La Dependencia Estructural en la Economía Mundial*

Luis Armando Ruiz
Orígenes, Dinámicas y Consecuencias para el Desarrollo Nacional
Introducción
En la memoria de quienes lucharon incansablemente por un desarrollo autónomo de nuestra patria en la Revolución de Octubre de 1944, y a quienes persistentemente sostuvieron los mismos ideales tras la contrarrevolución de 1954 — muchos de ellos asesinados, secuestrados, desaparecidos o expulsados —, se inscribe el presente análisis. Su sacrificio no fue en vano; constituye la raíz histórica de una lucha que, lejos de ser un capítulo cerrado, define la encrucijada actual de la nación guatemalteca.
El presente artículo constituye la primera parte de una trilogía analítica que examina los bloqueos estructurales al desarrollo autónomo de las naciones periféricas, con especial énfasis en la experiencia latinoamericana y guatemalteca. En este primer segmento, nos dedicaremos a desentrañar los fundamentos teóricos e históricos de la dependencia, entendida no como un estado de atraso superable, sino como una condición estructural y funcional al sistema capitalista global. Comprender esta lógica es el primer paso indispensable para cualquier diagnóstico serio sobre los desafíos del desarrollo económico en Guatemala y para la formulación de políticas que aspiren a una verdadera soberanía económica. Lejos de ser una reliquia del pasado, el marco de la dependencia ofrece las herramientas críticas necesarias para interpretar las persistentes asimetrías de la economía mundial contemporánea y la posición subordinada que en ella ocupa nuestro país. Honrar la memoria de aquellos luchadores exige, precisamente, comprender la naturaleza del sistema que se empeñaron en transformar.
La Dependencia como Condición Estructural del Capitalismo Global
La teoría de la dependencia, surgida con fuerza en América Latina durante las décadas de 1960 y 1970, representa un quiebre fundamental con las visiones ortodoxas del desarrollo. Frente a la noción lineal y etapista — que presenta al subdesarrollo como una fase previa al desarrollo, susceptible de ser superada mediante la adopción de recetas tecnocráticas y la imitación de los patrones de los países centrales —, teóricos como Theotonio dos Santos, Ruy Mauro Marini y Fernando Henrique Cardoso propusieron una lectura dialéctica y estructural. Para ellos, el subdesarrollo y el desarrollo son dos caras de una misma moneda: el resultado histórico de la expansión mundial del capitalismo.
Como afirma Dos Santos (1978), la dependencia es una condición que configura un cierto tipo de estructura productiva, destinada a satisfacer las necesidades del centro, y que genera, a su vez, una estructura de consumo y un estilo de desarrollo adecuados a esas necesidades”. Esto significa que las economías periféricas no fueron simplemente “incorporadas” al mercado mundial, sino que fueron “constituidas” desde sus orígenes con una función específica: actuar como proveedoras de materias primas, mano de obra barata y mercados cautivos para los bienes industriales de las metrópolis. La famosa “división internacional del trabajo”, lejos de ser una especialización beneficiosa para todas las partes, fue, en palabras de Eduardo Galeano (2004), la distribución de funciones “entre el jinete y el caballo”.
Esta relación de subordinación no es meramente externa. Uno de los aportes más cruciales de la teoría de la dependencia es haber demostrado cómo este vínculo se internaliza en la estructura social y política de los países periféricos. Cardoso y Faletto (1979) enfatizaron que la dependencia se sostiene mediante “alianzas de clases” entre las élites locales—agroexportadoras, comerciales y, posteriormente, financieras—y el capital transnacional. Estas élites encuentran en su rol de intermediarias una fuente de acumulación y privilegios. Por ello, como señala acertadamente Franz Hinkelammert, estas clases no tienen ningún interés material concreto para oponerse a que sus países se transformen en periféricos (citado en Ruiz, 2025, p. 4). Su racionalidad económica no apunta a la construcción de un proyecto nacional autónomo e industrializador, sino a la maximización de su beneficio dentro del esquema de complementariedad impuesto. En Guatemala, esta dinámica se ha expresado históricamente en la preeminencia de la oligarquía agraria y su alianza con conglomerados extranjeros, primero en el café y el banano, y luego en otros sectores.
