Con un pie aquí y con el otro pie en el futuro
Fernando Cajas
El vacío existencial de la educación en Guatemala es la educación técnica. La educación técnica en
Guatemala no tiene ni dirección ni sentido. No es su ausencia per se. Lo que no tiene es un lugar
de partida, una visión, un punto de llegada un cómo, un para qué y menos un por qué. Guatemala
ofrece cientos de programas en educación técnica, ninguno de los cuales va a lugar alguno, no
tienen dirección. Los programas de educación técnica los empiezan a tomar adolescentes de
aproximadamente quince años de edad cuando deciden optar por un bachillerato en «algo», o un
«perito» en algo, siendo este «algo» algo muy variado. El apellido más común del Bachillerato por
muchos años fue Ciencias y Letras, opción que daba un camino más directo a la Universidad.
Durante las últimas tres décadas emergió una enorme oferta de bachilleratos «técnicos» de los
más variados que van desde Bachillerato en Dibujo Técnico y Construcción pasando por
Bachillerato Industrial y Perito en Electricidad hasta ofertas exóticas como Bachillerato Industrial
con Especialidad en Belleza.
Esta oferta de más de doscientos títulos de secundaria en educación técnica vino a
competir, y literalmente a desplazar, al Bachillerato en Ciencias y Letras que era la opción
tradicional de los que querían ingresar a la universidad. Los que no querían ingresar a la
universidad, o no podían, optaban por ir a Magisterio o a Perito Contador. Durante las últimas tres
décadas se ha dado una intensa diversificación en la oferta de educación técnica secundaria
formal, como lo reflejan los títulos más variados, tales como técnico en «aviación», técnico en
«ciencias de la salud», técnico en «ingeniería» y así decenas de nombres impresionantes. Lo triste
es que los técnicos en aviación no han visto un avión en su vida. Los técnicos en ciencias de la
salud, que supuestamente irían a medicina, son una mala caricatura de un técnico real en salud,
reflejando la oferta prematura de especialización del sistema que solamente es para atraer a un
público ávido de opciones y que son sorprendidos en su buena fe.
Hay poca oferta de programas de alta calidad en educación técnica en el país, programas
que realmente entregan lo que ofrecen, pero aún estos pocos carecen fundamentalmente de
dirección. Esto es, los egresados de estos institutos tecnológicos de alta calidad, no saben hacia a
dónde dirigirse al final de sus estudios secundarios. Las universidades guatemaltecas no se han
quedado atrás y ofrecen programas técnicos a diestra y siniestra, sin dirección ni sentido. La
Universidad Galileo ha sido la campeona en esto. Sin embargo, ninguna de las ofertas de
educación superior va a lugar alguno. La Universidad Nacional, la de San Carlos, no se ha quedado
atrás. Mucho de la oferta, ya sea de carreras cortas como profesorados, o aún las licenciaturas,
son de naturaleza «técnica». Nadie puede negar que un ingeniero en Guatemala sea un técnico.
Alguien puede dudar que un abogado sea un técnico, pero la revisión de su práctica y del currículo
que lo formó hace concluir que es un técnico, muchas veces tecnócrata, no jurista. Muchos
programas universitarios guatemaltecos, ya sean licenciaturas o no, son una oferta de tipo técnica.
Pero ninguno de ellos se ha creado obedeciendo un norte, una direccionalidad, un hacia a donde,
es decir no obedecen política que los direccione.
Este navegar sin brújula no escapa de otras trayectorias hechas por navegantes de la
educación técnica guatemalteca, entre ellas destaca la trayectoria del INTECAP, el Instituto
Técnico de Capacitación y Productividad. El INTECAP se considera a sí mismo como el líder de la
formación profesional de los trabajadores. Y en efecto, tiene una buena reputación en materia de
entrenamiento, no así en materia de formación integral para la vida como lo demuestra el uso
político que hiciera Sandra Torres del INTECAP en su campaña presidencial y el cúmulo de bromas
asociadas. Si bien cuenta con un sistema de gestión certificado con normas de calidad
internacional, es entrenamiento, no es educación, pero no se puede decir que el INTECAP está
direccionado para ir a algún lugar que pueda apoyar a la mayoría de los y las guatemaltecas. Es
para apoyar la productividad de las empresas de los empresarios.
