Reseñas: Poder económico, liberalismo y crisis
Nate Holdren
Lenin escribió una vez que “lo más importante, lo que constituye la esencia misma del marxismo, su alma viva” es “el análisis concreto de la situación concreta” [1]. Lo concreto, aun así, no es lo que se da inmediatamente. Lo concreto es “concreto porque es la concentración de muchas determinaciones”, como escribió Marx en los Grundrisse [2]. El análisis concreto, por tanto, requiere de teoría. En este sentido, la tradición intelectual marxista en su conjunto puede pensarse como un proceso colectivo a lo largo del tiempo en el que la teoría se utiliza para generar espacios o puntos de partida para la investigación empírica. Esta investigación, a su vez, plantea nuevas preguntas y estimula una mayor teorización. Y todo ello en base a (y con la esperanza en que contribuya a) una política emancipadora.
En lo que sigue presento una reseña de tres libros marxistas recientes, cada uno de los cuales enriquece significativamente al marxismo como teoría y como investigación concreta. Mute Compulsion, de Søren Mau, expone que el poder económico es un tipo específico de poder que sólo opera en las sociedades capitalistas y explica en qué consiste exactamente ese poder. En Beyond Liberal Egalitarianism, Tony Smith defiende que tanto el Estado como una versión excesivamente restrictiva de la política son inherentes al capitalismo, una idea que ayuda a situar el poder económico en un contexto más amplio que incluye otros elementos de la sociedad capitalista. Governing Financialization, de Jack Copley, demuestra que el Estado capitalista se transforma con el tiempo como resultado de las presiones del poder económico —en concreto, de las crisis económicas— y que, a su vez, transforma la sociedad. Además, Copley señala que, en ocasiones, el poder económico adopta la forma de la acción estatal. En conjunto, estos tres libros ponen de relieve cómo el carácter ostensiblemente apolítico de la coerción económica interactúa con la tendencia del capitalismo a las crisis, y cómo esta interacción da forma a y a la vez se forma por el Estado capitalista.
El poder económico del capital
La idea central del magnífico Mute Compulsion de Mau es que existe un tipo específico de poder social en las sociedades capitalistas: el poder económico o coacción muda [mute compulsion]. Este poder es “mudo” en contraste con la violencia represiva y con los diferentes usos de la ideología. Estos últimos son intencionales, pues buscan, sobre todo, que las personas actúen de determinadas maneras, y son, en cierto sentido, discursivos, pues interpelan a los individuos en tanto que sujetos. Mau argumenta que el poder económico, por otra parte, opera de forma relativamente irreflexiva y, por tanto, en cierto modo, sin intención. Además, tampoco es discursivo, pues no se dirige específicamente a los individuos. Al contrario, el poder económico es una suerte de presión que se ejerce sobre los individuos mediante la formación y configuración de los contextos en los que viven. Dicho de otro modo, el capital se inscribe en el entorno social y físico, convirtiendo ese entorno en un entorno reproductor del capital. Así, los individuos se ven obligados por su entorno social a comportarse de maneras compatibles o al servicio de esa misma reproducción. Esto hace que el control del capital sobre la sociedad se refuerce a sí mismo: hasta cierto punto, el poder económico es causa y efecto de sí mismo.
El libro de Mau está organizado en tres secciones, cada una de las cuales contiene varios capítulos. Cada una de estas secciones desarrolla el marco conceptual general del libro y aplica, al mismo tiempo, elementos de ese marco a cuestiones que son interesantes por derecho propio. La primera sección proporciona algunos antecedentes teóricos de la tradición marxista y expone algunas de las condiciones de posibilidad para que el poder económico exista como fenómeno social. En esta sección, Mau argumenta que, aunque Marx acabó rechazando la teoría de la alienación y el humanismo de sus primeros textos, mantuvo su compromiso (a lo largo de toda su obra) con el análisis de la naturaleza humana. Así, Mau amplía ese concepto de naturaleza humana argumentando que los seres humanos no tienen una organización social natural determinada, sino que son siempre ya sociales. Por lo pronto, esta concepción es incompatible con los llamamientos románticos a estar en sintonía con la naturaleza, pues implica que no hay una condición pre-social a la que la humanidad deba volver ni un orden social más o menos natural que otro. Mau argumenta, además, que de la capacidad humana para construir herramientas y relaciones sociales complejas se deducen dos implicaciones importantes: en primer lugar, la plasticidad humana y/o apertura o indefinición social y, en segundo lugar, el hecho de que la propia vida social humana implica una forma de interdependencia mediada por objetos. Esto es lo que, entre otras cosas, hizo posible que la humanidad se quedara atrapada en unas relaciones sociales capitalistas que nosotros mismos creamos.
