Después del “Gran Israel”, Netanyahu quiere una “súper Esparta” y “terminar el trabajo en Gaza”

por Thierry Meyssan
El tránsito de Netanyahu de un conservadurismo sin complejos al nazismo es cada vez más evidente. Después de haber reivindicado la misión «histórica y espiritual» de hacer realidad el “Gran Israel” –lo cual significa conquistar los territorios de sus 7 vecinos–, Netanyahu acaba de lanzar un llamado a convertir Israel en una “súper Esparta”, o sea a militarizar el país y cesar toda forma de comercio con sus aliados. Si las palabras significan algo, Netanyahu no para de darnos a entender que sus figuras de referencia son los fascistas Zeev Jabotinsky y Leo Strauss. De bandazo en bandazo, el primer ministro de Israel ofreció un verdadero ejercicio de mentira descarada ante la Asamblea General de la ONU, atribuyendo los pensamientos más oscuros a sus adversarios y reclamando el “derecho” a continuar la masacre.
La semana pasada ponía yo en guardia a nuestros lectores, sobre todo a los israelíes, sobre la rápida deriva fascista –y «quizás nazi», como dijera Ben Gurion sobre Vladimir “Zeev” Jabotinsky– de Benyamin Netanyahu [1]. En ese artículo señalaba yo, en efecto, la conversión pública del primer ministro israelí a la doctrina del “Gran Israel”.
Es fundamental recordar que con el mito del del “Gran Israel” se trata de justificar no sólo la anexión de todos los territorios palestinos ocupados sino también la extensión del Estado de Israel sobre el este de Egipto, parte de Jordania y de Arabia Saudita, todo el Líbano, la mayor parte de Siria y una parte de Irak, hasta reconstituir el antiguo Imperio asirio «desde el Nilo hasta el Éufrates».
Aquel anuncio, que Netanyahu hizo exclusivamente en hebreo –o sea, sólo para sus conciudadanos israelíes–, suscitó enérgicas críticas de parte de los dirigentes árabes y llegó, el 23 de septiembre, hasta el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El ministro de Exteriores de Argelia, Ahmed Attaf, declaró ante ese órgano de la ONU que «la ocupación israelí compromete toda perspectiva de creación de un Estado palestino independiente y soberano, no sólo en el terreno sino también en las mentes. Alimentado con el mito del “Gran Israel”, el gobierno israelí trata de redefinir las fronteras de la región y de extender su hegemonía pisoteando el derecho internacional y las normas que rigen la coexistencia pacífica entre los Estados.» El representante permanente de Rusia se hizo eco de esa declaración.
Es en efecto imposible no interrogarse ante esta referencia que el primer ministro Netanyahu siempre había evitado antes a lo largo de toda su carrera política, pero que hoy enarbola mientras se perpetra el «genocidio» en Gaza.
El uso del término «genocidio» no es un antojo de jurista sino la calificación sabiamente sopesada del “Comité Especial encargado de Investigar las Prácticas Israelíes que Afectan los Derechos Humanos del Pueblo Palestino y Otros Habitantes Árabes de los Territorios Ocupados”, que entregó su informe (referencia A/79/363) [2], el 20 de septiembre, a la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Pero es también la conclusión de Yifat Tomer-Yerushalmi, el abogado general de las fuerzas armadas de Israel, quien advirtió al estado mayor de esas fuerzas que no se podía desplazar 1,2 millones de habitantes de Gaza sin garantizar qué va a pasar con todas esas personas. Sin embargo, el 8 de septiembre, el jefe del estado mayor, el general Eyal ’Amir, simplemente ignoró esa objeción. Es la primera vez desde la creación del Estado de Israel que un jefe de estado mayor ignora las advertencias de un abogado general.