Esta diversificación de la oferta de educación técnica en Guatemala no está produciendo
gente capaz. El Instituto Nacional de Estadística (INE) señala que 6.3 millones de personas
conforman la Población Económicamente Activa en Guatemala y de esas, según la Encuesta
Nacional de Empleo e Ingresos ENEI 2-2014, 4 millones tienen un empleo en el sector informal, un
sector que se caracteriza por falta de innovación tecnológica y de empleos que más que ayudar a
quienes los poseen los colocan en una situación vulnerable. Es más, los 2 millones de trabajadores
del sector formal, reflejan problemas en sus trabajos, siendo estos repetitivos y muchas veces
improductivos, creando condiciones de insatisfacción. La mayoría, es decir más de 4 millones,
están empleados en el sector informal, principalmente en el sector del comercio y la agricultura, lo
que significa que están desprotegidos por la legislación laboral y no tienen certeza de que sus
ingresos sean estables cada mes.
Según el INE, al menos 8 de cada 10 personas ubicadas en lo informal residen en el área
rural, lo que permite concluir que sus ingresos son reducidos. El promedio de salarios a nivel
nacional ronda los 2,000 quetzales, mientras que a nivel rural 1,400 quetzales. Datos del 2016.
Con esos salarios, los empleados difícilmente pueden adquirir los alimentos para subsistir, no
digamos tener una vida digna. El INE refiere que el costo de la canasta básica, el estimado del
precio de los alimentos para una familia de cinco integrantes, hasta junio de este año previo a la
pandemia, se situó en 3,500 quetzales. La Canasta Básica Vital, que incluye el pago de bienes y
servicios esenciales como educación, salud, vivienda y transporte, sería inalcanzable para quienes
tienen un empleo informal. En junio 2016 se cotizó en 6 mil quetzales para una familia de cinco
personas.
La actual crisis política del país, este golpe de estado en cámara lenta que se ejecuta en
manos del Pacto de Corruptos no tiene tiempo ni interés en entender a la educación técnica. Aquí
hay otro problema de fondo que se debe analizar e incluirlo de forma sistemática en el plan del
nuevo gobierno de Arévalo y Herrera. El que tiene oídos que escuche dice el dicho. Los pichones deben ampliar su experiencia diría Aquiles Faillace, el constitucionalista de la democracia guatemalteca.
El fondo es complejo y tiene que ver con los sistemas productivos guatemaltecos que no
han evolucionado y si lo han hecho han sido pocos y en pocos sectores, los monopolios. Eso debe
cambiar. No transformamos nuestra materia prima en algo que requiere tecnología. La razón es
que somos exportadores de nuestros productos básicos. Producimos muchos mangos, pero no los
transformamos. Producimos mucho aguacate y no lo transformamos. Producimos maíz y casi no lo
transformamos sino para tortillas con poca innovación tecnológica. Es más, las tortillas se hacen a
mano, ni una maquita hemos agregado a ese proceso pre artesanal para que las bellas manos
guatemaltecas tengan tiempo para hacer otras actividades más productivas.
Este hermoso país nuestro bananero produce banano para vender banano, para exportar
banano, hule para vender hule, chocolate en bruto para vender chocolate en bruto. Si desea
degustar un buen chocolate tendrá que ir a Suiza o Italia o algún lugar diferente de Guatemala,
porque aquí el chocolate recibe poca innovación tecnológica. Lo mismo el café. Lo mismo casi
todo. Esta es la visión del empresariado guatemalteco. Eso se repite con muchos de los que
cultivamos y hacemos en Guatemala de tal forma que no hemos logrado tener un sistema de
innovación científica tecnológica que mejore los sistemas productivos para hacernos realmente
independiente capaces de sacarnos de este subdesarrollo empresaria liderado por el CACIF.