Mau expone otros muchos argumentos que probablemente suscitarán debate. Por nombrar sólo algunos: Mau sostiene que Marx entendía el fetichismo de la mercancía como una forma de ideología y no, como han sostenido muchos teóricos de la forma del valor, como una forma de dominación no ideológica; también sostiene que el capitalismo tiende a reproducir el sexismo y el racismo históricamente existentes, pero que éstas y otras formas de opresión no son inherentes al capitalismo per se (Mau se esfuerza en subrayar que esto no socava la necesidad de la política feminista y antirracista, pues hay que oponerse a toda forma de opresión, surja o no del capitalismo); en lo que me pareció un debate especialmente fascinante, Mau argumenta asimismo que, con el paso del tiempo, el capitalismo ha transformado de tal manera el mundo natural que ciertas esferas de la naturaleza no humana se organizan ya de formas que promueven activamente la reproducción del capital, algo que Mau ilustra con el caso de la agricultura industrial y las semillas que no se pueden reproducir más allá de una generación.
Una de las secciones más convincentes del libro es, en mi opinión, el debate sobre las crisis del capitalismo. Muchos marxistas han defendido que el capitalismo tiende a generar crisis. Cada capitalista que sobreproduce es individualmente racional, pues su sobreproducción es el resultado de una apuesta por vender todo su producto y, con ello, obtener beneficios y una ventaja sobre sus competidores. De hecho, no hacerlo es arriesgarse a ser superado por la competencia. A su vez, como muchos capitalistas actúan de esta manera localmente racional, el resultado es la irracionalidad al nivel del sistema en forma de más capital del que el mercado puede soportar. Con el tiempo, el exceso de capital se destruye en crisis que perturban profundamente a la sociedad y la vida de muchos individuos. Lo novedoso del (relativamente estándar, aunque riguroso) resumen de Mau sobre la tendencia a la crisis del capitalismo es su análisis de las crisis no sólo como efectos del poder económico sino como difusoras y reproductoras activas del mismo. En sus efectos, las crisis tienden a reforzar el control del capital sobre la sociedad: las crisis interrumpen los ingresos de las personas, desorganizándolas y debilitándolas y haciendo que (comprensiblemente) busquen soluciones compatibles con el sistema a sus necesidades inmediatas. Mau señala que, aunque las crisis tienden a generar malestar social, también tienden a debilitar la energía revolucionaria [3]. Las crisis, por tanto, son periodos de tiempo en los que proliferan y se intensifican un tipo muy concreto de conflictos: aquellos sobre el tipo de capitalismo que queremos tener.
Como subraya Mau, estas tendencias no se pueden reducir a la lógica de las intenciones: el poder del capital y el poder de los capitalistas no son términos sinónimos. La relación de capital es un proceso dinámico, un patrón de movimiento que opera a través de (y que, en aspectos importantes, constituye a) los agentes y sus acciones. Tanto los trabajadores como los propios capitalistas están atrapados en las garras de la lógica social del capital, aunque no de la misma manera.
Aunque creo que el libro de Mau es muy bueno, con espíritu de camaradería quiero cuestionar dos de sus puntos. En primer lugar, Mau describe la dominación de clase como una división entre “aquellos que controlan las condiciones de la reproducción social y aquellos que están excluidos del acceso directo” a esas condiciones [4]. No creo que tenga sentido decir que los capitalistas controlan la reproducción social. La reproducción de la sociedad se produce a través de la acumulación continua y en crisis de capital por parte de muchas unidades productivas, como dejan claro otras partes del libro de Mau. Como tal, en el capitalismo la reproducción social no está (en su mayor parte) bajo el control de nadie [5]. La dominación de clase dentro del capitalismo tiene sus raíces en la dependencia del mercado y en si el acceso de las personas al dinero surge de la venta o de la compra de fuerza de trabajo. Para quienes integran el proletariado y viven de la venta de fuerza de trabajo, la amenaza de la miseria (repentina e intensa) es significativamente mayor que la que viven los capitalistas. Y es esta amenaza la que confiere un poder terrible a los capitalistas. Esto me lleva al segundo punto, la violencia.
