Un discurso, no frena el golpe

Mario

El presidente Bernardo Arévalo ha pronunciado por fin un discurso necesario. Frente a toda la nación en cadena nacional, salió a defender su mandato y denunció con firmeza a la fiscal general Consuelo Porras y al juez Fredy Orellana, a quienes calificó de «golpistas» y parte de una organización criminal que conspira para destruir la democracia.

Sin embargo, las palabras, por más enérgicas que sean, resultan insuficientes si no van acompañadas de acciones decisivas. Un llamado a la defensa sin una estrategia de fuerza no hace más que envalentonar a los criminales, quienes, sintiéndose dueños de la iniciativa, están a un paso de consumar el golpe.

El mandatario convocó a todos los sectores y a la comunidad internacional, invocando la Carta Democrática. Si bien estos llamados son válidos, revelan una peligrosa falta de iniciativa. Insistir en resolver esta crisis por la vía institucional demuestra una debilidad más, ignorando que ese tiempo ya fue superado por la realidad.

Imaginemos lo que podría suceder mañana, que la Corte de Constitucionalidad, cuyos integrantes responden al mismo pacto de corruptos, avale las acciones del juez Orellana y ordene ejecutarlas. O que la fiscal Porras solicite una orden de captura contra el propio presidente por cargos absurdos como desacato o abuso de autoridad. Se vale ser ingenuos, pero no suicidas tontos. La complacencia absurda tiene que terminar.

Si el gobierno afirma que quiere actuar dentro del marco de la ley, entonces que lo haga, pero con contundencia y que acompañe su discurso con acciones concretas. Si, como dijo Arévalo, Porras y Orellana forman parte de un plan criminal respaldado por el narcotráfico y el crimen organizado, ¿acaso eso no basta para declararlos terroristas por atentar contra el Estado de derecho? Si el término «terrorista» resulta incómodo, que se los declare traidores a la patria, sediciosos, golpistas.

Es hora de convocar al Consejo Nacional de Seguridad, decretar el estado de sitio para defender la democracia y actuar con determinación para neutralizar y capturar a los sediciosos. Seguir litigando en las cortes para defender la democracia es un error monumental, pues son esas mismas cortes las que instigan y avalan el golpe de Estado.

Hablar con energía está bien, pero es contraproducente si no va respaldado por medidas que corten de raíz el mal. Llamar a la unidad nacional pierde credibilidad cuando la democracia que se defiende mantiene en la cárcel a activistas y exilia a jueces y fiscales honrados, mientras los verdaderos operadores del poder siguen actuando con total impunidad.

Mientras Miguel Martínez ejerce con impunidad un poder e iniciativa que supera con creces al de todos los asesores presidenciales juntos, y Alejandro Giammattei continúa manejando el Congreso a su antojo, el gobierno se limita a anunciar investigaciones del FBI contra narcotraficantes y maras, medidas que, necesarias, no representan ninguna amenaza real para los «terroristas con toga» que operan desde sus despachos. Para colmo, Ángel Pineda, quizás el operador más determinante de toda esta estructura criminal, sigue siendo el gran fantasma del que nadie habla. Y en medio de esta crisis, ¿dónde está el Ejército?

Por lo que se ve, el ejército muestra fisuras alarmantes y solo aparece el ministro de la Defensa para respaldar al presidente. Es difícil de creer que plenas vísperas permite el robo de material de guerra de su propio cuartel, el mismo que sufrió el robo de granadas que posteriormente fueron a parar a manos de un cartel de narcotraficantes.

¿De verdad se cree que un discurso, por más firme que sea, puede detenerlos? ¿O que un llamado a la cordura va a frenar a quienes han secuestrado las instituciones?,¿O que otra condena de la comunidad internacional los haga reflexionar? En serio son tan ingenuos.

Los que están destruyendo la democracia no son solo los criminales con toga, sino quienes, por un apego idealista a un proceso institucional ya viciado, les permiten actuar. El discurso de Arévalo llegó tarde, pero es mejor tarde que nunca. La lección de la historia es clara: la Revolución de Octubre de 1944 fracasó porque, cuando hubo que luchar, se prefirió un camino institucional que no preservó nada y solo condujo al terror y la muerte.

Ahora, lo único importante es neutralizar a los golpistas. Las palabras han sonado; ha llegado la hora de actuar.

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