El sentido de la existencia
Autor: Jairo Alarcón Rodas
El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive.
Fiodor Dostoievski
La presencia humana, llena de haberes y de misterios, recorre un leve trayecto por la vida, lleno de experiencias individuales que matizan la sustancialidad de su ser, que lo provee de una identidad que particulariza tal sucesión de momentos. Memoria y conciencia acompañan la existencia de las efímeras criaturas que se yerguen como testigos de la historia y que, a diferencia de los demás seres presentes, poseen voz que les permite hacerse escuchar, se expresan y, no solo eso, hablan por la naturaleza, se asombran frente a su bastedad, la describen, se aprovechan de ella, la aniquilan.
Existir como humanos adquiere inescrutable complejidad, debido a la conciencia que estos poseen y desarrollan, es en ese verse comprendiendo, en donde el todo resulta abrumador y, en igual forma, las dudas que de ahí surgen, angustiantes. Así, sufrir dolor no es lo mismo que ser consciente de ello, vivir no equivale a saberse viviendo, morir en nada se compara con su exasperante espera. Por aparte, en los seres conscientes, a cada momento surgen continuas interrogantes: un por qué. Consecuentemente, es el encontrarse con uno mismo y sin respuestas, de cara a la inmensidad del todo, lo que en determinado momento agobia.
El conocimiento puede ser la respuesta, sabiendo que es un eterno aprendizaje de la inagotabilidad de las cosas, cognitivamente posibles. Sin embargo, el encuentro con lo otro no solo se alcanza por la vía racional, a través de juicios lógicos, sino también, y en el mayor de los casos, por medio de la opinión, a través de juicios de valor. De ahí que se cuestione a la razón como la única vía para conocer pues, a partir de la lectura que Salomón Maimón realizó de Emanuel Kant, referente a que las cosas en sí son incognoscibles, se busquen otros medios para lograrlo, se expanda el criterio de racionalidad.
Para un idealista, el sentido de la vida y de la existencia se basa en la comunicación con Dios, en un ser trascendental que oriente sus pasos, que lo proteja y guíe. En síntesis, obedecer sus mandatos, como lo establece las Escrituras en el cristianismo, en donde la existencia cobra sentido si se es sumiso. De conformidad con lo anterior, la finalidad humana, según tal criterio, es ser creaturas obedientes a un ser supremo, para ser salvos, ya que la rebeldía, el poder pensar por sí mismos, representa una afrenta al creador que se paga con la muerte.
Pero, como diría John Milton, vale más reinar en el infierno que servir en el cielo, con tal afirmación el poeta muestra la importancia de la autonomía que debe ejercer todo ser humano, al ser consciente de poder hacerlo. Saber que se puede pensar y con ello decidir entre lo correcto y lo incorrecto, ser responsable de ello, es lo que caracteriza o debería a los seres humanos. Con razón Friedrich Nietzsche acuñó su famosa frase matemos a Dios, tal metáfora encierra la liberación humana a mitos y religiones que lo mantienen prisionero y no le permite poner en práctica sus potencialidades.
De ahí que el camino que traza la existencia se abre con optimismos, pesimismos y angustias, conocimientos e ignorancia. De modo que se hace o se deja hacer, se vive o se desvive, se busca y cuestiona o se es sumiso y obediente. Consecuentemente, decir que no tiene sentido la existencia es un sin sentido, en el azarosos universo, ya que no tener sentido es negar la posibilidad de algo que solo adquiere significado con la muerte.
Las personas tienen la característica de buscarle sentido a las cosas, es una inquietud propia de la razón el preguntarse por el qué es. Siendo, sin embargo, la primera inquietud del encuentro con lo otro de tipo utilitario, es decir, para qué puede servir. Posteriormente, la ruta del entendimiento conduce a preguntar no solo qué son las cosas sino también y, tras un análisis introyección, buscarle sentido a la propia existencia, pues sería desesperante que no lo tuvieran.
Qué pasaría si todo fuera un agobiante sin sentido, si la vida misma no lo tuviera, si no existiera ningún propósito. Si eso sucediera, toda reflexión sería vana, la racionalidad en los seres humanos sería un desperdicio y el existir, sería una total pérdida de tiempo, algo intrascendente. Lo que arrojaría a los seres pensantes a la vacuidad de la sin razón, del sin sentido, a un nihilismo exasperante, a un solipsismo con la nada.
Sin embargo, estar en el mundo consiste en ser consciente de ello y la conciencia incluye una interpretación de lo que se está viviendo y, desde luego, de lo que uno es. De ahí que un ser, que debería distinguirse por ser consciente de todo, no podría permitirse la suspensión de juicio sobre lo propio y lo ajeno, por equivocada que sea su interpretación. Decir que la vida no tiene sentido, como lo afirman algunos nihilistas, en un ser consciente, es una contradicción. Así, Cioran señala que el hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir.
Es ese darle sentido a lo que quizás no lo tenga, el buscarle valor a las cosas, el reflexionar sobre ellas, el emitir juicios, es lo que ejercita a ese algo que distingue a la especie humana de los demás seres de este planeta. Será que una marmota se pregunta por la profundidad del firmamento, una zarigüeya por el electromagnetismo, un oso polar sobre el clima o solo lo padecen.
Pero, darle sentido a la existencia no necesariamente significa que tenga sentido lo que se diga o haga. En el vivir existiendo, en ese incesante trajinar por la vida, en el que las posibilidades para el ser humanos, al final resultan imposibles, como lo señalara Kierkegaard, la pregunta sobre si tienen sentido la existencia, tiene validez. Queda la respuesta para aquellos que, viviendo, dejan pistas, con su proceder, a tal planteamiento.
La existencia adquiere sentido a través de la serie de reflexiones que se hagan sobre ella, que pueden ser simples elucubraciones o complejos discernimientos existenciales, en donde nuevamente la angustia, el optimismo y el pesimismo están presentes. Qué sentido tiene entonces la existencia, el ser más que la nada como diría Heidegger, si no tiene valor alguno. Para aquellos, en los que la conciencia se afirma, constituye el comienzo de esa búsqueda interminable que se detiene con la muerte.
A pesar de todo, es la muerte la que le da sentido a la vida, a las pequeñas grandes cosas que se hacen durante la existencia, a los hechos realizados y quizás a la propia presencia humana, dijo alguna vez Ernesto Sábato. De ahí que, lo que se hace frente a la nada, lo presente que en uno nutre su duración en la existencia, lo vivido, es lo que cuenta, de cara a la muerte, tras convertirse en nada. Así, continúa Sábato, la muerte le da valor a la vida, pues si fuéramos eternos, nada tendría mayor importancia, todo sería posible. Es la no presencia, la ausencia total lo que hace posible lo probable y, desde luego, lo que le da valor a la vida.
Pese a todo, cuanto más consciente puede ser uno de la vida y del existir, más angustiosa, por momentos resulta, aunque también más gratificante.