Mau sostiene que hay que distinguir el poder del capital de la violencia. Esto es convincente como hipótesis acerca de los aparatos represivos del Estado, pues el poder del capitalismo no es sólo el resultado de la ideología y la violencia del Estado. Pero los Estados no son los únicos actores violentos en la sociedad capitalista. En los capítulos sobre la jornada laboral y la maquinaria del primer volumen de El Capital, Marx detalla los terribles daños infligidos a los trabajadores en el proceso de producción y en el proceso de consumo (con el caso del consumo por parte de los trabajadores de pan adulterado y otros alimentos que se vuelven insalubres porque se fabrican para obtener beneficios y no para satisfacer necesidades). Además, Mau argumenta que Marx expone dialécticamente los conceptos a lo largo de los capítulos de El Capital, lo que implica que Marx pretendía que sus análisis sobre estos daños se sumaran al armazón conceptual que ofrece su análisis del capitalismo. Además, como alude Mau, la violencia personal que ejercen los jefes y los supervisores es de sobra conocida en la producción capitalista [6]. Aunque tal violencia no se practica constantemente en todas las instancias de la producción capitalista, parece claro que la producción en el capitalismo contiene el germen ineliminable de este tipo de violencia, resultado de la vulnerabilidad proletaria y de las presiones competitivas sobre los capitalistas [7].
Tanto la violencia física como los riesgos laborales deben considerarse elementos propios del capitalismo como tal, aunque sus localizaciones concretas y en un momento dado estén infradeterminadas. Este tipo de daños están sin duda causados por el poder del capital y reproducen, además, ese mismo poder al dejar heridos y económicamente desesperados a los trabajadores. En mi opinión, pues, el libro de Mau no demuestra que el concepto de poder económico sea, en sí mismo, separable de la violencia. Más bien, el libro muestra que el poder económico, la forma de poder exclusiva del capitalismo, tiende a generar, y en algunos casos adopta activamente la forma de, una especie de violencia apolítica dentro del proceso de producción, que es distinta de la coerción política ejercida por el Estado. Hay, además, un corolario interesante de este punto: los marxistas que se centran en la violencia ejercida desde el aparato represivo del Estado y su papel respecto al mantenimiento del capitalismo suelen enfatizar aquellos fenómenos sociales que tienen lugar en diversos modos de producción, y no, precisamente, aquellos fenómenos específicos del capitalismo que Mau analiza hábilmente.
Los límites de la teoría social liberal
Por lo general, los pensadores liberales de izquierda son indudablemente conscientes de los tipos de patologías sociales que Mau y otros marxistas señalan. Aun así, estos pensadores tienden a tratar estas patologías como patologías accidentales y evitables mediante las intervenciones políticas pertinentes. Este tipo de pensamiento es el principal rival intelectual del marxismo. A veces involuntariamente, el liberalismo de izquierdas nos anima a reducir nuestras aspiraciones políticas a una suerte de versión contenida del capitalismo y nos anima, sobre todo, a malinterpretar la sociedad capitalista. Por suerte, tenemos Beyond Liberal Egalitarianism, de Tony Smith.
Smith toma como objeto de estudio el mejor pensamiento que puede ofrecer el liberalismo de izquierdas —representado por académicos a los que se refiere como igualitaristas liberales— y muestra cómo éste no es capaz de abordar adecuadamente los problemas inherentes al capitalismo. Este fracaso, argumenta Smith, se debe a la ausencia del concepto de capital articulado por Marx. Con ello, Smith ofrece un resumen conciso y potente del análisis marxiano del capitalismo.
