“La pelota no miente”

El fútbol y el Estado fallido: reflejo del subdesarrollo institucional en Guatemala
Por Luis Armando Ruiz Morales[1]
Ciudad de Guatemala, abril de 2025 — Desde 1958[2], año de la primera Copa del Mundo, Guatemala ha intentado sin éxito clasificar a un Mundial de la FIFA. No se trata de mala suerte ni de falta de pasión: detrás de esta frustración deportiva se esconde un diagnóstico más profundo sobre el estado del país. En mi opinión busco ver la incompetencia crónica de la selección nacional no es un fenómeno aislado, sino un síntoma estructural del fracaso del Estado guatemalteco en garantizar desarrollo humano, equidad y gobernanza efectiva, que se expresa en una selección cada vez más decadente.
Uno de los ejemplos más ilustrativos de esta desconexión es el equipo de fútbol de la Universidad de San Carlos (USAC)[3], la única universidad pública del país. A pesar de representar simbólicamente a la institución educativa más importante del Estado, su plantel no está integrado por estudiantes matriculados, sino por jugadores profesionales contratados externamente, ahora eufemismos: “colaboradores” o “trabajadores del fútbol”, que por su nivel de productividad deberían ser despedidos.
Esta práctica, lejos de ser anecdótica, refleja una lógica mercantilizada del deporte universitario, donde se prioriza el resultado inmediato —ganar partidos, llenar estadios, generar ingresos— sobre la formación integral de la juventud. La USAC, en lugar de ser un semillero de talento estudiantil, se ha convertido en una franquicia deportiva desvinculada de su misión académica. Este fenómeno no solo contradice los principios del deporte universitario a nivel global, sino que evidencia la ausencia de una política estatal coherente que articule una educación, deporte y desarrollo humano del más alto nivel.
Pero la Gobernanza deportiva que cuenta con sus ejes estratégicos: corrupción, opacidad y clientelismo
identifica como un primer eje de análisis: La Federación Nacional de Fútbol de Guatemala (FEDEFUT) ha estado históricamente marcada por escándalos de corrupción, falta de transparencia y politización de sus cargos directivos. Informes de la FIFA[4] y de organismos de control interno han señalado reiteradamente irregularidades en la gestión de fondos, contrataciones opacas y decisiones tomadas sin rendición de cuentas, según lo que siempre se lee en los medios de comunicación del país. En los últimos años, FEDEFUT ha sido intervenida en dos ocasiones[5] por la FIFA precisamente por interferencia política y mala administración. Esta inestabilidad institucional impide la planificación a largo plazo, la profesionalización de los cuerpos técnicos (mala burocratización) y la implementación de programas de formación de base sostenibles.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) y del Sistema de Planificación (SEGEPLAN), el presupuesto asignado al Ministerio de Cultura y Deportes representa menos del 0,5% del gasto público total[6]. De ese monto, apenas una fracción se destina a infraestructura deportiva en zonas rurales o marginadas, donde la pobreza afecta al 60% de la población infantil y juvenil. Esta desigualdad territorial se traduce en una brecha abismal: mientras en la Ciudad de Guatemala existen complejos deportivos privados[7] y academias pagadas, en todos los departamentos los niños juegan en terrenos baldíos sin porterías ni balones “oficiales”. El talento existe, pero las oportunidades no.
Otra cuestióna estudiarse aborda la desconexión entre el sistema educativo y el desarrollo deportivo. A diferencia de países como Costa Rica o Uruguay[8], donde el fútbol escolar y universitario es parte integral del currículo formativo, en Guatemala no existen programas nacionales articulados que vinculen la educación con la práctica deportiva desde edades tempranas. La ausencia de entrenadores calificados, obliga a la compra de “trabajadores privados calificados” (profe), ello debido a la falta de certificación técnica y la escasa inversión en ciencias del deporte (nutrición, psicología, fisiología) limitan la profesionalización del talento local. Además, el deporte no se utiliza como herramienta de prevención de violencia o mejoramiento de la salud de la población, a pesar de que Guatemala tiene una de las tasas más altas de homicidios juveniles en América Latina.
