte, tal actitud se debe, al desinterés de la población en darle seguimiento al comportamiento de sus autoridades durante el ejercicio del poder. 

Pero, qué es la democracia, en qué consiste, cuáles son sus alcances. Si se atiende a su origen etimológico, es el gobierno del pueblo. Es claro que el pueblo en sí no puede ejercer el poder, por lo que lo delega, originando con ello a la democracia representativa, forma de gobierno que se consolida a través de la participación del pueblo, a partir de la elección libre de sus representantes.

Así, la democracia ateniense, por ejemplo, se caracterizaba porque sus ciudadanos participaban de las decisiones políticas y todos los cargos públicos eran elegidos por sorteo entre el conjunto de sus habitantes. En la democracia liberal, se añade la elección popular y el fomento del pluralismo, respetando el principio de la mayoría. Qué pasa, entonces, cuando se ha electo a las autoridades, pero el pueblo no participa de las decisiones políticas o no se siente representado, por aquellos a los que han electo, en ese caso, la democracia se degenera en una demagogia.

Hay que tomar en cuenta que en una sociedad en la que existen clases sociales, con una distante brecha entre ricos y pobres, la democracia resulta ser una ficción y la justicia una utopía. Desde luego que, siendo el gobierno del pueblo, los regímenes democráticos deberían tender al bien común, a la igualdad de derechos, al pluralismo.

Y así, en Guatemala, en donde es marcada la convivencia entre ricos y pobres, los ricos quieren hacerse cada vez más ricos a expensas de los cada vez más pobres. Decía Platón, en la medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna, menos piensan en la virtud y, en este país, no reparan en el bienestar de los demás. De esa forma, al crecer la desigualdad, continúa Platón, los pobres incultos terminarían superando en número a los acaudalados. Sin embargo, son estos, los acaudalados, los que, en realidad, manejan los hilos de una “democracia” de este tipo, sin virtud alguna, si no, simplemente, con el insano interés de acrecentar más su fortuna y sus privilegios.

Prosigue Platón, al referirse a la designación democrática de sus autoridades, que incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos; no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar. Lo que es aprovechado por una minoría, como es el caso del Pacto de Corruptos en este país.

Más tarde, Ortega y Gasset, al igual que el filósofo griego, ven el peligro al que puede conducir el hecho de que sean los hombres masa, los carentes de criterio, los que tomen las decisiones trascendentales de una sociedad en las elecciones, eligiendo a las personas inapropiadas para el difícil cargo de gobernar. Hecho frecuente en Guatemala, en el que, en cada periodo eleccionario, la población elige al menos peor y resulta ser nefasto para el país.

La masa es la que no actúa por sí misma, dice Ortega y Gasset. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tenga obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga. Exige y no aporta, actúa de esa forma pues no se le ha enseñado la responsabilidad que conlleva el vivir en sociedad ni la ha asumido como le corresponde y, por consiguiente, no comprende que cualquier acción que realiza incide, ya sea positiva o negativamente, en los demás.

La democracia funciona cuando la población está consciente de sus derechos, pero también de sus obligaciones y acciona para el bien común y sabe que vivir en sociedad significa cumplir con las ordenanzas genuinas que sustentan toda convivencia de ese tipo dentro de un marco de legalidad; Cuando se comprende que la democracia se nutre con la participación de cada uno de sus miembros. De ahí que, en toda auténtica democracia, las personas llegan a ser libes, pero no de hacer lo que les viene en gana, sino todo aquello que les brinde la posibilidad de crecimiento, lo que indudablemente contempla, para su consecución, al otro.

Dotar a los habitantes de una nación de las herramientas que le permitan actuar beligerantemente dentro de la sociedad, fortalecerá al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, entendiendo que pueblos, son todas aquellas personas que han decidido vivir dentro de un ámbito social y están dispuestos a cumplir con responsabilidad lo que eso representa.

Empero, cómo se puede construir una cultura beligerante en países como Guatemala, en el que la educación ha pasado a ser un instrumento de dominación para los intereses de una minoría que detenta el poder real del país y se le ha enseñado a callar, a repetir, a seguir órdenes. Cómo van a participar efectivamente en la toma de decisiones, en pro de la sociedad, si las nuevas generaciones son el resultado de una escuela herencia de los años de terror vividos durante 36 años, lo que inhibe a muchos de pensar políticamente. 

La liberación de una sociedad se manifiesta a partir de la transformación de sus habitantes y eso solo es posible a partir de una educación transformadora, de un modelo educativo que enseñe a pensar, que fortalezca los valores para una convivencia democrática.

Nos toca, a los guatemaltecos, cuatro años de observancia y participación en el gobierno de Bernardo Arévalo y Karin Herrera, acompañamiento que no debe consistir en críticas destructivas, sino, por el contrario, propositivas y, desde luego, el cumplimiento de las normas que rigen a todo Estado de Derecho. No se trata de que durante el próximo gobierno se reivindiquen derechos y peticiones sectarias, sino demandas sociales genuinas, aquellas que tiendan al bien común y a la justicia.

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