La sociedad capitalista está subordinada al capital. Es decir, al proceso de conversión continua de dinero en más dinero que Marx resumió en el circuito D-M-D’. El dinero adelantado por los capitalistas debe convertirse en más dinero que luego se reinvierte: D debe convertirse siempre en D’, y D’ debe ser reinvertido para que el circuito se repita de nuevo. Esto es y debe ser así porque la producción de servicios y bienes sociales clave está organizada en forma de circuitos de D a D’, de modo que la interrupción generalizada de esos circuitos genera daños terribles. Como tal, la sociedad debe promover, en general, la realización constante de ese circuito. Al carácter obligatorio de esta repetición cíclica y a la manera en que la sociedad está a su servicio, Smith lo denomina imperativo de valorización. Además —señala Smith— esos circuitos tienden a interrumpirse a sí mismos o entre sí bajo la forma de la competencia ordinaria y, lo que es más catastrófico aún, de las crisis cíclicas. Esto significa, por lo pronto, que el capitalismo es un modelo de sociedad en el que la producción de bienes y servicios fundamentales se autointerrumpe regularmente. (El argumento de Mau de que las crisis sociales del capitalismo hacen que el control del capital sobre la sociedad sea más fuerte, no más débil, es un ejemplo de lo gratificante que resulta leer los libros de Mau y Smith a la vez). Además, el poder que ostentan los capitalistas sobre la clase trabajadora y sobre la sociedad en general por su posición en los circuitos del capital es en sí mismo cuestionable, como también lo son las formas en que ejercen su poder a raíz de las exigencias de repetición de ese mismo circuito.
Sin duda los igualitaristas liberales pueden criticar —y a menudo critican— algunos de los elementos y los resultados de estos modelos sociales. Como argumenta, en cambio, Smith, estas críticas son insuficientes porque carecen del concepto de capital en su sentido marxiano. Sin él, estos pensadores no logran comprender que los males de la sociedad capitalista no son un producto contingente, sino más bien el resultado de la lógica esencial del capitalismo. Tal y como defiende Smith, los igualitaristas liberales son, de hecho, capitalistas utópicos que creen en la posibilidad (poco realista) de un capitalismo perfeccionado que favorezca la prosperidad humana y no su aniquilación. Es esto lo que los convierte en representantes involuntarios —y, por tanto, más eficientes— de la ideología capitalista.
Puedo imaginar que algunos lectores se impacienten con la atención que Smith presta a los académicos. El argumento de Smith, sin embargo, es que enfrentarse a quienes proponen alternativas de izquierdas al marxismo (sobre todo aquellas intelectualmente más rigurosas) puede ayudar a los marxistas a demostrar tanto la superioridad del análisis de Marx sobre el capitalismo como también a mejorarlo. Aprender a criticar este tipo de teorías sociales, más explícitas, puede ayudar a los socialistas a prepararse mejor para criticar aquellas otras teorías, más implícitas, que muchos consideran de sentido común. Un ejemplo claro son las defensas de un capitalismo sin jefes, formado por cooperativas de trabajadores, que han surgido repetidamente a lo largo del tiempo. Smith examina, en este sentido, la idea, propuesta por el filósofo John Rawls, de una democracia de propietarios —la misma idea que acabamos de mencionar, pero con un vocabulario distinto. Como argumenta Smith, aunque en una sociedad de este tipo podría no haber capitalistas individuales, seguiría presa del imperativo de la valorización y de las patologías que genera, independientemente de las ventajas que una sociedad así podría tener respecto a otras versiones del capitalismo.
Querría destacar tres ideas de Smith que me han parecido especialmente sugerentes. En primer lugar, Smith sostiene que las relaciones sociales capitalistas son relativamente indeterminadas, lo que significa que pueden adoptar múltiples formas institucionales particulares. Esta idea es especialmente importante, en parte porque la izquierda ha tendido a conceptualizar el capitalismo a través de versiones institucionalizadas propias del capitalismo (como el capitalismo relativamente regulado de mediados del siglo XX que precedió al neoliberalismo) y, con ello, a malinterpretar la importancia de la transición entre diferentes tipos de sociedad capitalista (como los cambios que implica la desindustrialización relativa). En este sentido, reconocer la indeterminación relativa del capitalismo nos ayuda a comprender su capacidad para transformar sus organizaciones institucionales particulares con el fin de poder seguir existiendo como modelo general de sociedad.