Mi opinión, un hallazgo, muy simbólico y a la vez estructural es: que el fútbol guatemalteco reproduce las desigualdades del país. La selección nacional, en lugar de ser un símbolo de unidad, refleja la fragmentación social, étnica y territorial. Los jugadores provienen en su mayoría de contextos urbanos y de estratos medios, mientras que las comunidades indígenas y rurales —que casi la mitad de la población— están prácticamente ausentes del equipo nacional. Además, muchos jóvenes con potencial migran a México, Estados Unidos o Centroamérica[9] en busca de oportunidades que su país no les ofrece. Esta “fuga de talento” no es solo deportiva, sino humana: es la consecuencia de un Estado que no invierte en su capital más valioso: la juventud.
Según yo, se debería contar con una propuesta esperanzadora: el fútbol puede ser un motor de desarrollo si se aborda desde una perspectiva integral[10]. Debe haber países como que han demostrado que políticas públicas deportivas bien diseñadas —con inversión en infraestructura, formación de entrenadores, inclusión social y articulación con la educación— no solo mejoran los resultados en el campo, sino que fortalecen la cohesión social, reducen la violencia y generan empleo.
En Guatemala, esto implicaría reformar la gobernanza de FEDEFUT, aumentar la inversión pública en el deporte, crear un sistema nacional de fútbol escolar y universitario con enfoque formativo (como el que alguna vez tuvo la USAC en décadas pasadas[11]), y garantizar el acceso equitativo al deporte en zonas rurales e indígenas.
Pues la hipótesis que “la pelota no miente” es un espejo, y en ese espejo, Guatemala ve reflejado su propio subdesarrollo: un Estado débil, desigual, opaco y desarticulado. La incapacidad de clasificar a un Mundial no es un problema de once jugadores y aguateros (trabajadores del sector futbolístico, perdón: colaboradores), sino de un sistema que ha fallado en invertir en su futuro. Mientras la USAC siga presentando equipos sin estudiantes, mientras la FEDEFUT opere sin transparencia y mientras el presupuesto deportivo siga siendo residual -sin corrupción-, la selección nacional, los indicadores sociales, seguirán siendo un síntoma —no la causa— del estancamiento nacional. Pero también, en esa misma pelota, reside la posibilidad de construir un país distinto: más justo, más incluyente y más desarrollado. Solo hace falta voluntad política, visión de Estado y la convicción de que el deporte, bien entendido, es desarrollo humano en movimiento.
Otro gol, queremos otro gol…
Ganamos!!
[1] Miembro del Instituto Guatemalteco de economistas, del Foro Ciudadano por la Salud de Los Pueblos, del Laboratorio de Ideas Económicos Radicales.
LAR D106.1[2] https://n9.cl/wto36 6.dic.2025.
[3] La decadente tricentenaria que solo refleja que ya es vieja; aunque debe rescatarse, protegerse y mejorar para que sea una universidad PUBLICA, NACIONAL y AUTONOMA. Actualmente gobernada por una serie de mafiosos como Walter Mazariegos y muchos o todos los decanos con sus juntas directivas.
[4] Que también es señalada por los mismos vicios.
[5] Eso recuerdo. Mil disculpas por la imprecisión.
[6] Recuérdese que muchos de esos recursos van para la burocracia y que también representa todas las culturas y expresiones deportivas u culturales.
[7] Por cierto, no aportan más que excelentes ganancias a los propietarios con un cumulo colaboradores o trabajadores futbolísticos que pagan para poder jugar su chamusca. No les interesa que el Estado invierta.
[8] También como referencias de prensa.
[9] Igualmente, en la cultura, Ricardo Arjona, Gaby Moreno, Luis Von Ahn por sus éxitos dinerarios los conocemos, pero hay otros casos. Favor de imaginariamente listar a esos chapines de pura cepa.
[10] Obviamente sin corrupción, clientelismo, etc.
[11] Aunque tengo duda de esa afirmación.