La destrucción de la USAC como un proceso pensado

José García Noval

Algunos antecedentes

Fui Estudiante de la Facultad de Ciencias Médicas en los años 60 cuando eran los tiempos de 8 años de carrera. Mi primer rector fue Carlos Martínez Durán, el siguiente el ingeniero Jorge Arias de Blois. Fui representante estudiantil durante las rectorías de Edmundo Vásquez Martínez (un año) y de Rafael Cuevas del Cid (un año). En esa época, entre otros miembros distinguidos del Consejo estaban Manuel Colom Argueta, Alfonso Bauer Paiz, Julio de León Méndez, Juan de Dios Calle, Oscar Barrios Castillo y Mario López Larrave, Jorge Montés Córdoba, Daniel Contreras, Mario Dary, Roberto Valdeavellano y otros que recordamos con respeto. De los estudiantes de esa época de los que tengo noticia han sido, o fueron, destacados en su vida profesional. Podría decir que esa experiencia fue para mí la más importante en lo referente al aprendizaje en el interés por la academia, la proyección de saberes al interés nacional y del arte de la deliberación.

Viví los años más trágicos de la USAC; en ese tiempo fui representante de los docentes en el Consejo Superior y tengo en mi memoria hechos sobre los que he escrito algunas de mis experiencias y sobre los que puedo hablar. Sin embargo, hoy me voy a referir a un período posterior, el llamado de posguerra, en que se hizo evidente el declive académico y moral de la institución.

La gravedad de lo observado, en ese último período, hizo que un sector de docentes, especialmente los más antiguos se movilizaran para la recuperación del espacio perdido. Esa preocupación nos impulsó al doctor Manuel González Ávila y a mí a paricipar en varios foros, en distintas unidades académicas y centros regionales sobre el tema Ética y Universidad. Ambos conservamos algunas ponencias escritas sobre el tema.

¿Cuál fue la motivación de lo anterior? Fue, obviamente, traer a primer plano de la conciencia universitaria que lo que vivíamos no formaba parte de la “normalidad” de una institución académica o de cualquier otra índole respetable.

Sin embargo, tratándose de una academia teníamos la obligación de estudiar el fenómeno con un enfoque racional que no olvidara la historia reciente que constituyó el principal determinante de la situación actual y, por supuesto, su contenido ético, político y psicosocial. Se trataba de un esfuerzo por cambiar ese rumbo.

Al escuchar comentarios como que la USAC es un desastre, o que es una vergüenza por los actos de corrupción de sus más altos representantes, por las tesis plagiadas y otros casos, no podemos más que estar de acuerdo con esa conclusión; sin embargo, esa conclusión puede ser un grave fallo cognitivo o moral, o una conclusión políticamente tramposa en la medida que olvida sus orígenes complejos, es decir su causalidad. Interpretaremos benévolamente que detrás de esas afirmaciones incompletas son producto de la expresión espontánea del pensamiento común (“empírico espontáneo”) que todos podemos tener en un momento emocional, un “presentismo” dominante (término usado con amplitud) o un positivismo marasmático. Y eso es lo que hemos querido abordar en múltiples escenarios y quisiéramos incluir en las discusiones actuales.

Lo fundamental de los problemas actuales de la Universidad de San Carlos los empezamos a enfrentar desde los años 80, y marcan un giro de los vividos unos años antes, desde la segunda mitad de la década del 70, época de violencia extrema. Pero ese “giro” fue su herencia. La tipificación de las diferencias y la conexión sistémica entre esas dos épocas es fundamental para comprender a fondo el proceso incontenible de degradación actual.

San Carlos, como institución, con nivel respetable, con su historia y los fines concebidos, primero a raíz de su autonomía (Revolución de Octubre del 44), y posteriormente con la del impulso a la proyección social en los años 60, con un impacto sin precedentes en el proceso enseñanza-aprendizaje, como el Ejercicio Profesional Supervisado y la ampliación de los abordajes de las ciencias sociales aplicadas a profesiones específicas. Procesos revisados y ampliamente discutidos desde hace muchas décadas por pensadores responsables, se desliza en el período de posguerra al estado actual de una academia en que únicamente le queda la opción de cambiar o morir. Por supuesto que la muerte de la USAC no significa la desaparición de la institución con su nombre, mientras se convierta en una pieza funcional a las redes criminales, creadas como proceso pensado, y que se continúen reproduciendo las condiciones para su operatividad.

Sobre los hechos no voy a extenderme como lo he hecho en otras ocasiones desde inicios de los años 90, en actividades sobre el tema de ética y universidad, que además me sentí obligado a incluir en mi libro de ética médica Tras el sentido perdido de la medicina. Pensé que eran temas inseparables en ese tiempo y en la actualidad, dada la gravedad de lo vivido.