En segundo lugar, Smith argumenta que Marx comparte con los igualitaristas liberales lo que Smith denomina principio de igualdad moral, según el cual ningún individuo puede ser sacrificado justificadamente por el bien de otro (o, al menos, no sin su consentimiento). Esto convierte a Marx en lo que Smith llama un individualista normativo, pues exige una vida buena para todos y cada uno —lo cual es totalmente compatible con entender que cada individuo es producto de la sociedad y que requiere de unas condiciones colectivas e institucionales específicas para prosperar. Este argumento ofrece una crítica poderosa, aunque implícita, a algunos proyectos políticos del pasado que, en nombre del socialismo, han estado dispuestos a sacrificar a algunos miembros de la clase trabajadora. El argumento también explica (aquí de manera más explícita) por qué el capitalismo es cuestionable: el capitalismo pisotea a los seres humanos, y cada ser humano tiene valor (en sentido moral) en sí mismo. Algunos marxistas parecen reticentes a esta forma de plantear lo que hace que el capitalismo sea cuestionable, desestimando estas cuestiones como mero moralismo. El análisis que Smith realiza de Marx como individualista normativo muestra que esos marxistas están descuidando erróneamente las formas en que la obra de Marx puede contribuir a la crítica social.
En tercer lugar, Smith sostiene que las sociedades capitalistas se caracterizan por lo que él denomina la bifurcación de lo político. Por un lado, algunas cuestiones que, por definición, son políticas —como quién consigue vivir, prosperar, en qué medida y cómo— son el resultado de procesos económicos aparentemente apolíticos e institucionalmente privados. Esto significa que las sociedades capitalistas tienen una concepción débil de la política, pues convierte numerosos espacios políticos en asuntos privados, apolíticos y relativamente fijos, permitiendo con ello que solamente un espacio demasiado estrecho de la vida social sea considerado como político y esté sujeto a la reorganización colectiva. Este estrechamiento de la política no es sólo una cuestión de creencias, sino que es inherente al proceso combinado según el cual la producción tiene lugar en organizaciones privadas y sus productos adoptan generalmente la forma de mercancías.
El concepto de Smith de la bifurcación de lo político tiene importantes ramificaciones. Implica, por un lado, que el Estado capitalista es una parte intrínseca de las sociedades capitalistas, de modo que la acción del Estado no es menos capitalista cuando está menos mercantilizada ni el Estado capitalista es menos estatal por estar al servicio de los imperativos de valorización. Este concepto también plantea algunas cuestiones interesantes sobre la relación entre el Estado y la política. Para mucha gente es intuitivamente obvio que el Estado es donde ocurre la política y que las acciones del Estado son políticas. Sin embargo, el concepto de bifurcación de lo político sugiere que el Estado capitalista se esfuerza activamente en mantener el poder económico privado y despolitizado. Esto significa que, en la medida en que disciplinas como la ciencia política, la filosofía política, la historia política y el pensamiento jurídico trabajan desde y con las categorías del Estado capitalista, están conceptualizando la política y las relaciones sociales de una manera excesivamente estrecha. Y, lo que es más importante, que en la medida en que la acción colectiva de la clase obrera se produzca dentro de las instituciones estatales o de formas aceptables para éstas, esa acción colectiva tendrá una capacidad limitada de transformación social. El progreso social requiere, en este sentido, que la lucha de clases se produzca (en un grado significativo) fuera y contra las instituciones oficialmente políticas de la sociedad capitalista.
Si bien las sociedades capitalistas separan, por lo general, los dominios conceptualizados como económicos y como políticos y, con ello, estrechan el sentido de lo que es político, la frontera exacta que divide lo económico y lo político difiere en las diferentes sociedades capitalistas realmente existentes. Según Smith, las relaciones sociales capitalistas son indeterminadas, y este carácter de apertura relativa se extiende también a las particularidades o concreciones organizativas de los diferentes estados capitalistas. Además, estas mismas particularidades concretas cambian con el tiempo, lo que significa que la fina línea que divide lo económico y lo político a veces se difumina y se desplaza, sobre todo en respuesta a las crisis y la lucha de clases. En cierto modo, esto significa que el hecho de que las sociedades capitalistas sufran inestabilidades en sus instituciones y, por tanto y en gran medida, en la vida cotidiana de sus miembros, es a la vez causa y efecto del conflicto social.
Las políticas como residuo de la crisis
Numerosos autores han descrito el capitalismo de finales del siglo XX como un proceso de financiarización. En Governing Financialization, Jack Copley sostiene que esta transformación tiene sus raíces en la relación entre las crisis del capitalismo y el Estado capitalista. Copley expone sus argumentos examinando la política del Reino Unido y la relación entre la economía británica y la economía mundial en las décadas de 1970 y 1980. Con ello, da una muestra valiosa del mayor poder explicativo del análisis marxista —especialmente de la tradición del Open Marxism [marxismo abierto]— en relación con otras perspectivas.
