Males del cuerpo y de la mente
Autor: Jairo Alarcón Rodas
“- Con lo que saco de esos patanes, apenas puedo cubrir los gastos de mis perfumes. ¿Y qué hay de Roulé, ha pagado ya el alquiler?
– No excelencia, ni lo pagará. Murió la semana pasada.
– ¡Oh! ¡Qué cosa más impertinente, morir sin pagar el alquiler! ¿De qué murió?
– De hambre.
– El hambre es indulgente con esos campesinos, igual que la gota con nosotros.”
Charles Dickens, Historia de dos ciudades.
Cómo encarar situaciones adversas, tanto física como emocionales, si se ha nacido en un país que apenas le provee oportunidades para el bienestar de sus habitantes y las pocas que otorga únicamente son para beneficiar a un pequeño número de personas, para una mínima parte de la población. Ante eso, los demás habitantes tienen que luchar en desventaja, para poder sobrevivir, luchar, a veces, con garras y dientes para sobrevivir un día más, lo cual determina que, en más de una ocasión, sucumban en el intento.
Todas las personas tienen necesidades y, como Maslow lo ilustró en su pirámide, comienzan con las necesidades básicas, las que tienen que ver con la supervivencia biológica. Pero lo seres humanos, a diferencia de los demás seres vivos, se dan cuenta existencialmente de lo que eso representa, es decir, de lo que significa encarar un día más, resolver tales necesidades y al no poder satisfacer, al menos lo mínimo para vivir, su ser se llena de frustración, se deprimen, se pierden o bien, potencializan su agresividad natural en actos delictivos.
El saber que se está vivo, el ser consciente de ello y darse cuenta de que para continuar existiendo es necesario estar bien y que para lograrlo se requiere satisfacer lo básicamente pertinente, como es el hecho de alimentarse, y eso demanda obtener recursos económicos con los que pueda sufragar tal necesidad y, al mismo tiempo, saber que en Estados fallidos, un gran número de personas no tiene la oportunidad de un trabajo para lograrlo; ese simple razonamiento lleva implícito la angustiante frustración que constituye el reto por la vida. Que, para muchos, encierra la incertidumbre de cómo lograrlo.
Así, países con altos niveles de pobreza, en los que un gran porcentaje de su población no posee los recursos ni cuenta con las oportunidades efectivas para lograr la estabilidad económica y el equilibrio emocional, que redunden en bienestar, en una mejor condición de vida, el malestar emocional aparece y con ello toda una serie de consecuencias negativas para su salud.
Por el contrario, en sociedades en las que sus autoridades han comprendido la importancia de la estabilidad y cohesión entre sus miembros y que eso se logra, en parte, al asegurar una estabilidad económica para estos, lo que redunda en una vida digna, comprenden la importancia esencial que tiene cada individuo de la sociedad. De ahí que, si el Estado falla, la frustración y la desesperación aparecen y si a eso se le suman las consecuentes dolencias, aflicciones y enfermedades, tanto corporales como emocionales, que con el paso de los años aparecen, la existencia deja de tener valor.
Así, se vive dentro de un círculo vicioso en el que la imposibilidad de obtener recursos económicos que solventen el hambre, genera aflicciones existenciales y estas, a su vez, derivan problemas en la salud mental y, como último eslabón, el abandono total de la existencia. La existencia humana, sin lugar a duda, es compleja y por ello no se debe descuidar ningún aspecto que la afecte, tanto físico como emocional.
Angustia y desesperación propicia una sociedad que aporta pocas expectativas para sus habitantes, en donde las oportunidades son escasas, en las que el individualismo le cierra la puerta a la solidaridad, en donde se ha perdido el interés por el otro y la existencia humana tiene un precio. Devolver la sed de vida es luchar en contra de los enemigos de la vida, de todos aquellos que han hecho del mundo un lugar de injusticia y perversiones.
A eso se le añade que las personas vienen al mundo con incipientes herramientas cognitivas y escasas habilidades motrices, despliegue de tales potencialidades humanas que requieren desarrollarse durante un largo trayecto de convivencia, que da lugar a un eterno proceso de aprendizaje. Tal formación, en muchos casos, se ve limitada por casusa de las condiciones de miseria en las que están sometidos un gran número de personas en el mundo. Consecuentemente, la desesperación es el resultado natural de esas personas. De ahí que los problemas se agudizan, determinando la aparición de males tanto del cuerpo como de la mente y el aniquilamiento paulatino de la condición humana y, con este, el deseo de morir.
¿Qué sucede cuando la otredad avasalla?, cuando no se comprende el porqué de los sucesos que envuelven la existencia? Nacer y comprender el sentido de la vida es lo que se espera existencialmente del proceder humano. No obstante, para muchos, es inapropiado tal proceder ya que el estómago habla con más fuerza que el entendimiento.
Vivir deprimido es no encontrarle el sentido a la existencia, dejar de valorarla, cuestionando constantemente por qué continuar viviendo. Perder las expectativas, la capacidad de asombro, refugiarse en la soledad, sentirse abatido, evadir la realidad, ser incapaz de disfrutar los momentos agradables que se presentan en la vida, caer en la desdicha. Indefensos, los seres humanos, comienzan a aprender cómo subsistir. No obstante, dentro de esa línea de aprendizaje, también se aprenden antivalores, comportamientos negativos, incluso se encuentra la forma de evadir la realidad.
Los sentimientos no correspondidos, no ser querido, no ser amado o quizás no sentirse apreciado, son otras de las razones que conduce a la depresión, al abatimiento, a no encontrarle sentido al existir. Quien tiene un porqué para vivir encontrará casi siempre el cómo, expresión del filósofo Friedrich Nietzsche, que resalta todos aquellos aspectos que pueden estimular el seguir viviendo, amar la vida.
Pero, qué pasa cuando los incentivos de vida se han perdido, ya no los hay, sea por un efecto real de una circunstancia adversa o por una ilusión de una mente perturbada. Países que han logrado estabilidad económica, en la que sus habitantes han resuelto el problema del hambre, tienen actualmente una tasa muy grande de personas con depresión. Qué valores se estimulan en esas sociedades, qué otros componentes dan por resultado la depresión en los seres humanos, la pérdida de interés por la vida.
Sin temor a justificar los delitos, es comprensible que la frustración incube violencia, de ahí que George Orwell dijera: “¡Cuánta razón tienen al darse cuenta de que el estómago está antes que el alma, no en la escala de valores sino en el tiempo!” Antes de exigir un buen comportamiento, un accionar que corresponda a lo humanamente permisible, se debe poner atención a las necesidades vitales de la población.
Aunque llenar los requerimientos básicos no es suficiente, pues se deben construir y fomentar valores de vida y no de muerte, que lleven del asombro a la inventiva, a la construcción.
Perder la capacidad de asombro, el sentimiento de extrañeza, el impulso de búsqueda, la solidaridad, el amor. Ya no tener un porqué vivir merece ser un tema de reflexión, que conduzca a la atención de los males del cuerpo y de la mente. Y, desde luego, a las causas reales que los motivan, a los enemigos que lo provocan. Sin embargo, las oportunidades que presenta la vida, para reaccionar ante tales circunstancias, no se comparan con poner fin a la existencia.