El país nuestro, este país de ensueño de los corruptos, tiene algunas industrias,
principalmente la de la caña, la producción de azúcar y del venerado alcohol del que
intencionalmente hicieron depender a poblaciones indígenas del sur occidente cuando pagaban
con esta moneda de cambio. También tenemos la industria del cemento, un monopolio de los
Novella que ha puesto concreto en todo el país, bien y mal hecho. Esta industria si hace
innovación, transforma la materia prima usando tecnología y crea muchos trabajos a cambio de
deforestar, depredar, destruir nuestras montañas. Si, claro que tienen programas de
reforestación, pero eso no recupera realmente lo depredado. Junto a eso el monopolio del
cemento ha participado activamente en la corrupción, particularmente en la construcción de las
obras estatales a través de varias empresas subsidiarias.
Hay industrias muy buenas, olvidadas, como la industria textil que emergió en los años 70
con gran intensidad pero que fueron abandonados por una mala gestión Estatal. La industria textil
de Quetzaltenango no pudo evolucionar simplemente porque la Empresa Eléctrica Municipal no
pudo satisfacer su demanda de potencia eléctrica para crecer. Junto a eso las universidades locales
nunca ofrecieron técnicos textiles y mucho menos programas de ingeniería textil. Como siempre
las universidades locales están llenas de estudiantes de derecho y auditoría y no ingenierías
innovadoras que apoyen los procesos industriales ya en procesos. Hay uno que otro proyecto de
cooperación entre las quince universidades de Quetzaltenango y empresas con necesidad de
intensa innovación tecnológica.
La otra industria que se planificó en los años setenta fue la industria química y aquí si hubo
acompañamiento universitario con las facultades de ingeniería química y las facultades de química
sin embargo los procesos industriales asociados como la producción masiva de ácido sulfúrico no
se produjo y se cerró el único instituto de innovación relacionado a la industria, el ICAITI, cerrado
por Portillo, otro pillo conocido. Pero la industria farmacológica, que requiere de una sólida
industria química y entendimiento científico de bioquímica, farmacología y salud, tuvo su auge en
los años 80 y decae en la medida que la educación técnica en química industrial no evoluciona con
la misma velocidad de las demandas del mercado. Guatemala dejó de ser la potencia
centroamericana de la industria farmacéutica. Los importadores de medicina empezaron a
comprar para revender al Estado, principalmente al Seguro Social y a los hospitales nacionales y
centros de salud a precios exorbitantes a pura corrupción.
La industria de las bebidas no alcohólicas y de alimentos preparados es otra industria en
expansión y esta si ha recibido acompañamiento de educación técnica de un par de universidades,
incluyendo la universidad nacional. Ese acompañamiento no obedecía a plan alguno. El único
sistema de educación técnica que ha sido estratégico es el INTECAP, instituto enfocado en la
iniciativa privada cuyo objetivo es el entrenamiento no la educación, produce trabajadores no
necesariamente críticos a la problemática social. Son bueno tecnócratas que no producen
ciudadanía.
Este breve recorrido por la industria nacional y sus sistemas educativos asociados refleja
un verdadero problema de fondo del país. De hecho, el problema existencial de Guatemala es la
ausencia de una política nacional de educación técnica. Enfocados en las coyunturas, como la
lucha contra la corrupción del 2015, hemos abandonado la reflexión sobre el fondo, sobre el largo
plazo. Nuestra lucha por demandar un proceso para elección del rector de la universidad nacional
que se caracteriza por fraude, nos quitó el tiempo de pensar en el largo plazo. Nuestro tiempo
encerrado por el COVID y luego el Paro Nacional de octubre de 2023 también nos enfocó en la
coyuntura, abandonando la planeación a largo plazo. Hemos quedado atrapados en la coyuntura.
Para analizar problemas de fondo y darles salida viable se requiere una democracia
mínima, que es la que estamos protegiendo con nuestra lucha contra el golpe de estado al que
están sometiendo a este hermoso pero desigual país. Por eso debemos defender, con la verdad, la
democracia. O es ahora o no será nunca.