Hacia una articulación democrática amplia
Marco Fonseca
La conformación de una Asamblea Permanente de organizaciones sociales en Guatemala, anunciada el 2 de mayo de 2025, representa un nuevo punto de inflexión en el proceso de recomposición de las fuerzas populares que, desde 2023, han sido blanco de una ofensiva jurídica, mediática y política por parte del régimen restaurador encabezado por el Pacto de Corruptos. Esta nueva instancia de articulación no surge en el vacío: es respuesta y continuidad al ciclo de movilizaciones indígenas y populares que, con el liderazgo de las 48 Cantones, CODECA y otras autoridades ancestrales, logró en su momento frenar intentos golpistas y presionar por el respeto al resultado electoral.
Lo que resulta particularmente significativo en esta coyuntura es que la Asamblea Permanente no solo expresa solidaridad con los ex-dirigentes de 48 Cantones recientemente capturados –Luis Pacheco y Héctor Chaclán– sino que convierte esa solidaridad en acción política articulada. La convocatoria incluye sectores históricamente dispersos, marginados y fragmentados: colectivos de mujeres, juventudes, organizaciones indígenas, campesinas, obreras y de diversidad sexual y de género. Qué tan amplia y profunda es esta red de esperanza es una cuestión que queda pendiente de análisis. Pero este ensamblaje, aunque aún incipiente y liminal, va en la dirección de lo que hemos llamado una articulación democrática destituyente, es decir, una práctica organizativa que no se limita a resistir los embates del orden oligárquico y colonial, sino que busca deslegitimar sus fundamentos e instituir nuevas formas de poder popular y democrático por medios asambleístas.
En el contexto actual, donde el Ministerio Público ha instrumentado una guerra jurídica para neutralizar a los liderazgos comunitarios e indígenas, como bien ha sido documentado en varios lugares y por varios medios, la Asamblea Permanente debe leerse como una respuesta de alto contenido político: no solo como defensa, sino como afirmación. Afirmación de un proyecto nacional-popular que no se articula en torno al clientelismo partidario ni a la delegación pasiva, sino al ejercicio directo del poder desde los territorios, desde las comunidades, desde las alianzas amplias y éticamente fundadas en la memoria de lucha.
Al mismo tiempo, esta articulación pone en evidencia las limitaciones estructurales tanto del proyecto institucional de Semilla como el de otras instancias partidarias. Como argumento en mi texto “Es necesario un partido sucesor de Semilla”, el gobierno de Arévalo ha fracasado en construir puentes sólidos con las bases sociales organizadas, quedando atrapado en los márgenes estrechos del republicanismo liberal, incapaz de responder a la ofensiva del sistema judicial cooptado ni de promover una reforma sustantiva del Estado. La Asamblea Permanente aparece, así, como una fuerza que demanda llenar ese vacío. Y no lo hace como partido político en el sentido tradicional, o como un movimiento de viejo tipo, y ni siquiera como una vez lo hizo la Asamblea de la Sociedad Civil en el contexto de las negociaciones de paz en los 1990s (aunque haya presencia de alguna gente que participó en ese experimento noventista), sino como una forma embrionica de contrahegemonía articulada desde abajo, que recuerda a otros movimientos constituyentes como la Asamblea Social y Popular en Guatemala después de 2015 y en el resto de Latinoamérica que dieron lugar a transformaciones profundas durante la primera ola progresista, pero ahora con un aprendizaje crítico multiplicado: no basta con acceder al Estado, es necesario reinventarlo.
No cabe duda que han y habrán de haber algunas voces críticas sobre esta nueva instancia de articulación. Empezando con los “realistas” que creen que ahorita lo que hay que hacer es “unirse” a la expresión partidista que tenga más y mejores chances de suceder a Arévalo aunque sea diluyendo los principios democráticos de tal modo que solo quede el cascarón de las ideas en forma de otro partido centrista. Siguiendo con los/as sectaristas que, desdes sus respectivas plataformas o movimientos siguen creyendo que son o que representan la pura vanguardia de la “clase obrera” o de la “alianza obrero-campesina” en Guatemala. Finalizando con todo lo que hay de por medio, un alto número de gente cuya religión es el cinismo y cuya moralidad e ideología se reducen a la indiferencia y la conspiración. Con esta gente poco se puede dialogar. Pero hay muchos otros movimientos, colectivos y gente comprometida que está ansiosamente esperando el momento que surgan espacios para poder articular y ensamblar un proyecto realmente democrático.
Frente al carácter excluyente y racista de las capturas recientes que son, como bien se ha dicho ya varias veces, actos de revancha y de criminalización de las formas propias de autogobierno de los pueblos originarios, la respuesta no puede ser puramente moral, jurídica o institucional. Tiene que ser política, estratégica y de largo aliento. En este sentido, la Asamblea Permanente debe trazarse un horizonte organizativo amplio, tejedor de redes, galbanizador de espacios democráticos abiertos y no jerarquizados ni dominandos por dirigencias que, aunque tengan experiencia y estén bien fogadas, tienden a monopolizar la voz y el control; debe ser una articulación que no dependa exclusivamente de la coyuntura represiva o del nuevo ciclo electoral que ya se avecina, sino que permita consolidar un campo político autónomo, plural, anticapitalista y descolonizador.
Por último, este momento puede ser también el inicio de una nueva pedagogía política. No solo se trata de articular estructuras y vocerías, sino de generar un lenguaje común que nombre la injusticia estructural, que vincule la defensa del territorio con la defensa de la democracia, que cuestione el desarrollo extractivista y el racismo sistémico, y que proponga nuevas formas de vivir y gobernar. Si algo deja ver este nuevo esfuerzo de articulación, es que la esperanza no está muerta, que la fuerza comunitaria organizada persiste, y que incluso bajo ataque, las raíces del poder popular siguen creciendo bajo la superficie y siguen surgiendo desde la subalternidad.
