El justo medio

Autor: Jairo Alarcón Rodas
La virtud es el justo medio entre dos extremos.
Aristóteles
Aristóteles se refería al justo medio, con relación a una virtud ética, señalando que es un hábito de elección que conduce a optar por el equilibrio entre dos extremos viciosos («justo medio»). Es un hábito porque no basta con haber elegido bien una vez, para considerarse virtuoso. Sin extremos ni excesos, justo lo que se debe hacer, ni poco ni mucho, lo preciso. Pero, cómo establecer cuál es el justo medio, solamente con la recta razón se puede discernir y orientar la conducta a tal punto.
Sin embargo, en el mundo de las relaciones sociales, en las cuales se manifiesta la estratificación social, la mayor parte de personas actúan al margen de los cánones que establece la recta razón, medianamente cumplen lo que les prescribe la ley. Y lo hacen, muchas veces, no por convencimiento pleno, sino por el castigo o sanción que puedan hacerse acreedores si no cumplen con lo prescrito.
Cuando la emotividad, las pasiones, toman el control de la razón, los excesos se convierten en una elección valedera, pero para todos aquellos que pueden sustentarlos, bajo el criterio de una libertad absoluta. Así, el justo medio, la templanza, pierde valor y adquiere relevancia la libertad en su connotación extrema, el libertinaje. Sabrán los amantes de la libertad que esta pierde su valor si no es en sociedad y, por lo tanto, debe ir acompañada de la responsabilidad.
Culturalmente, el comportamiento de los seres humanos es distinto y así, por ejemplo, los nórdicos mantienen unas relaciones diferentes, al interior de la familia, de las que puedan llevarse en un hogar latino. El clima gélido de los países escandinavos los hace más circunspectos, retraídos, menos expresivos e introvertidos, mientras que los latinoamericanos son más dados a establecer relaciones sociales más espontáneas, menos reflexivas. En estos casos, el justo medio sería una media entre lo introvertido del comportamiento nórdico y lo desinhibido del latino.
Ambos pueden tender a los extremos, los introvertidos a la insensibilidad, los desinhibidos a la intromisión. Escuchaba las quejas de un noruego criticando a su cultura, tan insípida, señalaba, para los que la noción de amistad se reduce a no entrometerse en la vida de los demás y ser, hasta cierto punto, indiferentes, descritos como familias sin la fuerza interior que, con vitalidad y espontaneidad, propician la pasión de compartir una existencia.
Renegando su origen y de su cultura, al noruego le sorprendía que cuando compartía sus críticas por las redes sociales, de la forma de comportamiento de las personas en su cultura, los latinos le escribían que a ellos les parecía una forma ideal y que les gustaría vivir de esa forma, sin que nadie se entrometiera en sus vidas, vivir al margen de la problemática de los demás. El ser humano es un eterno insatisfecho, que no ha logrado establecer hasta dónde puede persistir en sus deseos, cuál es su límite.
Así, los que tienen el pelo rizado quieren tenerlo liso, los que viven sujetos a normas estrictas quieren hacer lo que se les dé la gana y aquellos que, dentro del capitalismo poseen riqueza, quieren más de lo que podrían gastar en mil vidas. El justo medio es algo impensable e irrealizable para ellos. Para unos, es limitar sus deseos, aunque el hacerlo sea razonable, todo consiste en descifrar la incógnita de qué se requiere para vivir bien. Es, acaso, en poseer tanto como se pueda o en sentirse bien con lo justo para una existencia digna.
El comportamiento humano, pese a su espontaneidad propiciada por los impulsos emotivos, se circunscribe a una lógica de comportamiento, propia de su estructura genética, que se hace patente, en primera instancia, a través de los instintos, como sucede con el instinto de conservación, así como a una estructura mental que orgánicamente es similar en todos los miembros de la especie, aunque puede ser atrofiada por circunstancias adversas, como lo es en situaciones de miseria y hambre.
El diseño biológico, al que pertenece todo ser humano, les indica que preservar el cuerpo va en orden de atención antes que cultivar el espíritu y que, para lograr determinado objetivo, medianamente se debe realizar un esfuerzo. A pesar de ello, muchos obtienen bienes sin haber trabajado por ellos, marcando así una diferencia y ventaja sobe aquellos que tienen que trabajar y esforzarse para lograrlos.
En recurrentes momentos de la historia, en los cuales el predominio del tener hace la diferencia, los excesos se manifiestan con mayor frecuencia y la búsqueda del justo medio representa un obstáculo para las libres aspiraciones y, por consiguiente, tal valor no es considerado una virtud al que se debe aspirar, sino un defecto.
Desde el esclavismo hasta el capitalismo, la concentración de la riqueza en reyes, nobles, hacendados, en dueños de medios de producción, durante esos periodos de la historia, evidencia que siempre son los mismos, los grupos hegemónicos, los que, al concentrar la riqueza y consecuentemente obtener el poder, que se pierden en los excesos.
Así, los hartazgos de unos pocos son sostenidos con el trabajo y la explotación de muchos. De ahí los grandes banquetes destinados a la realeza, las bacanales de la nobleza y las orgías de selectos grupos representan magros ejemplos de la actual condición humana, afecta por un sistema salvaje e indolente.
En fin, el desperdicio, los excesos, es potestad de aquellos que puedan costearlo, de los que poseen riqueza, ya que solo ellos pueden gastar y hacer lo que les plazca, sin ningún reparo ni cuestionamiento moral. Sin embargo, también hay excesos en el resto de los habitantes y ello se debe, en parte, a la ignorancia, al desconocimiento e incomprensión del papel que tiene todo ser humano en la naturaleza y desde luego al desapego a su responsabilidad.
El justo medio supone prudencia y la prudencia presupone cierto control sobre la situación, lo cual se logra a través de la razón y del pensamiento crítico, por ello Epicuro nos recuerda que la riqueza no consiste en tener muchas posesiones, sino en tener pocas carencias. El eterno insaciable debe ponerle atención a ese detalle pues, quizás, lo único que merece ser un eterno insatisfecho sea el amor, recordando lo dicho por José Ortega y Gasset.
