“El pueblo elegido de Dios”

JAIRO3

Mi lucha no es contra el pueblo judío, sino contra la ocupación israelí y las políticas discriminatorias.

Yaser Arafat

Autor: Jairo Alarcón Rodas

El recrudecimiento de la violencia en la franja de Gaza no es suceso que se deba interpretar como un hecho aislado, como el resultado de una agresión brutal de una facción terrorista que ocasionó daño a la población civil israelí y que derivó una reacción dantesca e indiscriminada, por parte de su ejército. No, el conflicto en medio Oriente u Oriente próximo es mucho más que eso y surge como el resultado de más de 75 años de ocupación y agresión judía a la palestina en ese territorio y la feroz enemistad entre esos dos pueblos que, curiosamente, tienen similar origen. De tal modo que el conflicto árabe-israelí tiene raíces históricas y es ahí en donde se debe buscar su posible solución.

Las luchas étnicas solo son el pretexto para apropiarse de territorios y esclavizar a pueblos conquistados y debería ser considerado como un hecho oprobioso y vergonzoso de la humanidad. Lo sufrido por el pueblo judío, en los campos de concentración y exterminio, ocurrido en manos del nazismo de la Alemania de Adolfo Hitler, por ejemplo, es el resultado de la imposición de un pueblo hegemónico, que se cree con el derecho de sojuzgar a todos aquellos que considere inferiores, de igual forma se puede interpretar la actitud que está emprendiendo el gobierno israelí en contra del pueblo palestino.

Para todo aquel que desea la paz en el mundo, es inadmisible la reacción criminal y desproporcionada, del ejército de Netanyahu, a pesar del condenable ataque de Hamás, ya que es bien sabido que la violencia engendra violencia y la paz no se construye pretendiendo eliminar al enemigo. Y con los bombardeos indiscriminados a hospitales, refugios, a la población civil, en donde han muerto niños, mujeres, ancianos, lo único que se puede interpretar de esa acción es el exterminio de los palestinos.

Y es que,  amparados, según criterio particular, en el derecho que tiene todo pueblo a defenderse, como lo han sustentado sus autoridades, el secretario de Estado de Estados Unidos Antony Blinken, entre otros, las acciones del ejército israelí denotan una sed de venganza y el deseo de consolidar una limpieza étnica, el exterminio del pueblo palestino. No es de extrañar, consecuentemente, las palabras del exembajador de Israel en las Naciones Unidas, Dan Gillerman, al referirse, sin el menor empacho, a los palestinos como «animales horribles e inhumanos,» mientras su gobierno niega a los civiles de Gaza comida y agua en medio de bombardeos masivos. Digna actitud de un pueblo elegido por dios.

Y así, apoyados por el gobierno de Estados Unidos, la comunidad europea y de fanáticos religiosos, políticos corruptos como Alejandro Giammattei, arremeten en contra del pueblo palestino, con la complacencia del silencio de muchos gobiernos del mundo, el doble rasero de la comunidad internacional y la hipócrita actitud de los que se dicen ser paladines de la democracia en el mundo.   

Sin embargo, la violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, es condenable, sobre todo cuando es ejercida por el más fuerte sobre el débil, sobre los sectores más vulnerables, pues llevan consigo la idea de someter, esclavizar o liquidar al que consideran su enemigo y el caso del ejército israelí, comandado por Netanyahu, la impunidad con la que actúa cuenta con la complicidad de todos aquellos que guardan silencio o justifican su proceder.  

En el contexto de lo ocurrido recientemente en el medio oriente, es igualmente censurable las muertes de judíos civiles, niños, mujeres y hombres, en manos del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás, como las perpetradas por el ejército israelí, sin embargo, la alevosía e impunidad con la que actúa ese ejército deja perplejos a todos aquellos que entienden que hay que aprender de la historia, que no se debe seguir cometiendo los mismos errores del pasado, que hay más aspectos que unen a los humanos de los que los diferencian.

No obstante, la violencia ha estado presente en esa zona desde hace mucho tiempo y, en igual forma, el expansionismo e intransigencia israelí ha seguido su curso, sin que ningún país, organismo internacional, le ponga límites, siendo eso también parte del conflicto, pues en un mundo que se pretende sea civilizado, no puede imperar la ley del más fuerte.

Pues ven al pueblo palestino como sus enemigos, mezclando en ello criterios xenofóbicos, reprochables por todos aquellos que confían en la construcción de un mundo inclusivo, multipolar, libre de racismo, etnocentrismo o accionar, que socave o ponga en peligro la vida y la dignidad de los habitantes de cualquier país en el mundo.

Cabe recordar que, debido a las migraciones de judíos, diásporas, causadas por persecuciones, los babilonios, primera instancia, del imperio romano y de otras, como la llevada a cabo por el imperio otomano, tal grupo étnico no contaba con un territorio y no fue sino hasta el 14 de mayo de 1948, que los judíos, liderados por David Ben-Gurión, declararon en Tel Aviv la creación del Estado de Israel, de acuerdo con el plan previsto por las Naciones Unidas.

No se trata de establecer quiénes fueron los originarios habitantes de esa región, sino propiciar la convivencia pacífica de los que actualmente viven ahí, respetando las normas de convivencia para el establecimiento de la paz. No se trata de expandir los dominios a través de la fuerza, se trata de lograr una convivencia entre dos pueblos que tienen en común, el ser seres humanos.

Dentro de una interpretación, a la luz de la teología y de creencias religiosas, algunas personas con pensamiento dogmático, con ideas reaccionarias, pretenden hacer creer que Israel es el pueblo elegido por Dios y, por lo tanto, tienen su autorización para reaccionar como les plazca y el derecho de castigar a todos aquellos que considere sus enemigos o una amenaza.

En Deuteronomio 7:6 se encuentra el siguiente versículo, en el que se señala la preferencia del Dios bíblico: Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. Interpretado literalmente, se destaca la figura de un dios nativista, localista, sectario y, por aparte, constituye una interpretación a todas luces antropomórfica, una lectura literal del antiguo testamento judío para los judíos.

Siguiendo con el mismo planteamiento, por qué ese dios resalta que el pueblo judío es su protegido. Si así fuera ¿por qué otros países, naciones y personas le deben rendir devoción, veneración a un dios, que tiene preferencias por unos habitantes del mundo en detrimento del resto? Si así fuera, entonces no debería ser considerado Dios de la humanidad. Tal criterio significaría sectorizar las bendiciones de un dios que, como creador de todas las cosas, debería tener las mismas consideraciones para todos, para toda su creación y no preferencias por determinado pueblo.

La superioridad de las razas, la imposición de criterios, los pueblos elegidos, tiene que quedar en el pasado si es que se desea construir un mundo en donde impere la justicia y la paz, de lo contrario, será el comienzo de la destrucción de la humanidad, pues los odios se harán cada vez más profundos, las diferencias más significativas y, con ello, los ataques indiscriminados a todo aquel que se considere enemigo.

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