Contra el diletantismo conceptual
Marco Fonseca
El diletante conceptual es la persona que le gusta participar en los debates, estar al día y al frente, siempre con algo que decir, a sabiendas de todo, pero solo de modo superficial, como buen sofista. Se trata de esos intelectuales que Gramsci llama “los intelectuales perezosos, entre aquellos que quieren parecer siempre sagacísimos, etcétera; esto, como escribió Engels, hace creer a muchos que pueden tener, a poco precio y sin ninguna fatiga, toda la historia y toda la sabiduría política en el bolsillo.” (C4, §38). Esto prevalece mucho dentro del periodismo y la academia guatemalteca.
Hay muchos/as “intelectuales” (no orgánicos) que juegan un doble papel en el momento presente cuando estamos a las puertas ya sea de una nueva primavera o de una nueva noche de los gendarmes. Estos/as intelectuales están vinculados/as en la esfera ideológica “a una precedente categoría intelectual, a través de una misma nomenclatura de conceptos” y ello los/as vuelve intelectuales tradicionales. Al mismo tiempo, también parecen estár vinculados/as a una nueva categoría de intelectuales nuevos/as, producto de la nueva situación, lo que parece volverlos/as intelectuales críticos/as y no una simple continuación de la intelectualidad precedente, caduca y oportunista. Pero esta ambivalencia de mucha intelectualdiad chapina, prevalente entre periodistas y comentaristas, bien representa una situación histórica vieja que no muere, pero también una situación histórica nueva que tampoco termina de nacer. Son representantes de una cultura pasada que pretende ser, al mismo tiempo, el oráculo realista del futuro.
Aquí un texto de Gramsci que puede ayudar para esclarecer estas cuestiones:
Una característica de los intelectuales como categoría social cristalizada (como categoría social que se concibe a sí misma como continuación ininterrumpida en la historia, por lo tanto por encima de las luchas de grupos y no como expresión de un proceso dialéctico por el que cada grupo social dominante elabora su propia categoría de intelectuales), es precisamente la de vincularse, en la esfera ideológica, a una precedente categoría intelectual, a través de una misma nomenclatura de conceptos. Una nueva situación histórica crea una nueva superestructura ideológica, cuyos representantes (los intelectuales) deben ser concebidos también ellos como «nuevos intelectuales», nacidos de la nueva situación y no como continuación de la intelectualidad precedente. Si los “nuevos” intelectuales se conciben a sí mismos como continuación directa de la intelectualidad precedente, no son en absoluto “nuevos”, no están ligados al nuevo grupo social que representa la nueva situación histórica, sino a los residuos del viejo grupo social del que era expresión la vieja intelectualidad. Sin embargo, sucede que ninguna nueva situación histórica, aunque sea debida a la transformación más radical, cambia completamente el lenguaje, al menos en su aspecto externo, formal. Pera el contenida del lenguaje ha cambiado, y de este cambio es difícil tener una conciencia exacta inmediatamente. Por otra parte, el fenómeno es históricamente complejo y complicado por la diversa cultura típica de los diversos estratos del nuevo grupo social, muchos de los cuales, en el terreno ideológico, están aún inmersos en la cultura de situaciones históricas precedentes. Una clase, de la que muchos estratos se hallan aún en la concepción ptolomeica, puede ser la representante de una situación histórica muy avanzada: estos estratos, si bien están ideológicamente atrasados, prácticamente (o sea como función económica y política) son avanzadísimos, etcétera. Si es tarea de los intelectuales la de determinar y organizar la revolución cultural, o sea de adecuar la cultura a la función práctica, es evidente que los intelectuales «cristalizados» son reaccionarios, etcétera. La cuestión de la nomenclatura filosófica es, por así decirlo, “activa y pasiva”: se acepta no sólo la expresión sino también el contenido de un concepto de una intelectualidad superada, mientras se rechaza la expresión de otra intelectualidad pasada, aunque ésta haya cambiado de contenido y se haya vuelto eficaz para expresar el nuevo contenido histórico-cultural. (C8, §171)
Podemos ilustrar este argumento con lo que ha sucedido en la esfera pública de Guatemala con ese concepto tan repetido de “dictadura corporativa”.
El concepto de “dictadura corporativa” no tiene origen único bien documentado o académico. No hay teoría política sólida detrás del mismo, mucho menos teoría política crítica. Pero es una frase conveniente y descriptiva que varios/as periodistas y comentaristas, la intelectualidad de Guatemala, utilizan de varios modos, pero siempre de modo vago, impreciso y sin teoría alguna de respaldo. Es cualquier cosa menos ciencia social.
Hay quienes usan la frase “dictadura corporativa” para describir una concentración de poder e influencia dentro de grupos empresariales y sugerir q ejercen control significativo s/ el Estado y la economía. Pero no definen bien lo corporativista o el elemento corporativo dentro de esa dictadura.
El concepto clave en Guatemala desde la “transición democrática” hasta el presente es el cacifismo, es decir, el modelo nacional de acumulación, extractivismo y neoliberalismo globalizador. El concepto designa también el regímen restaurador del CACIF como elemento del Estado integral y bloque histórico en el poder. El concepto de cacifismo no es ambiguo o tendencioso como sí lo son los conceptos disecados de “dictadura” o “corporativismo” o el de “dictadura corporativa” que le queda bien tanto a derechistas como extremo centristas. Por eso, como ocurre con toda teoría social, política o crítica sólida, el concepto de cacifismo no es un concepto popular y de fácil instrumentalización y despliegue periodístico. Hacerlo también requeriría hacer algo que el diletantismo nunca hace, es decir, participar en una cultura de investigación, referencias, reconocimientos y atribuciones que, para el/la diletante, como para el/la plagiador/a, significa restarle crédito a su protagonismo frecuentemente oportunista.
Los conceptos de comentaristas y periodistas corrientes dan la impresión de ser científicos, realistas, incluso pragmáticos, pero en realidad expresan algo más profundo: “La dificultad de adecuar la expresión literaria [o periodística] al contenido conceptual y de confundir las cuestiones de léxico [frases populares] con las cuestiones sustanciales y viceversa es característica del diletantismo filosófico, de una carencia de sentido histórico para captar los diversos momentos de un proceso de desarrollo cultural y por lo tanto histórico en general, o sea de una concepción antidialéctica, dogmática, prisionera de esquemas abstractos de lógica formal.”
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