Credulidad y escepticismo

JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

El todo no se puede entender desde un solo punto de vista, que es lo que intentan hacer los gobiernos, las religiones organizadas y los partidos autoritarios.

Jiddu Krishnamurti

Agustín de Hipona decía: ¿Quién duda, que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga?; puesto que, sin duda vive; si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene asentir temerariamente. Y aunque dude de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar; porque, si no existiesen, sería imposible la duda. De ahí que la duda es en sí el principio de toda certeza, en este caso de la existencia humana, pero de aquellos que se atreven a cuestionar.

Es la duda lo que le permitió saber inobjetablemente que existe, pero ¿es eso suficiente para un espíritu indomable, inquieto por conocer, que, al hacerlo, se esfuerza por distinguir la veracidad del engaño? Por lo que dudar no es suficiente, se requiere también de un proceder reflexivo, argumentativo, racional que no solo ponga en duda lo que se le presente, sino que lo haga a través de reflexiones intelectivas que cuestionen la verdad de los hechos.

Ser escéptico es poner en duda todo discurso, planteamiento e información, es cuestionar toda opinión, poner en tela de juicio cualquier propuesta o creencia, incluso lo que parece admisible. El origen de la palabra escepticismo proviene del griego «skeptikoi«, que significa los que examinan, es decir que el escéptico tiene por norma revisar todo lo que se le presenta, objetarlo, para discernir, a través de un análisis, el grado de veracidad que posean.

Es claro que el escéptico debe ser un sujeto con criterio, que haga uso de su intelecto, que reflexione racionalmente, que emplee esas herramientas para cuestionar con argumentos sólidos los planteamientos que se le presenten, pues de no ser así, su incredulidad consistiría en testarudez ciega que rasaría en la estupidez. Un escéptico busca pruebas o razones válidas antes de aceptar algo como verdad.

Por el contrario, la credulidad consiste en aceptar como válida toda propuesta que conecta con las emociones, con ideas con las que la persona se identifica, ser seducidos por discursos elocuentes, que no necesariamente corresponden a la realidad, a los hechos, sino que están revestidos de juicios de valor, suposiciones tendenciosas que se conectan con el estado emocional de las personas, con sus intereses personales, mas no con su estado cognitivo y reflexivo. De modo que el crédulo, regularmente, ostenta una posición pasiva, rehúye todo análisis sobre las cosas.

La credulidad es la condición personal en la que el individuo acepta un argumento como válido sin reparar ni cuestionar tal validez, por el simple hecho que le resulta comprensible,o responde a su forma de ser.Siendo, a la vez, la tendencia a aceptar afirmaciones como verdaderas con poca o ninguna evidencia o la facilidad para creer lo que otros dicen. De tal modo que el crédulo no tiene ningún grado de escepticismo.

Y cuando hay toda una maquinaria ideológica que tiene por objetivo el engaño, difundir mentiras, verdades a medias, el enemigo de toda esa estructura destinada a la alienación, resulta ser aquel que cuestiona, que investiga, aquel que no acepta por verdadero todo aquello que no presente las evidencias claras a tales afirmaciones.

Ante el actual momento que vive la humanidad, con la era de la posverdad, en la que las mentiras, los engaños inundan el ambiente de las comunicaciones, de las redes sociales, las relaciones interpersonales, de la esfera de lo cotidiano, aceptar como válida cualquier propuesta, sin examinarla previamente, constituye un error procedimental para esclarecer lo que es la realidad. Por lo que el escepticismo debería ser el procedimiento que toda persona deba seguir si no desea ser engañado.

Consecuentemente, de la misma forma que Descartes inició su proyecto filosófico a través de la duda metódica, el buen camino, el que conduce a lo claro y a lo distinto, requiere de un análisis previo, de razonamientos, de reflexión intelectiva. Sin embargo, creer sin debatir, aceptar como válidos criterios absurdos, no cuestionar la información, asentir sobre opiniones vagas, es la forma de actuar de gran parte de las personas en el mundo y es precisamente eso por lo que se vive en una crisis de credibilidad y de engaño.

