La medicina medieval de la economía dominante contra la inflación

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James K. Galbraith

Teniendo en cuenta que la tasa de inflación de los Estados Unidos alcanzó su punto máximo en junio de 2022, no hay pruebas de que la política monetaria tuviera ningún efecto significativo en la dirección que tomaron los precios. Sin embargo, al igual que los médicos premodernos comprometidos con la antigua teoría humoral de la enfermedad, los economistas de la economía convencional han demostrado hoy que carecen de las herramientas para curar al paciente.

Cuando las evaluaciones de la cuasi-inflación de 2021-22 aparecieron este mes en los principales medios de comunicación norteamericanos, el pronóstico era bueno: la fiebre ha remitido y puede que ya haya desaparecido. Los últimos informes sobre el gasto en consumo personal eran jubilosos. Si las tendencias se mantienen, «es probable que un éxito así configure el legado [del presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell]», señaló Jeanna Smialek, del New York Times

El artículo de Smialek ilustra el fetiche del culto a la Fed. Los dos economistas que cita, un ex funcionario de la Fed y un banquero, se muestran decididos a dar crédito a Powell y sus colegas. «La Reserva Federal parece ahora mismo bastante buena», afirma uno de ellos. «Ciertamente lo han hecho muy bien», dice el otro. Sin embargo, algunos lectores pueden albergar dudas, porque, como señala Smialek, tenemos «un resultado que los propios economistas [de la Fed] consideraban improbable hace sólo seis meses».

¿Qué debemos pensar de esto? Supuestamente, las actuaciones de la Fed «desempeñaron un papel en … impedir que los consumidores ajustaran sus expectativas». Sin embargo, ninguno de los expertos, incluidos los profesionales que orientan la política, compartía el optimismo inflacionista que hoy se atribuye a las masas consumidoras, ni siquiera detectó su presencia. Con todas sus encuestas y todos sus modelos, se vieron sorprendidos. 

Smialek admite que hubo otros factores en juego, señalando que «los tipos de interés más altos no curaron las cadenas de suministro». Podría haber ido más lejos, recordando a los lectores que la inflación alcanzó su punto máximo en junio de 2022, sólo tres meses después de que la Reserva Federal empezara a subir los tipos de interés. En ese momento, el tipo de interés oficial de la Fed había subido sólo 75 puntos básicos, y nadie sabía cuánto más podría subir. De hecho, no tenemos pruebas de que la política monetaria haya tenido un efecto significativo en el curso de los precios, ni antes del punto de inflexión de junio de 2022 ni después.

En la medicina moderna, un diagnóstico específico suele conducir a un tratamiento específico. Pero no es el caso de la economía moderna. Por el contrario, la ausencia de una secuencia ordenada en el reciente episodio recuerda el enfoque medieval de la medicina, según el cual toda enfermedad derivaba de un desequilibrio de los cuatro «humores» corporales. Y, como en la medicina premoderna, el tratamiento es siempre el mismo, independientemente de la naturaleza del desequilibrio humoral. Los médicos medievales extraían sangre; los banqueros centrales modernos suben los tipos de interés. El paralelismo es exacto, porque el pensamiento no ha cambiado. 

Hoy en día, en la macroeconomía dominante, la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra se han visto substituidas por el dinero, el gasto público, el empleo y las expectativas. Mientras que los pocos monetaristas que quedan culpan a la «impresión de dinero», los fiscalistas se centran en los déficits presupuestarios. También están los partidarios de la curva de Phillips, para quienes una tasa de desempleo baja debe ser señal de peligro. Las teorías de las expectativas cubren las lagunas dejadas por las otras tres.

Pensemos en Lawrence H. Summers, el profesor de la Universidad de Harvard y ex Secretario del Tesoro estadounidense a quien el Financial Times describe acertadamente como «uno de los economistas más influyentes de nuestro tiempo». Desde principios de 2021, fue también el  principal halcón inflacionista de los Estados Unidos, que pronosticaba una inflación elevada y persistente y exigía fuertes subidas de los tipos de interés. 

