¿Se ha perdido el espíritu revolucionario?

JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Tengo una profunda fe en el porvenir, soy por naturaleza optimista y estoy seguro de que, con la ayuda del pueblo, la colaboración de todos los sectores que quieren el progreso económico, social y político del país y con una firme voluntad de mantener hacia delante la marcha revolucionaria, haremos de Guatemala un país próspero, moderno, modelo democrático y que conquistaremos para sus habitantes mayor bienestar y prosperidad. Jacobo Árbenz Guzmán.

Todo ser humano envejece, es la ley de la vida, pierde sus habilidades físicas, incluso las mentales, pero que así suceda no significa que desperdicie la energía vital que aún le queda, que se sumerja en una quietud estéril, que desaparezcan su vivacidad, su capacidad de asombro, la alegría de vivir, su espíritu revolucionario. Decía Heráclito, la naturaleza es cambio perpetuo, nada es permanente a excepción del cambio y así como todo cambia, los seres vivos, los seres humanos, las personas, que son parte de ésta, también lo hacen.

Y así, hay cambios imperceptibles que suceden en la realidad, otros, por el contrario, son más evidentes a la percepción sensible dada la interacción dialéctica entre los seres humanos y su contexto, proceso que, de alguna forma, altera a ambos. No obstante, dentro de estas transformaciones infinitas, la esencia de las cosas permanece. Entonces ¿qué es lo que cambia en las cosas? Es lo manifiesto, que se aferra al movimiento perpetuo, que de alguna forma incide en la esencia de las cosas, como lo explica la ley de saltos cuantitativos en saltos cualitativos.

Dicho lo anterior, un ser humano a pesar de que está en constante transformación con su entorno, tanto físico como mental, no puede cambiar radicalmente hasta convertirse en un perro, por ejemplo y, aunque algunos consideren que sí lo son, su naturaleza esencial y específica, su estructura molecular y potencial conciencia, reafirma que nacieron humanos y morirán siendo humanos.

Así, las personas pueden cambiar de convicciones, incluso degenerarse hasta convertirse en individuos perversos, crueles, rastreros, indiferentes al dolor ajeno o, por el contrario, elevar su condición, ser altruistas, humanos, sensibles ante el dolor y el sufrimiento de los demás, en fin, pueden ser revolucionarios o conservadores.

Partiendo de que todo en el universo es materia y energía, que la materia está en continua transformación, en eterno cambio, lo material permanece, ya que no tuvo principio ni tendrá fin, a pesar de que su condición específica sí la tiene. De ahí que, para Bergson, la materia es una de las formas en las que la duración se manifiesta, siendo esta, flujo continuo.

Qué sucede entonces con la materia altamente organizada, la evolucionada, la que es capaz de elevar la racionalidad al grado de la conciencia, la que puede percibir el mundo, la que le hace frente a la realidad y la describe, la que disfruta y busca serenidad, ¿qué sucede con los seres humanos? Con ella, las personas aspiran, desean, deciden, aciertan, se equivocan, actúan y lo hacen dentro de constantes cambios.

Las inquietudes son inherentes a los seres humanos, también el deseo de desarrollo y de progreso, pero cuando esos aspectos se pretenden alcanzar o se obtienen a través de la explotación, del daño que se le pueda causar a otros, cuando ese bienestar se logra por medio de la explotación, se convierte en perversión.

Hay sistemas sociales que se establecen para que un sector, un grupo, una élite, ostente privilegios a costa de los demás, sistema que crea desigualdades sociales, que traen consigo toda una serie de valores superfluos, hipócritas, egoístas, falsos en su mayoría, que genera miseria y descomposición social, que no se deberían de conservar si se pretende vivir en armonía social y, por el contrario, se deberían superar. Tipos de regímenes que Aristóteles denominó formas bastardas de gobierno, siendo estos, la tiranía, la oligarquía y la demagogia que tarde o temprano provocan descomposición social y dan cabida a las revoluciones.

¿Por qué se destruyen las familias, por qué de la irresponsabilidad de muchos hombres, del machismo, qué es lo que causa la delincuencia, el irrespeto a las normas de convivencia y la corrupción en las sociedades? Sin duda, que muchos de esos flagelos tienen su origen en la desigualdad que prevalece dentro de las sociedades, que son el resultado de la mala repartición de la riqueza y de la falta de oportunidades para el desarrollo de cada individuo. Una sociedad sana es la que resguarda la integridad de sus habitantes. La que le da acceso a la posibilidad de revolucionar su pensamiento en función de un comportamiento social más idóneo.

A pesar de que no se les proporcionan la posibilidad para su desarrollo, que no se crean las condiciones para un estado de bienestar, que existen privilegios para unos, se exige que los habitantes se comporten responsablemente, que conserven valores que no corresponde a la realidad material en la que viven, eso es lo que defiende la derecha y que la izquierda les cuestiona.