Pero, cuál es la causa de que ese sea el comportamiento de muchas personas, que ese sea el proceder, por qué son persuadidos, sometidos, seducidos, alienados por mensajes falsos, por qué se han perdido en un mundo en el que prevalece la posverdad, que no es más que la mentira emotiva, que implica la distorsión de la realidad, primando las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos. En ello está implícito tanto el que es engañado como el engañador.

El engañado, por lo general, tiene un perfil en el que destaca la ignorancia, la falta de criterio, fragilidad de mente y, en el mejor de los casos, la ingenuidad. Y una sociedad en la que la educación se constituye en mecanismo de alienación, de domesticación y dominación, no le interesa fomentar el pensamiento crítico, por el contrario, le interesa fomentar la ignorancia. Bajo tal condición, el porcentaje de personas alienadas y sin criterio aumenta, con ello, el engañador, a partir de sus mensajes persuasivos, no tiene resistencia alguna para engañar, cautivar, manipular.

De esa forma son cautivados, con burdos argumentos, los cuales aceptan gozosos, incluso, al darse cuenta de que están siendo engañados, seducidos por palabras vacías, por viles mentiras. Y es precisamente esa, la importancia que tiene para los manipuladores el lenguaje seductor, ya que enmascara la mentira de tal forma que es aceptada por aquellos que sumidos en la ignorancia o, acomodados perversamente, a ideas que corresponden a sus oscuros intereses, no solo las aceptan sino también las defienden.   

De ahí que las personas sin criterio, ajenas a lo que representa el mundo, indiferentes a lo que demanda la circunstancia, sin interés por conocer la realidad, simplemente se dejan guiar por consignas preestablecidas, por el discurso hegemónico, por el guion que el sistema les impone. Preceptos en los que el grupo dominante decide qué es lo que deben pensar y cómo reaccionar.

Al igual que como planteara Aldous Huxley, la mayoría de los seres humanos tienen una capacidad casi infinita para dar las cosas por sentadas. La imposibilidad de realizar un análisis de su circunstancia, de reflexionar antes de actuar y de cuestionar todo aquello que se estima verdadero, es lo que tiene al mundo sumido en la oscuridad.

El papel de la ideologización, que emprenden las élites dominantes sobre el pueblo, es la de impedir que las personas piensen, que razonen y cuestionen todos aquellos discursos que se han impuesto como el pensamiento hegemónico, por ello Joseph Goebbels decía, una mentira mil veces dicha, se convierte en una gran verdad, es aceptada por todas aquellas personas que han sido formadas a responder más por sus emociones que por medio de la razón.

Ese es el papel de las religiones, las cuales, como lo señalara Arthur Schopenhauer, solo brillan en la oscuridad, metáfora que encierra la ignorancia en la que viven todos aquellos que, fanatizados por los credos religiosos, destruyen en nombre de sus creencias y que pudiendo convertirse en sujetos críticos, sucumben a los dogmas de una fe ciega que los limita y adormece.

De ahí que esas personas se niegan a aceptar argumentos sólidos, razonables, sin embargo, no ponen reparo alguno en aceptar criterios vagos, sustentados en creencias mágico-religiosas, pues para ellos son más valiosos los preceptos sustentados en la fe como los que aparecen en Primera de Corintios 2:9-11que literalmente dice: Sin embargo, como está escrito: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ningún corazón ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman». Solo les basta creer para gozar de esos privilegios.  Y así, ni la vista ni el entendimiento alcanzan a comprender esos dogmas.

Será, por tanto, que las religiones constituyen el opio de los pueblos, como lo señalara Karl Marx, pues adormecen conciencias, no permiten el libre ejercicio de las facultades humanas, las que los distinguen del resto de seres vivos de este planeta, como lo son la razón, el espíritu crítico y el poder de decisión, todos basados en la duda metódica.

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