Estado coludido en un acto de rapiña delicuencial

Edna

Por: Edna H. Saraccini

Ojalá fueran solo un puñado, como se apresuraba a decir un comentarista estos días en referencia a las estructuras paralelas que tienen secuestrado al Estado. No es así, esta es una estructura criminal mafiosa-terrorista que cuenta con un enorme ejército (no el militar, que también) conformado con la gente que facilita la penetración y saqueo de las instituciones y que actúan en contubernio para llevarse un trozo del festín.

En un acto de rapiña, llegado el momento para devorar a la presa, se sigue un orden jerárquico de dominancia para explotar las carroñas como trofeo. Así, las piezas más gordas, suculentas y robustas por derecho corresponden a los miembros con mayor rango en la manada y los despojos se los rifan arrancándoselos de las fauces los animales de menor rango.

Trasladada esta práctica, de la más pura sobrevivencia del reino animal, al comportamiento de la comunidad de animales de la especie chapina, o sea, los depredadores que tienen como pieza de caza a Guatemala, lo que estaríamos presenciando en esta coyuntura nacional es el más puro acto jerárquico de rapiña desenfrenada.

En este orden de ideas, los animales de menor jerarquía resultan ser los ciudadanos traidores, arrastrados y vendidos durante los últimos gobiernos. Esos que con tal de tener derecho a los despojos que les permiten sus amos, se han convertido en los más aguerridos defensores del sistema corrupto, del que también se sirven y convenientemente perpetúan. Una práctica tan normalizada que los lleva a sentirse indignados cuando la víctima que agoniza se resiste a la despiadada cacería.

El mayor peligro con estas bestias es que a su vez organizan sus propias comunidades que integran con allegados confiables entre familiares y amigos: los “cuates”. Una réplica burda de lo que fue la “cosa nostra” de la mafia siciliana, que se encarga de garantizar su funcionamiento, mientras que se benefician con cargos o contrataciones de obras, aprobación o freno de leyes, productos o servicios, todo vale. De esta manera, están dispuestos a defender la estructura con uñas y dientes, sin limitarse a cometer actos de vandalismo, criminalidad y hasta asesinato.

Así, con la mejor disposición para garantizar el negocio redondo usan las más variadas argucias. En la clica gubernamental se acostumbra el cobro de porcentaje sobre salarios, que exigen a sus secuaces tal tributo en los nuevos cargos. Mientras, que a los contratistas les cobran las consabidas comisiones por obras, compras, asesorías, más todo acto que genere ingresos y así todos contentos con este “estilo de vida”. Una réplica del folclor chapín de los cárteles de la mafia, iniciados en la cúpula militar del fantoche de Otto Pérez y la matrona Baldetti, que luego se graduarían en la escuela del payaso Jimmy Morales y serían condecorados en el actual desgobierno del alcahuete de Alejandro Giammatei.

Llegados a este punto de la historia el peligro se traslada en este momento a las actividades de los meros cárteles que gobiernan tras bambalinas: las organizaciones internacionales del narcotráfico. Y claro, estos juegan en otras ligas pues se bastan con el poderío económico del crimen organizado proveniente de los mercados ilícitos que regulan y controlan. Así, con sus océanos de billetes circulando en maletas compran voluntades e imponen sus propias reglas.

Al estar ahora más afianzados que nunca con sus largos tentáculos en todos los espacios de gobierno, somatan la mesa, disparan al aire o a quemarropa, planean replicar planes de magnicidio, estilo Colosio, y mueven todas sus piezas para generar un ambiente de caos, miedo e incertidumbre para imponer y mantener su lugar en la línea jerárquica. Exigen la supremacía que han comprado en la danza del contubernio con los funcionarios serviles para cobrar sus derechos y disponer de un país que reclaman como suyo, tal derecho de pernada, para consumar su poder y continuar diversificando sus negocios.

De manera que, en esta batalla de Cortes politizada por el gobierno para impedir que el presidente electo, Bernardo Arévalo, junto con su un nuevo gabinete, se quede fuera, solo estamos viendo la punta del iceberg con una la amplia cobertura mediática. Mientras, que la base que sostiene al sistema del “Pacto de corruptos”, permanece invisibilizada, a pesar de ser el enemigo oculto de la sociedad, quienes se mueven y pactan con argucia en las instituciones. Ese séquito que sí que tiene que hacerle los mandados a estos peligrosos socios a quienes les han jurado lealtad, desde el impresentable presidente hasta el empleado de menor rango.

Por eso, es necesario sacar a bailar a los funcionarios que tras su paso por las instituciones se convierten en los nuevos ricos a merced del saqueo.  Muchos, y cada vez más, que resultan ser conocidos, vecinos, compañeros de oficina, amigos listillos, amigas condescendientes, suegros, cuñados, tíos, abuelos, amantes. La lista es muy extensa. Será por eso la resistencia proporcional, porque avanzan sigilosa y descaradamente entre nosotros mientras miramos para otro lado, nos encogemos de hombros y les dejamos seguir con sus prácticas mañosas, o simplemente nos ocupamos de subsistir, en la entrega diaria de los capítulos siniestros de la presente temporada, a pesar de saber el destino fatal al que nos conducen.

A mucha gente que seguramente conocemos le conviene que se mantenga el Estado tal cual lo han venido afianzando, bajo las directrices del Pacto de corruptos. Aunque, esta forma de traición no es nueva, es una mala práctica heredada de las guerras tribales desde antes de la conquista. Nos guste o no es una práctica afianzada y hasta normalizada en la sociedad. Los aliados son conspiradores, traidores, vende patrias, dispuestos a entregar y sacrificar a sus hermanos, algunos hasta comen en nuestra propia mesa y finalmente son los peores enemigos del pueblo por su cercanía.

A los funcionarios que están aferrados a los puestos para perpetuar y heredar esta deleznable forma de enriquecimiento ilícito como ladrones, conspiradores, mentirosos, aprovechados, y hasta sicarios, a esos no hay que olvidarlos.  Esa clase de empleados públicos que forman parte del séquito, a quienes mantenemos con nuestros impuestos, con sus contadas excepciones, por supuesto.

Tras ellos también hay que ir. Hay que denunciarlos y solo los más valientes que en un examen de conciencia entiendan su culpa deberían de renunciar. Estamos perdiendo al país, Guatemala está atrapada en las fauces de la bestia. Solo hay que imaginar el tamaño del gobierno y cómo se desgrana en sus tres poderes y dimensionar la cantidad de gente que se resiste al cambio. Esa es la estructura que tiene secuestrado al Estado, con todas sus instituciones cooptadas, coludida con el Pacto de corruptos. Hay que romper ese pacto siniestro porque la tercera persona a la que se está dañando y condenando a la miseria y el subdesarrollo es a toda la población guatemalteca.

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