El libro comienza con una visión general de tres enfoques contrapuestos de la financiarización: un primer enfoque, que entiende la financiarización como aquella condición donde las prácticas financieras están más presentes o son más notables en la sociedad y llegan a transformar o reconfigurar otras prácticas sociales; un segundo enfoque, que se centra en la relación entre las finanzas y la producción, donde las primeras se interpretan como un efecto de la contracción del crecimiento en la producción; y un tercer enfoque, que se centra en la relación entre los fenómenos anteriores y el Estado.
En estas tres perspectivas, Copley encuentra tres teorías implícitas del Estado: el Estado como instrumento de actores con poder, generalmente como instrumento ideológico; el Estado como espacio funcional y (en cierto modo) mecánicamente al servicio del desarrollo económico; y el Estado como actor estratégico en sí mismo que opera con cierta independencia tanto de los bloques de mayor poder como de las fuerzas sociales subyacentes. Para Copley, los dos primeros enfoques, el instrumentalista y el funcionalista, tienden a obviar la dimensión política de lo que realmente hace un gobierno. En este sentido, el principal mérito de entender el Estado como un actor estratégico es atender a esta política de gobierno. Al mismo tiempo, argumenta Copley, los relatos del tercer tipo tienden a infrateorizar el Estado.
Frente a todo lo anterior, Copley presenta un cuarto enfoque, extraído de la tradición del Open Marxism, según el cual las relaciones sociales capitalistas operan en base a una lógica propia. Una parte central de esta lógica es la tendencia del capitalismo a las crisis, que configuran el contexto respecto al cual el Estado es un actor estratégico. En este contexto, el Estado sigue estando sometido a una presión considerable por parte de los actores y fuerzas que acumulan poder, pero también goza de un alto grado de independencia para responder a esas mismas presiones. Esto significa que, aunque el Estado actúa de manera relativa, lo hace de forma reactiva. Es decir: en respuesta a las turbulencias y al desorden del capitalismo como forma social tendente a las crisis. Además, las acciones del Estado en respuesta a las crisis son, a menudo, sorprendentemente azarosas. Como corolario de esta afirmación, Copley sostiene que otros análisis sobre el Estado y el tránsito a la financiarización han atribuido retroactivamente un grado de coherencia mucho mayor de lo justificado tanto a la acción del Estado como al auge de la financiarización. Así, aunque la financiarización fue en gran medida el resultado de la acción del Estado, fue también, en su sentido específico, un resultado novedoso e imprevisto que se produjo a espaldas de aquellos actores estatales que intentaban responder al enorme desorden derivado de las crisis mundiales y nacionales.
Aunque me he centrado en la perspectiva teórica de Copley, la mayor parte de su libro consiste en un detallado análisis histórico. Una de las virtudes de este relato es demostrar cómo la investigación empírica e histórica puede estar no sólo teóricamente avalada, sino ser también generadora de teoría. Copley muestra cómo tanto los gobiernos laboristas como los conservadores respondieron a las crisis de formas que acabaron provocando la financiarización. Al hacerlo, los gobiernos adoptaron dos enfoques básicos para la formulación de políticas: la política paliativa, dirigida a apuntalar la legitimidad y, a menudo, dirigida simplemente a lograr permanecer en el cargo; y la política disciplinaria, dirigida a estabilizar la economía y competir en el mercado global, a expensas de la clase trabajadora.
La política disciplinaria supuso un reto para la legitimidad política y para la suerte electoral del gobierno, dado el carácter al menos nominalmente democrático del Reino Unido. El gobierno trató de situar fuera de sí mismo sus propias medidas disciplinarias, cediendo la autoridad a organismos internacionales, indicadores automáticos y agencias tecnocráticas, incluidas las instituciones financieras. Se trató de un enfoque específicamente despolitizado de la disciplina. Esta despolitización no fue meramente retórica, sino una cuestión de asignación del poder de decisión: al ceder el poder de decidir una política financiera a indicadores basados en el mercado, a autoridades supranacionales y a expertos supuestamente neutrales, los funcionarios (cuya responsabilidad se decide democráticamente) podían eludir la responsabilidad política y sus consecuencias. Fue a través de estas dos aproximaciones a la política, y especialmente de la disciplina despolitizada, como el gobierno británico fomentó la financiarización, pues las instituciones e intervenciones financieras representaron un medio para eludir la rendición de cuentas.