Poco importa. Benyamin Netanyahu ahora reivindica su compleja herencia del fascismo y del nazismo. El 15 de septiembre, en una conferencia organizada por el contralor general de Israel, el primer ministro Netanyahu declaró que, en adelante, el mundo entero está en contra del Estado de Israel –lo cual es falso, está contra la política de Netanyahu–, sobre todo los europeos que están cediendo a la presión de sus inmigrantes árabes y musulmanes.
Para Netanyahu, el enemigo ya no es el Hamas o Irán sino Bélgica y España. Y prosiguió diciendo que Israel debe convertirse en un país autárquico… en una «súper Esparta», que debe abandonar sus actividades económicas convencionales y dedicarse a desarrollar sus industrias de guerra [3].
Benyamin Netanyahou mencionó ese mito con prudencia ya que dijo: «Somos Atenas y Esparta. Pero vamos a convertirnos en Atenas y súper Esparta.» Hay que recordar que ningún político se había referido a Esparta desde la caída del III Reich. Mencionar a Esparta como referencia era un leitmotiv de los nazis y de sus aliados, incluyendo a los imperialistas japoneses. Todos decían ser Esparta contra Atenas, al igual que hoy, cuando todos se refieren, por el contrario, a Atenas contra Esparta… menos Benyamin Netanyahu y los straussianos. Es por eso que invito a todos a volver a leer lo que escribí, hace 2 años [4]: quien maneja los hilos del golpe de Estado jurídico de Netanyahu es el israelo-estadounidense Elliott Abrams, quien tiene a Vladimir “Zeev” Jabotinsky, el fundador del sionismo revisionista, como uno de sus guías de pensamiento, el otro es Leo Strauss.
Leo Strauss es mucho más que un discípulo de Jabotinsky, a quien acogió en Nueva York junto a Benzion Netanyahu –el padre de Benyamin. Leo Strauss era profesor de filosofía en la universidad de Chicago y formó en secreto a varios de sus alumnos predilectos. Los llamaba sus “hoplitas” (o sea, sus soldados, en una referencia a la antigua Grecia), los enviaba a perturbar los cursos de profesores rivales y les enseñaba que para protegerse de un posible holocausto no debían confiar en las democracias –regímenes que consideraba débiles– sino instaurar ellos mismos sus propias dictaduras. Fueron esos alumnos de Leo Strauss –entre los que se hallaban personajes como Richard Perle y Paul Wolfowitz– quienes manipularon los órganos de inteligencia estadounidenses y orquestaron tanto los atentados del 11 de septiembre de 2001 como la posterior destrucción de Afganistán y de Irak.
Esparta es una referencia que los fascistas utilizan para reconocerse entre sí. Al día siguiente de las declaraciones de Netanyahu, el líder de la oposición israelí, Yair Lapid, comentaba en Radio 103FM: «Esparta fue destruida. Él [Netanyahu] es hijo de un historiador. Me sorprendió. Esparta es una espada, ¿por qué la citó? Porque nos ha convertido en un país en guerra. No queremos ser un Estado en guerra, queremos ser un país próspero… próspero y popular en el mundo.»
Lapid habría tenido sobre todo que decir y repetir que Benzion Netanyahu [el padre de Benyamin] era un fascista y que Esparta es una referencia indigna de una democracia, que los sobrevivientes del Holocausto que huyeron a bordo del Exodus y que participaron en la creación del Estado de Israel se retorcerían en sus tumbas si supieran que el primer ministro israelí usa como referencia un mito nazi y que está cometiendo un genocidio.

Como si no fuese suficiente, Benyamin Netanyahu siguió mintiendo al intervenir en el 80º Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU [5]. Ante una sala casi vacía –al menos 3 cuartas partes de las delegaciones la abandonaron cuando Netanyahu subió a la tribuna– el jefe del gobierno israelí afirmó que el Hamas había masacrado «7 000 inocentes» el 7 de octubre –la prensa israelí reveló que el propio Netanyahu ordenó a las fuerzas israelíes matar ellas mismas a militares y civiles para evitar que fuesen «hechos prisioneros por el enemigo» [6]. El propio Netanyahu es por lo tanto responsable de la mitad de las muertes que atribuye al Hamas.
Más adelante en su discurso, Netanyahu aseguró que la carta del Hamas llamaba al «asesinato de todos los judíos del planeta», cosa que nunca ha estado en ese documento. Netanyahu dijo que toma todas las medidas necesarias para proteger a los civiles en Gaza, cuando todos los expertos no israelíes –y a menudo los propios expertos israelíes– señalan lo contrario. Netanyahu acusó a todos los que tratan de salvar a los civiles en Gaza de ser antisemitas y de propagar el antisemitismo, sin darse cuenta de que es la política que él aplica, en nombre de un «Estado judío» autoproclamado, lo que alimenta el antisemitismo. Netanyahu acusó al 90% del pueblo palestino de haber apoyado los horrores del 7 de octubre, cuando la mayoría palestina apoyó en realidad una operación militar conjunta de resistencia (en la que no participó al-Fatah) pero sin justificar los crímenes cometidos aquel día. Netanyahu acusó a los palestinos de no querer un Estado palestino independiente junto a Israel sino en lugar de Israel, pero ignoró el hecho que el palestino Yasser Arafat firmó los Acuerdos de Oslo con Yitzhak Rabin aceptando así la “solución de los dos Estados”, solución que Netanyahu rechaza hoy.
¿Cuándo vamos a entender que Benyamin Netanyahu ya no es un demócrata y que tenemos el deber de combatirlo antes de que mate a todos los habitantes de Gaza y emprenda un proceso de “purificación” entre los propios israelíes?
Más que nadie, son los israelíes mismos –cuyos padres y abuelos se vieron traicionados por sus patrias y entregados a la barbarie nazi– quienes tendrían que rebelarse contra aquello en lo que está convirtiéndose el Estado de Israel, contra ese algo que hoy devora a los árabes pero que acabará volviéndose contra ellos mismos.
Red Voltaire
