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Por Kajkoj Máximo Ba Tiul

José Martí, decía que Nuestra América: “se extiende desde el Río Bravo, en el norte, hasta la Patagonia en la frontera sur”.  Este territorio pluridiverso, hoy sigue sufriendo por los embates del capitalismo.   Un sistema que se sostiene provocando muerte de inocentes, de humildes, de rebeldes, de indios, de pueblos originarios, de Kichwas, Aymaras, Mayas, Mapuches, etc., como si fuera el “ángel exterminador”.  Un sistema que se ha sostenido con el robo, expolio, despojo y destrucción de los bienes y la vida de los pueblos.

Hoy sobre el continente, sin importar como lo llamamos; América Latina, Abya Yala o cualquier nombre que se nos ocurra, sigue corriendo sangre y se riega sobre nuestras tierras, aguas, montañas y valles.  Hombres y mujeres que luchan y se rebelan; mueren por las armas de destrucción del imperio, que le vende a los políticos y criminales de nuestros países, desarrollando mecanismos de terror y muerte.

Hoy no solo desde el Río Bravo a la Patagonia, sino en las cuatro esquinas del mundo, desde el norte al sur y del oriente al occidente, hay pueblos que luchan por la vida y por la dignidad para instaurar una nueva humanidad. Una nueva humanidad que respete a la tierra, al aire, al fuego, al agua.  Una nueva humanidad, que defienda y fortalezca la ética de la vida y no de la muerte. Y ahí interviene el imperio con su mecanismo e instrumento de odio.

En Palestina, Gaza, Sahara, África, Líbano, Siria, Yemen, Pakistán, Venezuela, Perú, Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina, Guatemala, Paraguay, Panamá, por poner ejemplos; gobiernos, políticos, empresarios, crimen organizado, actuando como emisarios del imperialismo, reproducen actitudes fascistas y sionistas del imperio, masacrando a pueblos originarios dueños históricos de los territorios.

Los actores de la muerte en nuestros países, aunque digan que su objetivo, es instaurar “democracia” y “buen gobierno”, lo que realmente buscan, al imponer su proyecto de muerte, es apoderarse de los bienes que cuidan, protegen y conservan los pueblos para su sobrevivencia.

De ahí, que, “declarar terroristas” a las pandillas y al crimen organizado, no es el objetivo principal, si no, ampliarlo a grupos, sectores, pueblos y naciones que se rebelan a sus políticas de muerte y de destrucción.  De tal suerte, que los buenos son malos y los malos son buenos.  Los democráticos son antidemocráticos y los antidemocráticos son buenos.  Como si el mundo estuviera patas arriba dijera Galeano.

Pero los pueblos no somos terroristas, somo constructores de la ética de la vida.

Fuente Prensa Comunitaria

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