Las relaciones sociales capitalistas son, como dice Smith, indeterminadas, en el sentido de que no requieren ninguna disposición institucional particular, lo que permite una variación significativa en la forma en que se organiza una sociedad capitalista realmente existente. Sin embargo, esta indeterminación está limitada, en el sentido de que las instituciones deben ser compatibles con la coacción muda que opera concretamente en un tiempo y lugar específicos. Y son, además, inestables, porque el capitalismo tiende tanto a la crisis como a la producción de malestar social. Además, el libro de Copley demuestra cómo las instituciones de cualquier sociedad capitalista realmente existente se construyen y transforman de forma relativamente azarosa. Así, se muestra cómo la sustitución de una red institucional (que cristalizaba una serie de relaciones sociales capitalistas concretas) por otra en el Reino Unido de las décadas de 1970 y 1980 se produjo a través de respuestas estatales relativamente desorganizadas a la crisis económica y al conflicto de clases.
Copley describe a los actores estatales como actores con poder, pero obligados por una coacción muda —concretamente en forma de crisis— y cuyas respuestas están, aún así, significativamente indeterminadas. En efecto, los gobiernos se centran en capear el temporal y no en formular grandes planes maestros, lo cual genera efectos políticos que luego influyen en las acciones de los gobiernos futuros. Estos efectos son análogos a la caracterización que Marx realizó de la maquinaria como trabajo muerto que constriñe el trabajo vivo: las acciones del anterior gobierno, llevadas a cabo en el contexto de las contradicciones de la sociedad capitalista del pasado, condicionan el alcance de las acciones del actual gobierno, que tienen lugar en el contexto del capitalismo del presente.
Tanto el trabajo teorético presente en este libro como el trabajo de archivo sobre historia política son impresionantes por separado, y por supuesto en conjunto. Más impresionante aún es la manera en que Copley navega por diferentes niveles de abstracción analítica (macro, meso y micro, en el lenguaje habitual de las ciencias sociales) y no sólo se mueve entre ellos, sino que los integra de forma que cada nivel de análisis arroja luz sobre los demás. El libro demuestra tanto el poder de la teoría marxista para orientar la investigación empírica como el de esta última para generar conceptos aplicables a otros objetos en otros momentos y en otros lugares.
Posibles investigaciones futuras
Espero haber presentado estos libros de forma que cada uno de ellos resulte interesante por sí mismo y, a la vez, haber mostrado cómo se relacionan entre sí. En lugar de una conclusión, me gustaría sugerir, brevemente, algunas vías abiertas para investigaciones futuras que podrían ser edificantes para quienes participamos en entornos cercanos a la Legal Form. Estas investigaciones se basarían y, en ocasiones, se retrotraerían a algunas ideas transversales a estos libros [8]. Hay dos vías generales de investigación que me parecen especialmente ricas en cuanto a su potencial: por un lado, el examen de las tensiones y conflictos intrasistémicos; por otro lado, el examen de las teorías e ideologías sobre la gestión de esas tensiones y conflictos —es decir, de otros igualitaristas liberales. Como bien ilustran los libros reseñados, el capitalismo tiende a generar una serie de tensiones y, a menudo, conflictos abiertos: capitalistas contra proletarios, capitalistas contra otros capitalistas, proletarios contra otros proletarios, partes del Estado contra miembros de una o ambas clases, y Estados entre sí o contra autoridades supranacionales. Todas estas relaciones se manifiestan en una multitud de formas concretas e interactúan de manera compleja con el contexto, más amplio, de la tendencia a la crisis del capitalismo y de la bifurcación de lo político. Estos patrones sociales tienden, a su vez, a dar pie a diversos tipos de igualitaristas liberales que buscan comprender algunos aspectos específicos de estas dinámicas, a menudo con el propósito práctico de modificar la forma actual del capitalismo y mitigar sus peores excesos. No pienso tanto en teóricos, sino más bien en intelectuales en posiciones de relativo poder institucional dentro del Estado o en posiciones de influencia dentro de los movimientos sociales (el tipo de expertos que “La Internacional” llamó salvadores condescendientes).