Los primeros análisis de Summers se reducían a dos afirmaciones: el mercado laboral estaba demasiado recalentado y el estímulo fiscal -alivio de la pandemia, gasto en infraestructuras, incentivos a la inversión- era demasiado contundente. La primera preocupación se basaba en la curva de Phillips, una reliquia de los años 60; la segunda se basaba en la experiencia de la guerra de Vietnam, también de los años 60. Tal como revela Summers en una reciente entrevista con el Financial Times, sus herramientas de diagnóstico no han evolucionado mucho desde su adolescencia. Aunque admite que «ciertamente no ha sido un periodo glorioso para la curva de Phillips», se apresura a añadir: «Pero no estoy seguro de que tengamos una teoría alternativa satisfactoria».

Suponiendo que «nosotros» se refiera a los economistas de la economía convencional, Summers está en lo cierto. Relega el monetarismo de Milton Friedman a casos «extremos» como Argentina, y se muestra ambivalente sobre las expectativas. Según la teoría de las expectativas, señala, «la inflación la fijan las expectativas de inflación, y las expectativas de inflación las fijan las personas que forman las expectativas de inflación.» Teniendo en cuenta este razonamiento circular, concluye Summers, «la teoría de la inflación se encuentra en un desorden muy substancial».

Salvo que no lo está. Había, y hay, un punto de vista en competencia, descartado en su momento como «equipo transitorio». Summers reconoce nuestra existencia, y reconoce incluso admite que nos hemos impuesto por ahora. Pero no se atreve a enfrentarse a nuestros argumentos. En su lugar, afirma: «Irónicamente, si el equipo transitorio acaba viéndose reivindicado, será porque no se siguieron sus consejos políticos. Será porque la Reserva Federal actuó con suficiente firmeza». Aquí nos encontramos con el espíritu tardomedieval en plena floración. Los consejeros no tienen ni idea, y el chamán está ciego, pero no pueden ponerse en tela de juicio sus poderes mágicos. 

El 18 de diciembre de 2023, Rachel Siegel y Jeff Stein, periodistas del Washington Post escribieron que «la economía está terminando el año en una posición notablemente mejor de lo que casi nadie…había predicho en la economía dominante». La referencia a la «economía dominante» nos recuerda que existe una alternativa, cuyas predicciones, en esta ocasión, resultaron más acertadas. Los periodistas del Washington Post explican los factores temporales que realmente impulsaron la cuasi-inflación de 2021-22: “shocks” energéticos, interrupciones en la cadena de suministro, vivienda. Y luego se aventuran un paso más cerca de la línea prohibida. Sin dejar de dar crédito a la Reserva Federal, también señalan las medidas que la administración Biden tomó para hacer frente a estos problemas específicos. 

Esto es a medias correcto. Las políticas de la Casa Blanca -incluidas las ventas de la reserva estratégica de petróleo y la presión sobre los puertos para que permanezcan abiertos las 24 horas del día- fueron importantes. También lo fueron las fuerzas del mercado y el simple paso del tiempo. La política de la Reserva Federal no tuvo nada que ver. 

Por supuesto, reconocerlo sería ir demasiado lejos. Significaría que la economía está pasando de la era de las sangrías y los conjuros a otra inspirada, por ejemplo, en Louis Pasteur (pionero de la inmunología) y Alexander Fleming (el descubridor de la penicilina). Si la economía se convirtiera finalmente en una disciplina en la que diagnósticos específicos condujeran a curas específicas, los nigromantes tendrían que desaparecer. Aún no hemos llegado a ese punto, pero quizá llegue ese momento.

James K. Galbraith

Profesor de Relaciones Gobierno/Empresa en la Unicersidad de Tejas, Austin, fue miembro del Comité de Banca de la Cámara de Representantes y director ejecutivo del Comité Económico Conjunto del Congreso norteamericano. Entre 1993 y 1997, fue asesor técnico jefe de reformas macroeconómicas en la Comisión de Planificación Estatal de China. Es coautor (con Jing Chen) de Entropy Economics: The Living Basis of Value and Production (University of Chicago Press), de próxima aparición. Fuente:

Project Syndicate

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