Sabemos que, en esta época de posguerra, han sucedido hechos que jamás vi en tiempos anteriores en mi vida estudiantil o docente. Por ejemplo, la venta de pruebas académicas (exámenes) por parte de docentes; abusos de un grupo bien identificado de docentes (los mismos que vendían exámenes o modificaban notas) con estudiantes, especialmente mujeres, coacciones a estudiantes para firmar hojas de adhesiones electorales de puestos directivos. Fue notoria la complicidad de este mismo grupo de docentes con estudiantes repitentes crónicos de primer año en acciones indignantes como el “bautizo” del 16 de febrero de 2007 ( hay un documento de protesta de la Asociación de Docentes de la Facultad de Ciencias Médicas), falsificación de firmas de profesionales reconocidos de otras profesiones en documento presentado a la Junta Directiva, la ausencia de respuesta del CSU ante las denuncias firmadas y con pruebas suficientes de grupos de profesores, entre otros casos el plagio de tesis de posgrado. La lista de hechos graves continúa y existen pruebas escritas sobre ellos.

Peío hay otros hechos fundamentales para explicación del problema.

Usualmente se argumenta, y con razón, que el abandono de las tareas universitarias por profesores de prestigio y con experiencia debida a la violencia fue un factor fundamental para la caída del nivel académico, y eso es verdad. Sin embargo, en condiciones diferentes a las que mencioné antes, este vació hubiese sido superado conforme los nuevos docentes fuesen adquiriendo experiencia. Esa evolución pudo haberse reforzado si se hubiese continuado con las mismas reglas, como exámenes de oposición limpios, autoridades reconocidas profesionalmente, organismos como las juntas diíectivas y CSU respetables y el predominio de motivaciones éticas y científicas de los profesionales. La pregunta es ¿Qué causó este giro?

Si revisamos el cuadro de autoridades universitarias y de dirigencia estudiantil el contraste cuantitativo y cualitativo entre quienes representaban la decencia y sus contrarios se fue haciendo cada vez más evidente.

Lamentablemente hubo una fuerza perversa que actuó con más descaro que sigilo: la acción de funcionarios y docentes que en tiempos normales no hubiesen ingresado a la academia o no hubiesen podido sacar las garras. Algunos de estos personajes ostentaban abiertamente su nexo con organismos de seguridad del Estado. Otros no sabíamos si lo tenían, pero participaban subalternamente. El primeí caso era un secreto porque ostentaban armas y carnes de pertenencia e, incluso, de trabajos temporales en esas instituciones. Hubo algunas publicaciones de la prensa que lo documentaron (por ejemplo, Siglo 21 del 25 de junio de 1996). Por esas razones, hoy resumidas, quizás las preguntas claves son: ¿por qué una mayoría no involucrada en esos actos no reacciona? ¿por qué el contagio que hace que la minoría inescíupulosa crezca a pesar de todo y domine? ¿por qué una mayoría que en algún tiempo perteneció al grupo de profesores responsables baje la guardia y, aunque mantenga la distancia de los otros, disminuye el anhelo de superación y su vocación como verdaderos maestros?

La respuesta a esta pregunta no es única, pero algunas de las fundamentales entran en el contexto de la psicología colectiva que, en la actualidad no afecta únicamente a la universidad, aunque este conglomerado puede ser un modelo de análisis. Esa tarea necesita el esfueízo de la exploración de los documentos universitarios de vieja data, estudio de problemas políticos de cada época, la violencia (la magnitud y las características cualitativas), las conductas individuales y colectivas en marcos analíticos de psicología social.

Con la venia de los especialistas, me pregunto si no es un grave error dejar fuera de foco en el análisis de este “giro” posterior a los momentos más crudos de la violencia de Estado, algunas explicaciones y teorías como el de las experiencias del señor Zimbardo, en el Efecto Lucifer, que nos habla de la transformación del carácter por la situación (La psicología del mal). Quizás entender que lo que el mismo autor sentenció en otro artículo, que no se puede ser un pepino dulce en un barril de vinagre es aplicable a lo que vivimos actualmente en espacios sociales como San Carlos donde, después de tener por décadas a rectores notables, ahora por un proceso pensado desde ciertas catacumbas, con el concurso de voceros conocidos y la ingenuidad de muchos, entra en una pendiente resbaladiza que lleva a ocupar tan célebre despacho un usurpador.

A esa univeísidad, su histoíia y sus fines fundamentales hay que rescataíla ya, y para ello es necesario un esfuerzo realista de sus maestros, estudiantes, trabajadores, los egresados y la sociedad, lo cual pasa necesariamente, por comprender los cambios razonables de los tiempos, actitud deliberativa interna, diálogos con sectoíes externos, tomar distancia de los siempre nocivos fundamentalismos que han saturado la ideología y contaminado tendencias respetables.

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