Aunque a menudo no se conceptualizan como tales, es evidente que, desde diversos campos de la investigación empírica, se han generado una gran cantidad de estudios sobre varios ejemplos concretos de lo mencionado anteriormente. Sin duda, los tres libros reseñados podrían servir de base para nuevas investigaciones empíricas. También podrían ser útiles para sintetizar algunas investigaciones empíricas existentes, lo cual podría contribuir a generar nuevas cuestiones teóricas o nuevas maneras de aplicar las ideas de esos mismos libros a otras condiciones o contextos concretos.
En el marco de esta investigación, merecería la pena prestar especial atención al derecho en sus diversas facetas. Las tensiones y conflictos del capitalismo tienden a estar mediadas o influenciadas por el derecho y tienden, asimismo, a generar nuevas instituciones, prácticas y modos de pensamiento jurídicos. Además, los profesionales del derecho y los académicos suelen ser relativamente mayoritarios entre los igualitaristas liberales que generan estos mismos procesos sociales. La investigación de todo lo anterior podría comenzar de forma fructífera preguntando cuándo y cómo el Derecho es causa, efecto, o ambas cosas a la vez, de los procesos sociales en cuestión o en qué grado y de qué manera el Derecho trabaja para impugnar y/o reproducir dichos procesos.
Estoy seguro de que este trío de libros podría enriquecer muchas otras líneas de investigación. Espero que sean ampliamente leídos, debatidos y puestos en común.
Notas:
[1] Lenin, “Kommunismus,” Collected Works, Volume 31, p. 166. https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1920/jun/12.htm
[2] Karl Marx, Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy, London: Penguin, 1993, p. 101. https://www.marxists.org/archive/marx/works/1857/grundrisse/ch01.htm
[3] Mute Compulsion, 316.
[4] Mute Compulsion, 129.
[5] La ambigüedad en el uso que Mau hace del término “reproducción social” puede deberse a la influencia directa de una serie de trabajos recientes agrupados bajo el título de teoría de la reproducción social. Sobre la importancia de la distinción entre la reproducción de la fuerza de trabajo y la reproducción de la sociedad, y sobre el papel del Estado en la reproducción de la sociedad capitalista, véase: Kirstin Munro, “Social Reproduction Theory,’ Social Reproduction, and Household Production”, Science & Society, Vol. 83, No. 4, October 2019, 451–468. https://guilfordjournals.com/doi/10.1521/siso.2019.83.4.451
[6] Mute Compulsion, 231.
[7] Es importante señalar que la violencia en la producción no solo es infligida a los empleados por los empleadores y sus representantes. El análisis de Reva Siegel sobre las diversas formas de acoso sexual ofrece ejemplos de violencia tanto de jefe a trabajador como de trabajador a trabajador, así como de la organización económica de cada una de ellas, que se solapa con la organización del género y la sexualidad.
[8] Creo que el trabajo de los estudiosos marxistas del derecho internacional ofrece modelos que el resto de nosotros podríamos emular y plantean, además, cuestiones interesantes que remiten a estos tres libros. Me refiero concretamente a los estudios de Ntina Tzouvala y Rose Parfitt. Cada una de ellas ha escrito de manera diferente sobre cómo el orden jurídico internacional obliga a las sociedades a someterse al formato del Estado capitalista y disciplina a estos últimos (Estados individuales) a actuar en función de los imperativos del orden económico y político mundial. Esto sugiere que la bifurcación de lo político funciona de forma diferente en el orden jurídico internacional que en el ámbito doméstico de un único Estado; también sugiere una compleja dialéctica entre el derecho y la coacción muda (ya sea bajo la forma de la crisis o no), en la que esta última se relaciona con el Derecho a veces como causa, a veces como efecto, y a veces como causa y efecto.
es profesor de la Drake University, especializado en la historia jurídica del capitalismo. Su último libro es «Injury Impoverished: Workplace Accidents, Capitalism, and Law in the Progressive Era» (Cambridge University Press, 2020). Fuente:
https://legalform.blog/2023/01/30/review-essay-economic-power-liberalism-and-crisis-nate-holdren/ Traducción: Iker Jauregui