Es ese tipo de conservadurismo que la derecha defiende hipócritamente, la que no se puede tolerar en una sociedad que aspire a la justicia y a la equidad. De ahí que sean los sistemas injustos los que despiertan, en algunos, la sed revolucionaria del cambio, que empeñen su vida para construir sistemas más justos y ecuánimes, en donde la libertad sea una satisfacción para todos.  

Por qué surgieron visionarios como Karl Marx, Vladimir Ilich Uliánov, Mao Zedong, Ho Chi Minh, Rosa Luxemburgo, Ernesto Guevara, Fidel Castro, Augusto Cesar Sandino y, en el caso de Guatemala, Juan José Arévalo, Jacobo Árbenz, Marco Antonio Yon Sosa, Luis Turcios Lima, Rogelia Cruz, Manuel Colom Argueta, Oliverio Castañeda, por mencionar algunos, que aspiraron a un cambio en la sociedad. Obreros, campesinos, estudiantes, políticos, mujeres y hombres que entregaron su vida para la construcción de un mundo mejor. Por qué, en ellos, el espíritu revolucionario estuvo presente hasta el último momento de sus vidas.

Bertolt Brecht en los imprescindibles, menciona a aquellos que, en la historia, han dejado su nombre marcado a la posteridad.  Hay hombres que luchan un día y son buenos, hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero quienes luchan toda la vida, esos son los imprescindibles. Son estos los mártires de la historia que hay que honrar e imitar en su lucha incansable por la humanidad.

Qué les sucede a las actuales generaciones, qué ocurre con la juventud actual, sobre todo en un país como Guatemala, ávido de cambios, de justicia y democracia. Por qué de su apatía, de su falta de interés político, su desinterés por aprender y convertirse en sujetos críticos, a qué se debe que no cumplen con su papel que están obligados a desempeñar en la sociedad. Por qué se han apagado sus inquietudes, se ha extinguido su espíritu revolucionario, por qué se acomodan siendo, simplemente, parte del engranaje del sistema. El terror es la respuesta, sin embargo, el espíritu de lucha debe volver a renacer ya que es parte de la condición de humanos.

De la época de terror se ha pasado al de la alienación, que actualmente padecen las sociedades, a través de la influencia que ejercen los medios de comunicación y los procesos educativos domesticadores, que las élites dominantes proponen para mantener el control de la población. Y así, el sistema capitalista que, cabe señalar, cifra su vigencia a partir de la ignorancia de la población, difunde creencias religiosas, promueve distractores, propaga mensajes ideológicos, defiende el conservadurismo, recurre a las mentiras, fortalece el terror, el miedo, las injurias.

Aldous Huxley decía: Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros de la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre. Por desgracia eso está sucediendo actualmente y si no se es consciente de ello, el adormecimiento será total y catastrófico.

En un ambiente de contradicciones de clase, como las que se dan en el capitalismo, en donde se resaltan los estratos sociales, el individualismo prevalece y, con éste, el egoísmo sepulta todo intento de solidaridad, lo que conduce a la indiferencia ante los males ajenos, al adormecimiento de las conciencias, a la parálisis política en la que la mayoría de los jóvenes cae presa.

Así, se extingue todo intento revolucionario, todo deseo por transformar la sociedad y contribuir a un mundo mejor, más justo y humano. ¿habrá la posibilidad de encenderlo nuevamente? En la juventud está la respuesta y que, como decía Salvador Allende, ser joven y no ser revolucionario es una contradicción biológica. Pero, para lograrlo, se debe fortalecer el pensamiento crítico, que no solo consiste en la sensibilidad social, sino en el aprendizaje de aspectos teóricos y prácticos, necesarios para situarse y tomar el control sobre la realidad, que incluye la responsabilidad que constituye vivir en sociedad.

Lenin decía: La verdad es siempre revolucionaria, de modo que, si se pretende que prevalezca la verdad, si se quiere dejar atrás el mundo de las mentiras y falsedades, de inequidades y oscuridad, el espíritu revolucionario no puede sustentarse en ellas. Y, por aparte, se debe actuar éticamente, solidariamente, fraternalmente, pues no debemos olvidad, decía Rosa Luxemburgo, que no se hace la historia sin grandeza de espíritu, sin una elevada moral, sin gestos nobles.  De lo contrario, todo desembocará en un fracaso, se pervertirá el intento de reconvertir la sociedad en una más justa y ecuánime.

Qué vivan las revoluciones que han cambiado positivamente la vida de muchas personas, que han reivindicado derechos, que han dado paso a un mundo más justo, que han propiciado un hálito de esperanza para la humanidad; qué viva el espíritu revolucionario que han intentado aniquilar las fuerzas oscuras, que continúa latente en hombres y mujeres del mundo para bien de la humanidad.

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