Las Fases Históricas de la Dependencia y la Imposibilidad del Desarrollo Autónomo
Dos Santos (1970) identifica tres fases históricas en la evolución de la dependencia: la colonial, basada en la extracción pura de metales preciosos y la esclavitud; la financiero-industrial, donde las economías periféricas se especializan en la exportación de bienes primarios financiados por capitales del centro; y la dependencia tecnológico-industrial, vigente en la era de los monopolios y las corporaciones transnacionales.
Es en la segunda fase donde se consolida el patrón que aún hoy marca a fuego a economías como la guatemalteca. El texto base lo sintetiza con precisión: en el siglo XIX “no hubo condiciones objetivas y subjetivas, internas ni externas… que propiciaran una vía de desarrollo distinta hacia el capitalismo autónomo” (Ruiz, 2025, p. 1). La independencia política no vino acompañada de una independencia económica. Las nacientes repúblicas quedaron insertas en un orden mundial donde la industrialización era un privilegio del centro, y la periferia estaba condenada a ser su complemento agrario-minero. Cualquier intento de alterar este rol—como los precoces esfuerzos industrializadores—chocaba contra una triple barrera: la competencia de productos manufacturados más baratos y avanzados del centro, la falta de un mercado interno robusto debido a la extrema concentración de la riqueza, y la oposición activa de las élites locales vinculadas al modelo primario-exportador.
Este último punto es crucial. La llamada “burguesía nacional” en la periferia rara vez ha tenido la fuerza o la voluntad para liderar un proceso de desarrollo autónomo. Su acumulación depende de su conexión con el mercado mundial y, por lo tanto, su horizonte es el de un “capitalismo dependiente y asociado”. El desarrollo que se logra bajo este esquema es, usando la categoría de Celso Furtado (1961), un “crecimiento sin desarrollo”: puede haber expansión del PIB, aumento de las exportaciones e incluso modernización de enclaves, pero no hay una transformación estructural de la economía, ni una desconexión de la lógica del centro, ni una distribución equitativa de los frutos del crecimiento. Por el contrario, este patrón tiende a ser “concentrador y excluyente”, reproduciendo y agudizando la heterogeneidad estructural — la coexistencia de sectores de alta productividad con vastos sectores de subsistencia — y la desigualdad social.
A manera de conclusión (Primera Parte)
La dependencia debe entenderse como una necesidad histórico-estructural del capitalismo global. No es un error de ruta ni un déficit de modernización, sino una relación simbiótica donde el desarrollo del centro requiere y reproduce el subdesarrollo de la periferia. La imposibilidad de un desarrollo autónomo en Guatemala no es, por tanto, consecuencia de carencias culturales o técnicas, sino el resultado de una inserción subordinada en el sistema mundial, internalizada y perpetuada por alianzas de clases domésticas.
Este marco teórico permite interpretar la historia económica de Guatemala no como una sucesión de oportunidades perdidas, sino como la expresión concreta de esta lógica estructural y el convencimiento que sin esta lógica la burguesía nacional guatemalteca desaparece.
En el siguiente artículo, analizará cómo este orden se defiende a sí mismo, examinando los mecanismos extraeconómicos — específicamente, las intervenciones directas—que se activan cuando la dependencia es desafiada, tomando como caso paradigmático el derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz en 1954. Comprender la teoría es fundamental, pero es en la práctica histórica donde la violencia del sistema se revela en toda su crudeza.
[1] Documento de trabajo preparado para el Instituto Guatemalteco de Economistas y el Laboratorio de Ideas Económicas Radicales, en el marco de una colaboración interinstitucional para el análisis económico crítico.