Ser madre

Autor: Jairo Alarcón Rodas
A María Cristina, quien está siempre presente.
Quien así quiso y así fue querido nació para la vida; solo pierde la vida su sentido cuando el amor se olvida.
Miguel de Unamuno
La condición biológica de la mujer le otorga la posibilidad de procrear hijos y ser madre, sin embargo, no lo es necesariamente, ya que eso resulta ser una decisión personal, o debería serlo. A pesar de que haya sociedades, culturas que así lo demanden o circunstancias fortuitas de que eso suceda, la mujer tiene la potestad de decidir serlo o no. No es que, para el género femenino, la maternidad sea una función esencial y necesaria, en la que procrear hijos resulte ser lo más importante, pero para las que lo deciden hacerlo si lo es.
Pero hay que hacer la distinción entre lo que es la maternidad y el ser madre, siendo lo primero un acto biológico, en donde se pone en marcha la reproducción, en este caso, humana, en la que es necesaria la contradicción en la unidad de cromosomas XX y XY, una disponibilidad corporal para que dé por resultado a un embrión, en cambio, ser madre constituye un sentimiento que se establece durante la gestación y quizás antes de esta, e incluso independientemente del hecho biológico, de ahí que muchas mujeres puedan procrear sin sentirse realmente madres y serlo sin haber engendrado.
Cuando un espermatozoide entra en el óvulo, ocurre la concepción, la fecundación se produce por la unión del gameto femenino con el gameto masculino. Un solo espermatozoide puede fecundar al óvulo. Así, el espermatozoide y el óvulo combinados se llama zigoto. El zigoto contiene toda la información genética (ADN) necesaria para convertirse en un nuevo ser. Es la fusión del óvulo con el espermatozoide lo que da origen a la concepción humana, creando un nuevo genoma a partir de la información genética de estos y a su compleja existencia.
El desligarse, hasta cierto punto, de lo biológico, situó a los seres humanos en la posibilidad de decidir sobre sus actos, no siendo presa de su naturaleza animal, de sus instintos, sino pudiendo dirigir su existencia, tomar el control de su destino, ello quizás sea lo que constituya la libertad. De ahí que las especies vivas requieren reproducirse, no obstante, en los seres humanos puede o no suceder dada su voluntad, ya que es mucho más que eso y constituye una decisión.
Puesto que ser madre debe ser una decisión personal y asumirla con responsabilidad debería ser la consecuencia de esa determinación, en muchos casos constituye un accidente, un hecho fortuito, no deseado. Decidir procrear conlleva una responsabilidad de dos, con ello, la paternidad resulta ser relevante.
En sociedades en donde impera la ignorancia, y toda una serie de secuelas que eso conlleva, en el que el machismo, la violencia, la paternidad y maternidad irresponsable se hace presente, es necesario preguntarse por qué razón sucede eso y buscar su solución. A pesar de ello, la humanidad pervive con sus crisis y estabilización, pues hay personas que, con su decisión, hicieron posible que eso suceda, a pesar del precio de tal disposición.
Pero ¿qué representa el ser madre para un hijo consciente de la enorme dimensión de lo que eso representa? Es claro que cada quién dimensiona a la suya desde su particular experiencia, sentimientos, afecciones y vivencias. Sentir al otro, tejer vínculos afectivos es parte de la espiritualidad que el materialismo promulga, que no surge por un don divino ni facultad añadida, es algo que surge, se nutre y fortalece en la propia relación y el vínculo con la madre resulta ser de los más maravillosos.
Es en la relación madre e hijo en donde la naturaleza humana se resalta y en ese vínculo, que trasciende la temporalidad y la distancia no cabe perversión alguna ni maledicencia ni soberbia, aunque pueda haber acciones imberbes de los hijos que den lugar al arrepentimiento, al reclamo, al dolor interior que nace de la culpabilidad y de la incomprensión de los que no han valorado la magnitud de lo que representa el ser madre.
Vuelvo a mi madre, a mis caros recuerdos, a todos aquellos que aquilato y guardo preciadamente, la nostalgia de su ausencia es como lacerantes puñales que, penetrando profundamente, se extienden por todo mi ser, creando heridas de intenso dolor, sin sanación ni cura. Ya no hay refugio en el cual pueda alivianar mis penas, decepciones y tristezas ni la confidente fiel a la que le pueda contar mis alegrías, con la que pueda compartir mis vivencias y a la que escuche con atención sus recuerdos, sus historias, inquietudes, sueños y fantasías. Eso deja la ausencia total de una madre y así, aunque nuestra vida continúe mutilada, su presencia en los recuerdos se convierte en el mejor antídoto para la angustiante existencia que nos queda.
No hay palabras para lo que representa el amor de una madre, para lo que ella motiva e inspira, quizás la poesía nos brinde, con su magia, la forma de expresar ese sentimiento, el bálsamo que necesitamos por aquellas que se han ido, para soportar su ausencia. Por eso el poeta Miguel Hernández nos dice: Nunca tan parecida tu frente al primer cielo. Todo lo abres, todo lo alegras, madre, aurora. Vienen rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo te impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora. Toda la grandeza de lo que la madre representa se expande en las metáforas y aún así se queda corto ya que las vivencias no se pueden transmitir.
Neruda en cambio, al no tener la fortuna de conocerla, lo lamenta diciendo: Cómo sabría amarte, mujer, ¡cómo sabría amarte, amarte como nadie supo jamás! Morir y todavía amarte más. Y todavía amarte más y más. Desdichados aquellos que no tuvieron la fortuna de recibir las caricias y atenciones de una madre, los huérfanos de ese cariño. Y afortunados los que fueron adoptados y recibieron el cariño y el amor de una madre.
El accionar humano puede ser descrito a partir del giro que alcanza su naturaleza, entre el ser y el deber ser, en un acto de valores y de ética, es por lo que no es suficiente describir lo que es, desde la perspectiva de una realidad que los afecta, que quizás les parezca por momentos repulsiva, con pasajes oscuros, siniestros, sino también otra, en la que se pueden encarrilar conscientemente, con una actitud clara y honesta, dentro de lo que Horkheimer llama racionalidad normativa, en donde se despliegan las potencialidades humanas para la convivencia en sociedad y se ausentan los egoísmos.
Sin embargo, ese ser y deber ser en el ejercicio de la maternidad, que se hace indistinguible a los ojos de los hijos que la dimensionan con gratitud, resaltan el amor y la abnegación de la madre que, sin duda, no agota con ello la calidad de ser mujer. Así, sin el sentimiento que nace de la maternidad, la humanidad probablemente no sería o se extinguiría. Y así como lo dijo Erich Fromm, el amor de la madre es paz. No necesita ser adquirido, no necesita ser merecido, simplemente es para disfrute y consuelo de la humanidad.
A pesar de las desdichas, miserias, maldades que hay en el mundo, aquellos que comprenden lo que representa el amor de las madres, que lo hacen suyo y lo practican, pueden, con su ejemplo, darle una oportunidad a la humanidad y alejarla del fatal destino que le espera. Felicidades a todas las madres.