Desgaste y golpe de estado

Mario

Mario Rodríguez Acosta

Recién se cumple el primer mes del gobierno de Bernardo Arévalo y nadie ha pedido un compás de espera, ni ha dado el beneficio de la duda a su gestión, menos ha dicho “déjelo gobernar” como sí clamó el pacto de corrupto al unisonó al cumplirse el primer año de Giammattei.

Esto pasa por varias razones. La primera quizás sea la falsa firmeza frente a la fiscal corrupta. Durante meses, Arévalo insistió en pedirle la renuncia a Consuelo Porras y buscar alternativas para gestionar su salida. Pero todo se desvaneció con el abrazo del ministro efusivo, lo que se interpretó con ligereza como una claudicación.  

Pero en realidad eso tuvo consecuencias. De esa cuenta, la fiscal tomo la iniciativa, retomó la conducción del pacto, hizo alianzas nuevas, enfatizó en los juzgados su determinación de llegar a las últimas consecuencias contra quién no se alinee con ella y reafirmó su afinidad con las altas cortes del país.

Ahora mismo el gobierno de Arévalo pende de un hilo y el golpe de Estado sigue su curso. El cerco judicial que la fiscal tejió con habilidad terminará por explotar y se llevará al movimiento Semilla, a sus diputados y probablemente al gobierno en su conjunto al cubo de la basura.

Hay que recordar que Arévalo llegó con la simpatía y el apoyo de una mayoría que defendió en las calles y en los pueblos su triunfo en las urnas. No queda claro que ese apoyo se mantenga y lo defienda en contra del golpe.

Con un mes en el cargo, el desgaste es más que evidente. Le han responsabilizado de más desaciertos que aciertos, para mermar de forma acelerada su imagen y sus apoyos internos, que no son muy consistentes y lo más seguro que tampoco sean estables.

 Lo que se le reprocha a Bernardo Arévalo y con razón, es una clara indecisión de enfrentar la arrogancia de los corruptos, lo cual puede acabar por lamentar.

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