Un paso adelante, pero entre el sueño y la realidad, faltan otros que dar.

Mario Rodríguez A
Ayer viví algo que nunca antes había presenciado, una clasificación épica, un partido vibrante y una agonía inolvidable ante los fatídicos doce pasos del bendito fútbol. En pocos minutos, se concretó una histórica clasificación a las semifinales, pero de Copa Oro, no al Mundial.
Y como sucede siempre en el fútbol, ese deporte impredecible donde todo puede ocurrir, eliminamos al poderoso Canadá y quedó atrás la impotencia de quienes alguna vez vimos cómo nuestro equipo jugaba como nunca y perdía como siempre. Eso no ocurrió esta vez, y por eso mismo, vale la pena soñar, aunque sin caer en falsas ilusiones. Porque aún queda mucho camino por recorrer.
Es cierto que durante gran parte del partido contamos con un hombre más, y también hay que reconocerlo con honestidad, Canadá tiene mejores jugadores y un sistema futbolístico más organizado que el nuestro. Pero lo importante ahora es que avanzamos a la siguiente ronda. Y eso nos ha llenado de una ilusión renovada, una chispa de esperanza en medio de tantas dificultades cotidianas.
Sin embargo, nada habremos ganado si al final fracasamos en la eliminatoria. Si nuestro fútbol sigue igual que antes —con estadios deteriorados, equipos sin solvencia económica y gradas vacías—, sin olvidar la triste realidad de una dirigencia deportiva carente de visión y ética; entonces este triunfo será solo una luz fugaz en la oscuridad.
Eso sí, este momento implica que soñar con una clasificación al Mundial ya no es una utopía. Está a unos meses de concretarse. Y tal vez, por fin, dejemos de soñar y nos despertemos en una realidad posible. Mientras eso llega, podemos disfrutar de este instante. Soñar que se puede. Sentirnos campeones.
Pero también debemos superar aquellas voces que insisten en sembrar dudas: los que desean que la selección pierda porque «Tena gana demasiado», porque «siempre nos defraudan» o, peor aún, aquellos que como el fiscal Curruchiche, que parecen disfrutar salando al combinado nacional.
Debemos aprender a enfrentar críticas, fundadas o no, y apostar por creer. Sentirnos parte de un proyecto colectivo, sin olvidar que esto sigue siendo fútbol.
No obstante, tampoco podemos ignorar que esto también es política. Así como hoy algunos aprovechan el buen momento del equipo para lavarse la cara, también están esos otros que jamás reconocen los logros nacionales, como si nuestra gente fuera incapaz de hacer algo bien. Y están, además, esos mandatarios que tienen el poder y prefieren mirar hacia otro lado, permitiendo que los ineptos y corruptos sigan decidiendo sobre nuestros destinos.
Hoy prevalecen mis instintos más futboleros, pero sin cerrar los ojos ante las limitaciones reales del equipo, las carencias de nuestra sociedad y, sobre todo, ante el hecho de que el poder sigue en manos de esa camarilla corrupta incrustada en el Estado, especialmente en el sector justicia.
Así que no pequemos de ingenuos. Ayer dimos solo un paso adelante. Una grata sorpresa, como lo fue el triunfo de Arévalo en las últimas elecciones. Pero lo más importante y difícil está por venir. Ojalá que este logro no se quede en un simple alegrón efímero, como tantos otros que hemos vivido a lo largo de los años.
Solo pedimos que con determinación se enfrenten las adversidades y se venzan los miedos. Aunque no contemos con las mismas herramientas ni infraestructuras que otras ligas, la selección demostró que todo es posible si se lucha con inteligencia, coraje y valentía.
El triunfo de la selección es un mensaje claro para nuestros gobernantes: es posible cambiar la historia de este país. Pero no basta con soñar. Hay que enfrentar la adversidad con decisión, fuerza y, cuando haga falta, con verdadera valentía.
Porque el fútbol es solo un juego. Pero la alegría de un pueblo es mucho más que eso.